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Juan David Escobar Valencia

Cuando dejaron de secuestrarlos en sus fincas de descanso y la guerra se volvió nuevamente lejana, su miserable condición humana los hizo emprender una campaña de traición y desprestigio a quien tanto los benefició.

En los elegantes campos de golf ingleses durante la Segunda Guerra Mundial se adoptaron reglas como las siguientes para no afectar a sus impasibles jugadores: “En las competiciones, durante los disparos o mientras caen las bombas, los jugadores pueden cubrirse sin penalización por dejar de jugar”. “Un jugador cuyo golpe se ve afectado por la explosión simultánea de una bomba puede jugar otra pelota desde el mismo lugar con penalización de un golpe”.

Si le parece irresponsable que en medio de una guerra no se afectara la diversión de los flemáticos miembros de los exclusivos clubes británicos de golf, es que no conoce la historia reciente de Colombia. Durante décadas, a los señores de la “alta sociedad colombiana” que descansaban sus fines de semana en sus fincas de Anapoima y Llanogrande, nunca les importó la población colombiana, específicamente los campesinos y los habitantes de la Colombia rural que fueron masacrados, robados, torturados y violados por grupos criminales disfrazados de militantes comunistas, y patrocinados desde Cuba por la URSS. Como la guerra era lejana y no eran ellos o sus hijos quienes morían víctimas de las narcoguerrillas, o sirviendo como soldados, la guerra podría seguir pues era lejana y para los pobres.

Pero cuando esas bandas criminales empezaron a secuestrarlos en sus fincas de recreo, cuando sintieron que el dolor y la muerte no era un monopolio de los campesinos, entonces decidieron apoyar, en contra de su voluntad y de su mamertera ideológica que siempre se ve bien entre los socialistas de caviar, a un político inusual que, arriesgando su vida y la de su familia, decidió enfrentar a la delincuencia y demostró que sí era posible derrotar a las narcoterroristas, como lo habían negado los medios de comunicación y la academia mamerta. Trabajando de lunes a domingo, desde antes que saliera el sol y hasta horas en que la luna es la reina del cielo, hizo posible ver que: sí se podía hacer avanzar al país, como lo demuestran todas las cifras; que ser decente podría ser mejor que ser delincuente; y especialmente que la base de cualquier construcción social, la confianza, no era solo una palabra exótica en el diccionario.

Pero cuando dejaron de secuestrarlos en sus fincas de descanso y la guerra se volvió nuevamente lejana, su miserable condición humana y su predilección a figurar en público como de “izquierda”, que da tanto “cachet” en los cocteles capitalinos, emprendieron junto con los que Uribe derrotó fáctica e ideológicamente, una campaña de traición y desprestigio a quien tanto los benefició.

Ahora que la violencia legalizada por Santos y su sucesor en la presidencia campea en la Colombia rural, a los señoritingos de estrato 7 les importa un pepino, porque la violencia es de nuevo algo exclusivo de la Colombia rural, y es mejor posar de “progres” para no perder la membresía del “club de la social bacanería”.

¿Hay algo más repugnante que los ingratos y los traidores? Pregúntenle a Dante Alighieri a qué círculo del infierno los mandó.

https://www.elcolombiano.com/, Medellín, 09 de octubre de 2023.

Publicado en Columnistas Nacionales

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