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Juan David Escobar Valencia

Sin electricidad, Victor Frankenstein hubiera sido un fracasado reciclador de humanos que, aunque encontró partes para armar un humanoide —menos un nombre, aunque fuera de segunda mano, para bautizar a su hombre fusión—, solo hubiera superado en los circos y espectáculos de fenómenos de la era victoriana a las sirenas de Fiyi, unos espantosos objetos que fabricaban cosiendo la cabeza y torso de un simio pequeño con la mitad posterior de un pez.

La “chispa de la vida”, y no hablo del líquido precioso y burbujeante envasado en una botella subliminalmente femenina que hubieran querido descubrir los alquimistas, es la electricidad, que, gracias a quienes no murieron en el intento de domesticarla, permitió, junto con la máquina de vapor, convertir desde hace pocos siglos a los humanos en algo distinto a los otros animales, aunque no por ello mejores.

Prácticamente, todos los descubrimientos humanos, como cosas en la vida, tienen facetas buenas y malas, pero la existencia de las últimas, si son menos que las primeras, no justifican que nos privemos de ellos. Seguramente, la electricidad no es la invención favorita del que espera ser ejecutado en la silla eléctrica, y todos los días maldigo a mi vecino, sordo y de pésimo gusto, que cree que el reguetón es música y mejora si la pone a todo volumen. Pero, aunque para librarme de su “ruido” por momentos me gustaría que explotara el transformador de la cuadra donde vivo —que, por cierto, lo hace con tanta frecuencia que debería avergonzar a mi proveedor de energía, como si tener a quienes son su gerente y presidente de la junta directiva ya no fuese suficiente vergüenza—, no sería fácil concebir mi vida actual sin electricidad.

Dicen que la voluntad es una fuerza más poderosa que el vapor y la electricidad, pero sin electrones “pogueando” frenéticamente por cables de cobre, necesitaríamos mucha fuerza de voluntad para no aburrirnos colosalmente. Volveríamos a las épocas en que la gente se acostaba temprano a reproducirse sin control a falta de electrodomésticos que les permitieran ver que existía un mundo más allá del horizonte ofrecido por sus ventanas, que no todos pensaban lo mismo que los de su vereda y que hay otros con esposas más bonitas que la suya. Dirán que los libros son un buen reemplazo de la televisión y, sin duda, son rosetones no resplandecientes al más allá y a usted mismo, pero es que a la luz de las velas yo estaría más cegatón de lo que estoy ahora.

Tan importante es la electricidad para los humanos modernos que se incluyó su acceso como uno de los Objetivos de Desarrollo Sostenible, el 7 para más precisión. Y como las buenas noticias no son noticia, por eso no nos contaron que vamos avanzando más de lo esperado. El año anterior debió actualizarse dicho objetivo, pues el número de personas sin electricidad pasó de 1.200 millones a 759 en la última década. ¡Que viva la electricidad!

https://www.elcolombiano.com/, Medellín, 10 de enero de 2022.

Publicado en Columnistas Nacionales

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