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Eduardo Mackenzie   

Siempre camaleónico, Gustavo Petro dejó de ser presidente de la República desde que llegó al Palacio de Nariño. Llegó para cruzarse de brazos ante los efectos de la crisis global que resulta de la pandemia Covid 19 y la agresión de Rusia a Ucrania y las amenazas de Putin a Occidente.

En lugar de rodearse de las mejores inteligencias del país en materia de economía, banca y moneda, salud pública, petróleo, agricultura, obras públicas y ganadería, para buscar una salida ante el complicado contexto, Petro dejó pudrir la situación. Adoptó un aire de entendido, anunció que su programa “de cambio” se cumpliría por encima de todo y acusó injustamente a Estados Unidos de ser el autor de la devaluación del peso. Hizo frases de cajón para calmar los mercados, pero éstos no le creyeron. Petro no miró ni imitó siquiera a las otras economías latinoamericanas y europeas que luchan contra la crisis global. No hizo nada.

El país vio entonces en esa actitud negligente y terca que no había tenido presidente de la República desde el 7 de agosto de 2022, que Colombia está sola ante un mar de problemas, en buena parte fabricados por Petro mismo y sus asombrosos ministros. El país vió que no había un jefe al frente del Estado que intentara, al menos, escrutar y descifrar la coyuntura internacional y nacional para lanzar contramedidas. Pues él tenía en mente una sola obsesión: sacrificar a Colombia en el altar del cambio climático y del decrecimiento.

Los colombianos descubrieron así que en la Casa de Nariño había un farsante, doblado de ignorante, al frente de los asuntos públicos. Es decir, ante problemas políticos y macroeconómicos complicadísimos que requerían conocimientos y experiencia, sangre fría, voluntad de compromiso, diplomacia y, sobre todo, unidad nacional. En lugar de obrar en esa dirección, Petro tomó medidas para golpear la economía: anulación de los proyectos de exploración de hidrocarburos, insultos contra la banca y los ganaderos, impuestos confiscatorios para todos. Y una exhortación alucinada contra la lucha universal antidrogas, en la asamblea general de Naciones Unidas. Petro dejó plantado al congreso de Camacol, del que dependen millones de empleos en el país, al mismo tiempo que alebrestó a la “minga política y cultural” de Caldono y blandió amenazas contra la “oligarquía” y los bancos, y la prensa indócil y contra un imaginario “enemigo interno”. El 12 de octubre, Día de la Raza, “es un concepto fascista”, proclamó. A Petro le encanta sembrar la división por donde va.

No han pasado 80 días de la llegada de Petro al gobierno y el país ha salido a marchar en las calles, en tres jornadas diferentes y se prepara para marchar de nuevo este 26 de octubre, para mostrar que está harto del personaje y de sus proyectos “de cambio”. Enormes en las principales capitales del país, esas jornadas de protesta son el resultado de la sensación de abandono de la ciudadanía. Muchos de los que votaron por Petro y muchos más de los que no votaron por él, realizan ahora que cayeron en las manos de un ideólogo colérico que “ha elegido seguir en una campaña de confrontación y estigmatización” (lo dice El Espectador) que no está a la altura del cargo.

El frío que se instala ahora entre Petro y los tres partidos (Liberal, Conservador y de la U) que le habían permitido a éste tener una mayoría en el Congreso y que llegaron a aprobar en comisiones la llamada “reforma tributaria”, es una prueba más de las dudas que él genera hasta en esas instancias.  Tal rechazo no viene sólo de la atroz “reforma tributaria”. La “paz total”, la amnistía para los jefes del ELN y de las “disidencias” Farc y del Clan del Golfo, y para los agresores y homicidas detenidos durante las sangrientas asonadas de 2021, que Petro trata de hacer aprobar, es otro motivo de roce entre los apoyos de Petro, pues esa orientación significa que quien delinque gana y los votantes de esos partidos cobrarán tal aberración en las elecciones locales del año entrante.

El presidente está cambiando por vías de hecho el estatuto de la fuerza pública. A finales de agosto fue a Ituango (Antioquia) a agitar las facciones petristas y amarrar la capacidad de las fuerzas militares y de policía. Dijo allí que en los 65 municipios donde “sabemos que hay violencia” la fuerza pública debe “obedecer al alcalde” y al “puesto de mando unificado” convocado por éste. “Es el alcalde el que debe mandar”, asestó el mandatario (1). Petro ordenó que, en esos municipios, azotados por guerrillas que asesinan defensores de derechos humanos, la fuerza pública evite los “mecanismos de guerra”.

Petro se burla de la Constitución Nacional. Esta dice que “las fuerzas militares tendrán como finalidad primordial la defensa de la soberanía, la independencia, la integridad del territorio nacional y del orden constitucional”. En ninguna parte dice que las fuerzas militares dependen de los alcaldes. Petro rompe así el lazo nacional que existe entre el Ejército y la Nación y trata de convertir las fuerzas militares, sobre todo en los lugares donde éstas son más necesarias, en una tropa local desarmada, aislada, en un aparato subalterno, sin visión estratégica y al servicio de gamonales y alcaldes. Así avanza la desaparición de las fuerzas armadas de la República.

La “paz total” también mostró su verdadero carácter este 20 de octubre. Gustavo Petro, se reunió con los indígenas emberá que la víspera habían vandalizado el centro de Bogotá, destruyendo el parque de Santander y ventanales de la torre de Avianca. Encapuchados con botas de combate, estacas y piedras, y mujeres utilizando niños como escudos humanos, atacaron a los guardianes del orden y dejaron un reguero de 27 personas heridas, 14 de ellos policías, así como peatones y empleados de la Alcaldía y de la Personería de Bogotá. Ese derroche de barbarie fue el resultado del discurso de Petro en Caldono (Cauca) sobre los “fascistas” que no lo dejan gobernar.

En lugar de criticar la agresión a los civiles y a los policías, Petro recibió a los voceros de los amotinados horas después y les dijo que el culpable de todo es el Estado colombiano: “Un Estado que vuelve víctimas a las víctimas”. Y agregó: “[los emberá] se sienten engañados en su dignidad. Cada vez que los golpean vienen más a Bogotá”. Petro olvidó decir que el ELN, las Farc-disidencias, los narcos y otras bandas ilegales, no el Estado colombiano, son los que golpean esas comunidades. Olvidó decir que los emberá deben regresar a sus territorios en el sur del país y no brutalizar a Bogotá ni insistir en hacinarse en albergues improvisados e insalubres. Ni Petro ni sus ministros pudieron formular las bases de la solución a la emergencia humana de La Rioja. Esa situación no le importa a Petro. Lo central es seguir la vía de Evo Morales: inflamar al país usando a los indígenas como garrote y masa de maniobra.

La pregunta es: ¿hay una sola posibilidad de que Gustavo Petro revise sinceramente, y sin perder tiempo, sus irracionales esquemas para impedir el derrumbe del modo de vida, de la salud, de la nutrición de la población y de la economía del país?  Lo que hemos visto hasta hoy no permite pensar eso. Petro debería más bien renunciar a su cargo. Colombia debe ser gobernada, no empujada a mansalva por gente impregnada de ideologías disolventes y suicidas.

(1).- https://www.elcolombiano.com/colombia/gustavo-petro-dijo-que-la-fuerza-publica-tiene-que-obedecer-a-los-alcaldes-cuando-citen-a-pmu-por-la-vida-OP18535083

 
Publicado en Columnistas Nacionales

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