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José Alvear Sanín   

La drogadicción no es un vicio explotado solo por las mafias, porque también puede ser un arma de destrucción masiva, sea en manos de grupos criminales o al servicio de poderes políticos.

En Colombia va en camino de pasar de instrumento delictual, para integrarse más profundamente en la estrategia del dominio global, si no es que ya lleva varias décadas sirviendo dentro del ajedrez geopolítico.

Columbro lo anterior, porque en el enfrentamiento de la guerra fría, Fidel Castro, como peón soviético, convirtió la isla en el aeródromo donde recalaba la cocaína de Pablo Escobar en su tránsito hacia los Estados Unidos, afirmación que hago porque, aun antes de que se destapase esa horrenda conexión, el directorio político del narcotraficante llevaba en avión grupos juveniles de Medellín a competir los fines de semana en Cuba, como era de público conocimiento.

A medida que se apodera de amplios y crecientes sectores de la sociedad, la drogadicción la socava y la conduce hacia la inviabilidad moral y política. A propósito, hará bien el lector en recordar las guerras del opio, la primera, entre 1839 y 1842, y la segunda, de 1859 y 1860, que yo, a pesar de cierta moderada anglofilia, considero como el gran baldón histórico de ese país, que hizo un gran imperio.

En la lucha titánica de tantos actores históricos por alcanzar la esquiva hegemonía, en el siglo xix el Imperio Británico despedazó al Español en el hemisferio occidental, mientras en el oriental se encontraba con el inmenso Imperio Chino. El opio fue el arma que acabó con China, para que Londres alcanzara la prepotencia en ambos lados del mundo; y en Hong Kong, los amos del opio mutaron en banqueros, comerciantes, exportadores, navieros e industriales...

La depuración de China reclamó millones de ejecuciones de drogadictos, jíbaros y prostitutas, por parte de Mao…

Ahora bien, dentro de la ética revolucionaria marxista no importan millones de muertos (¿bichos?, ¿gusanos?), si lo esencial es destruir el ancien régime para construir sobre sus ruinas el impoluto hombre nuevo.

Castro no ignoraba el poder de la droga para vencer un enemigo mucho más poderoso. Siguiendo ese ejemplo atroz se dedicó a ayudar a drogar a los gringos, y algo quedó hasta para su familia…

El comunismo colombiano no es ajeno a esa lección, y las Farc primero, y el Eln luego, no solo odian los países capitalistas, sino que también son carteles en el pleno sentido del término. La política del actual gobierno de tolerancia de siembra y exportación de cocaína (dizque menos perjudicial que el petróleo y el carbón y que causa menos muertos que su erradicación), puede interpretarse en términos geopolíticos dentro de la confrontación entre los anglosajones y sus aliados europeos, y los chinos y sus aliados rusos e iranios.

No quiero abundar en este espinoso tema, porque la ambición hegemónica de China no es el único frente en el que la droga juega su papel como arma. Cuando uno contempla la debilidad moral de la juventud gringa, los estragos de la drogadicción en el Canadá y Europa y la crisis demográfica de los “países blancos”, la tentación para Beijing de tomar revancha de los ingleses y llenar de drogas a sus rivales es plausible.

Hay otro frente. Si el anterior está motivado principalmente por la ambición imperialista hegemónica, las mafias conducen una guerra contra la sociedad, motivada por el astronómico ánimo de lucro de sus capos, en muchas latitudes.

En Colombia, primer productor y exportador mundial, con un creciente mercado local de cocaína, esta sustancia es el arma de destrucción masiva de una sociedad ya apenas nominalmente cristiana y en la que queda ya muy poco del estado de derecho. Aun con esas limitaciones y defectos nuestra situación es preferible al narcoestado o a la revolución marxista, que avanzan al ritmo de los estupefacientes. 

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Saludamos la nueva Hora de la Verdad

La Linterna Azul saluda la primera emisión de La Hora de la Verdad en formato digital, compacto y directo, que ese imprescindible órgano periodístico ha adoptado para su difusión a través de las redes sociales.

Durante dieciocho años, y en 4621 emisiones, su director, Fernando Londoño Hoyos, y su cambiante pero siempre excelente equipo, que ahora encabeza D´mar Córdoba, ha alertado al país sobre la revolución que avanza y que no tuvo verdadera oposición de partidos clientelistas y logreros, gobernantes pusilánimes y medios dominados por el marxismo cultural, el globalismo siniestro y la omnipotente mermelada.

El país no los oyó, y de tumbo en tumbo hemos caído en el abismo demagógico de un gobierno plegado a todos los narconegocios, desde la siembra hasta la exportación, sin olvidar la tolerancia ante la creciente conquista del mercado interno, que destruye una juventud que merece mejores horizontes que los que ofrecen el vicio, el ocio improductivo, el crimen organizado o la recepción degradante de subsidios en colectivos perversos.

Londoño Hoyos es un luchador incansable y un analista tan bien informado como insobornable. La Hora de la Verdad es la primera baja que cobra un gobierno cuyo ideario comunista exige el control de la información, la tergiversación de la historia y la eliminación de la libertad de pensamiento. Hacia allá va, rápida y seguramente.

Los ciudadanos amantes de la libertad, la democracia y el estado de derecho, tenemos la obligación de responder, en la medida de nuestras capacidades, al llamado de La Hora de la Verdad. Con el aporte económico de miles y miles de colombianos ese baluarte no será silenciado. Solidarios con ella, publicamos su mensaje editorial de enero 2.

Cordial saludo,

¡Larga vida para La Hora de la Verdad!

José Alvear Sanín

Director

 
Publicado en Columnistas Nacionales

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