El riesgo que corre Colombia es que termine por imponerse un modelo desquiciado que la lleve hasta el abismo. La radicalización de Gustavo Petro en las últimas semanas apunta a que ellos necesitan imperiosamente apretar el acelerador. Que su proyecto hegemónico tiene que someter a las múltiples voces que cuestionan su empeño en querer implantar un totalitarismo en la nación. Saben que la sociedad colombiana los rechaza de manera absoluta. Que la obra de gobierno es simplemente nula.
Los ciudadanos no progresan con discursos embriagados de atisbos revolucionarios. La gestión es solo un melodrama barato de promesas baladíes que se las ha llevado el viento. Les toca entonces buscar radicalizar la situación hasta llevarla a la crispación. El concepto de paz les incomoda hasta el punto de negarla. Su plan es alimentar la controversia de manera paulatina. Mostrar cada vez más el pasado guerrillero, reivindicar la historia guerrilla para irla vendiendo como lumínica. No es casual la reaparición del terrorista Iván Márquez dando impresiones sobre el proyecto presidencial constituyente. Un asesino hablándonos de libertad y democracia.
Se tiene que ser bien cara dura para tratar de dictar normas de moral a quien precisamente carece de ello. Los demócratas están obligados a salirle al paso a semejante pretensión: una estrategia de largo aliento tratando de sembrar una semilla que hace décadas la sembraron con sangre.
@alecambero