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José Alvear Sanín    

Como espontáneamente el pueblo colombiano, privado de verdadera orientación política, rechazó al petrismo 9 a 1 en las pasadas elecciones, se fortalece el romanticismo electoral. Una y otra vez oigo a muchos asegurar que, en 2026, la izquierda unificada que propone Petro será ampliamente derrotada y que el país regresará a un estado normal, constitucional, democrático, etc., etc.

Frente a esa actitud ingenua hay que considerar con cabeza fría la mecánica electoral reciente, para dejar de lado las vanidades personales y las ilusiones comiciales. Sin la unión de todas las fuerzas democráticas, agrupadas con vocación y voluntad de poder, la izquierda tiene todas las posibilidades de repetir los resultados de 2022.

Cada día es mas evidente que el triunfo de Petro fue espurio: 1. En las zonas cocaleras, donde imperaban las guerrillas, las “disidencias” y los “clanes”, Petro obtuvo entre 64 y 86% de los votos, resultados imposibles si el electorado hubiese podido votar libremente. 2. Y en la Registraduría se completaron los votos necesarios para la elección del terrorista.

En concreto, la combinación de constreñimiento y fraude es invencible. Si en 20 meses ya vamos por cerca de 400 municipios copados por los diferentes grupos criminales —milicianos, insurgentes, disidentes, estimulado su crecimiento por la “paz total”—, ¿cuántos más territorios estarán privados de libertad electoral en 2026?

Y, por otro lado: ¿Qué se está haciendo para depurar la Registraduría —además bajo gobierno comunista—, con el fin de erradicar el fraude, combatir el viciado cómputo electrónico, alejar a Smartmatic e Indra de nuestros mecanismos electorales y no pasarnos al voto electrónico, que hace imposibles las elecciones confiables?

 Petro sabe que el voto libre en las grandes ciudades todavía puede anular las ventajas de la combinación de intimidación y fraude. Por eso tiene claro que la doble derrota de Boric en las elecciones, dentro del proceso constituyente chileno, tiene su origen en la libertad electoral.

En consecuencia, puede mirar confiadamente hacia las elecciones de 2026, pero no puede, en cambio, exponerse ahora a repetir el fracaso del chileno, con su esperpento constitucional marxista.

Petro quiere cambiar la Constitución, bien sea mediante el mecanismo infame del Comité de Participación Ciudadana, que prepara un “pacto vinculante” con la mera firma de la “paz” entre Eln y gobierno, o bien sea con su flamante constituyente. Estamos gobernados por un individuo obsesivo, que nada olvida y jamás cede ante argumentos, leyes o consideraciones morales. Entonces, si logra imponer su constituyente, la revolución llegará antes que el ansiado acuerdo con el Eln.

Por tanto, él calcula bien cuando propone la reunión de una constituyente inconstitucional, mediante torcidos mecanismos populares, es decir, instalando soviets en todos los municipios.

Por todo lo anterior, debemos ocuparnos de lo de Vargas Lleras. Su golpe mediático sería inteligente, si Petro buscase una constituyente dentro del ordenamiento legal, porque dentro de ese sistema se podría repetir —aunque el riesgo es enorme— lo de Chile; pero con la constituyente soviética o “popular”, aceptar la creación de ese super-congreso es suicida.

Sin duda alguna, lo urgente e imprescindible es la realización del juicio político. Hasta ahora, los partidos y los congresistas se han resistido, de manera inmoral y culpable, a destituir a Petro, pero cada día son más inocultables la superación astronómica de los topes y su sideral y espeluznante desequilibrio mental.

 
Publicado en Columnistas Nacionales

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