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Pedro Aja Castaño   

Este escrito me lo inspiró el haber asistido virtualmente  a la misa de los domingos por el canal RCN a las 9 a.m.  El sacerdote nos recordó la Parábola del Buen Samaritano de Lucas 10:25-37 que dice así:

En esto se presentó un experto en la ley y, para poner a prueba a Jesús, le hizo esta pregunta:

—Maestro, ¿qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?

 Jesús replicó:

—      ¿Qué está escrito en la ley? ¿Cómo la interpretas tú?

Como respuesta el hombre citó:

—“Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con todo tu ser, con todas tus fuerzas y con toda tu mente”, y: “Ama a tu prójimo como a ti mismo”.

 —Bien contestado —le dijo Jesús—. Haz eso y vivirás.

 Pero él quería justificarse, así que le preguntó a Jesús:

—      ¿Y quién es mi prójimo?

 Jesús respondió:

—Bajaba un hombre de Jerusalén a Jericó, y cayó en manos de unos ladrones. Le quitaron la ropa, lo golpearon y se fueron, dejándolo medio muerto.  Resulta que viajaba por el mismo camino un sacerdote quien, al verlo, se desvió y siguió de largo. Así también llegó a aquel lugar un levita y, al verlo, se desvió y siguió de largo.  Pero un samaritano que iba de viaje llegó a donde estaba el hombre y, viéndolo, se compadeció de él.  Se acercó, le curó las heridas con vino y aceite, y se las vendó. Luego lo montó sobre su propia cabalgadura, lo llevó a un alojamiento y lo cuidó.  Al día siguiente, sacó dos monedas de platay se las dio al dueño del alojamiento. “Cuídemelo —le dijo—, y lo que gaste usted de más, se lo pagaré cuando yo vuelva”.  ¿Cuál de estos tres piensas que demostró ser el prójimo del que cayó en manos de los ladrones?

—El que se compadeció de él —contestó el experto en la ley.

—Anda entonces y haz tú lo mismo —concluyó Jesús.

En el Nuevo Testamento,  según Jesús de Nazaret, el prójimo es ‘el otro’ al que hay que amar,  sea o no hermano. Es decir,  al encontrarse dos seres humanos, son prójimo el uno del otro, independientemente de sus relaciones de parentesco o lo que uno de ellos pueda pensar del otro. En este caso, samaritanos y judíos tenían diferencias importantes que los enemistaban.

Entonces el sacerdote  nos habló del ASCO SOCIAL,  y esto dicen los especialistas: “Existe un debate sobre si ciertas formas de asco social e interpersonal (sentirse disgustado por la apariencia, acciones, ideas o posición social de otra persona) son aprendidas y específicas de la cultura o si existen de alguna forma en todas las culturas.” Debido a esa actitud emocional llamada ‘asco social’ muchas personas pueden sufrir persecuciones, ser objeto de burlas, discriminación, ataques, etc.

Ahora bien, el asco es una fuerte emoción de defensa o supervivencia frente a algo que puede dañar; por ejemplo un mal olor; el rechazo de alimentos desagradables;  o que afecten el sentido del gusto. Y ese asco se puede elaborar y asociar con elementos morales. Por ejemplo, el asco ante una acción tan denigrante que nos hace vomitar.

En el pasaje evangélico al evitar el escenario de dolor y sufrimiento,  el sacerdote y el levita, lo hicieron por evitar ensuciarse con el hermano herido, o comprometerse con algo. Hoy en día nadie querría estar en la escena de un crimen, sin que haya testigos, para no ser acusado de algo.

En cambio,  el amor compasivo del samaritano buscó aliviar  el sufrimiento del otro, porque él también había sufrido; y  aprendió a abrirse, no a cerrarse, o defenderse ante lo desagradable,  evitándolo constantemente. De esa forma,   el samaritano se preparó para enfrentar  directamente las cosas inesperadas   que el presente nos depara. Para ello el samaritano superó esa incomodidad y tuvo compasión. Esto nos enseña mucho. ¿Cómo miramos o consideramos a los otros y basados en qué?

Hoy en día entre círculos de un cierto pensamiento sensible se habla del “asco moralizado” que es el provocado por ofensas y transgresiones sociomorales. Se discute que pese a que el asco comenzó como un mecanismo de defensa del cuerpo y originariamente lo provocaban contaminantes animales específicos, se ha transformado y puede ser ocasionado por elementos desvinculados de lo orgánico y animal; como las nociones abstractas de rechazo frente a la violación de reglas morales.

Por ejemplo, mucha gente se reconoce asqueada por el racismo, por la tortura o por actos de violencia injustificada. Según estos autores, en tales casos el asco estaría asumiendo el papel de protector de la dignidad humana en el orden social; es un modo de rechazo de actitudes valorativas consideradas degradantes y diferentes del propio criterio considerado más humano e incluyente.

De esa manera, la internalización moral de lo malo e incorrecto, ya no tiene una valoración abstracta sujeta a la interpretación de cada quien, sino que muestra un testimonio físico innegable y contundente. Por lo que tampoco  debemos ignorar que todo lo malo y oculto que comete la persona contra los otros o sí misma, tiene repercusiones silenciosas en su sanidad mental y muchas veces es la causante de enfermedades y padecimientos.

Por otra parte,  nos causa admiración y respeto el saber que para demostrar el amor que Dios le tiene al ser humano, Dios se encarnó en Jesús y superó el ASCO SOCIAL Y EL MORAL. De ahí que, como muestra de amor real, no de una supuesta posición política de amor, Jesús se acercara y curara a todos aquellos rechazados por la sociedad: el leproso, por ejemplo.  Además,   acogió a los pobres con amor, alimentando a una multitud. En su grupo aceptó mujeres, una decisión  impensable en aquel momento, hasta alguna de dudosa reputación. Conminó a Pedro a que perdonara a su agresor, 70 veces 7; es decir, siempre; perdonó a un ladrón arrepentido en el momento de su muerte, sin necesidad de que hiciera un proceso elaborado de confesión de sus pecados porque Dios ve la INTENCIÓN GENUINA  de aquel que se arrepiente.

Ahora bien, ¿Qué hizo el buen samaritano? Mediante el AMOR COMPASIVO  superó el asco social y desembocamos entonces en una posibilidad de transformación de la JUSTICIA SOCIAL, no de un derecho que se otorga o reclama, sino en el reconocimiento de la verdadera fraternidad entre los hombres. ¿Qué es la justicia social?  

Se basa en la igualdad de oportunidades y en los derechos humanos, más allá del concepto tradicional de justicia legal. Está basada en la equidad y es imprescindible para que cada persona pueda  desarrollar su máximo potencial  para una sociedad en paz. Y eso está bien entre desconocidos.

¿Pero qué sucedería si la justicia social se ejerciera debido al AMOR INCONDICONAL  de un ser humano por el otro, lo cual nos haría  a todos hermanos y el beneficiado lo recibiera con igual actitud de amor agradecido hacia el benefactor?  Así se construiría  un AUTÉNTICO RECONOCIMIENTO DE LO HUMANO, no un derecho,   ejercido no mediante una sanción social o legal, sino como algo normal de lo que el ser humano es capaz. Y todo comenzaría con sentir compasión por el otro, que si no se siente espontáneamente, se podría enseñar desde niño, dándole sus padres el ejemplo. De esa manera se internalizaría sin ningún discurso moral.

Por otra parte, quiero resaltar algo. ¿Qué sucedería si usted observara que se maltrata u ofende al mejor vecino del barrio; ese que es bueno con todos, que saluda, no habla mal de nadie, que trabaja por los pobres, pero igualmente sirve con respeto y cariño hacia los ricos? ¿Qué sentiría usted  si, a pesar de no conocer personalmente a ese ciudadano, se entera de esa conducta ignominiosa? Una persona normal  rechazaría esos actos inhumanos. Ha sucedido recientemente  en  Japón con el asesinato de Shinzo Abe. Hasta sus enemigos, por un momento, sintieron asco moral contra ese acto. ¿Por qué surge ese asco?

Porque en el fondo de todo ser humanos está el Dios que nos creó para ser felices. Y ese Dios rechaza todo lo malo.  Pero ese Dios ha sido opacado mediante teorías; ha sido remplazado o alojado, supuestamente, en el inconsciente de la humanidad. Mentira. Actúa cuando usted va por la calle y mira al hermano venezolano, no como un mendigo o refugiado, sino como un ser humanos que sufre como usted. Cuando  actúa con cortesía; cumple la ley, se comporta honestamente; es decir, cuando obra con el bien para  TODOS, hasta sus enemigos.

Y ese asco ocurre, porque quien inspira todas esas acciones es nuestro mejor amigo, Dios. Entonces me pregunto ¿Por qué muchos lo rechazan, si nos ha dado todo lo que tenemos adquirido con las habilidades humanas que Él nos dio? Quizá, porque no lo conocen; pero han oído hablar de Él. Y no creo que digan nada malo. ¿Por qué no se acercan a conocerle mejor? Una iglesia o una biblia podrían ser un inicio para un buen día tener una relación personal con Él.

Ahora bien, cuando el buen samaritano se compadeció de su enemigo, debido a que se le había enseñado asco social hacia esa persona, ese personaje humilde dio el primer paso hacia el Derecho Internacional Humanitario (DIH)  que es  el conjunto de normas que, por razones humanitarias, trata de limitar los efectos de los conflictos armados. Protege a las personas que no participan o que ya no participan en los combates y limita los medios y métodos de hacer la guerra.

Pero para que ese DIH  sea real, debe bajar del mundo abstracto de  la cabeza y alojarse en el corazón sintiente de todas las personas, incluso en el de  los ciudadanos que leen las noticias o las asimilan frente al televisor. Ese es el regalo que Dios nos ofrece a cada uno de nosotros con el acto bueno, desinteresado, real, que damos o recibimos en la mente o en lo visible. No lo olvide, practíquelo,  y será feliz.

Esa es la verdadera justicia social que sustentaría las distintas variedades de la misma;  y haría creíbles las buenas intenciones de quien la da o la recibe, remplazando  con creces el mucho o poco beneficio material que se recibe.  El amor compasivo del buen samaritano es la clave para superar el asco social o moral y llegar al que verdaderamente necesita amor y ser retribuido por ello porque se hizo de manera espontánea. Para finalizar doy un ejemplo de esa recompensa, única en el planeta, que yo sepa.

Oí esta historia, contada con mucho respeto, y que no se ha difundido en las redes, pues la escuché hace algunos años, antes de que ese manicomio se pusiera de moda.  En alguna ocasión una señora compasiva entró a un supermercado en donde había un puesto de Balotto. Era de noche. Observó a la vendedora cansada, y pensó: “Pobrecita esa mujer; debe estar exhausta; y ahora tendrá que coger transporte.” (Lo que pensó lo dijo después a sus allegados.) Y decidió, cuenta, comprarle el Balotto para ayudarla. Se acercó y le dijo: “Deme un Balotto y escoja usted los números.” Tan poca importancia le daba al asunto. Pues la señora se ganó el Balotto. Ella llegó a la conclusión de que Dios escucha nuestros pensamientos y le creo.

Porque personalmente puedo dar testimonio de lo que sigue. Hace un tiempo me contó mi madre que siendo de noche, en Barranquilla, hace muchos años, rezaba el rosario sentada en una mecedora en la terraza del frente de la casa que daba a la calle, para defenderse del calor. Tenía colgada una cadena de oro momposino con un hermoso crucifijo que había decidido que sería para mí, pero no se lo había dicho  a nadie.

 Venía por la acera un ladrón de barrio que al acercarse  le vio la cadena y el crucifijo;  se acercó,  le dio el zarpazo, le arrancó el preciado y pequeño tesoro devocional y salió corriendo. Mi madre alcanzó a decirle: “Que Dios te bendiga y ojalá lo aproveches.” (Dios sabía que no aprovecharía la devoción al crucificado.) Y entonces mi madre se dio cuenta que el ladrón no se había llevado el crucifijo, sino solo la cadena, porque el crucifijo había caído en el escote del vestido de mi madre. Eso me ha llevado a la conclusión y prueba que Dios conoce nuestros más íntimos deseos y, si son loables y desinteresados, los cumple. Mi madre había observado mis pequeños pasos hacia la piedad y quiso ayudarme. Dios estuvo de acuerdo.

Publicado en Columnistas Nacionales

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