Los ataques diarios e inmemoriales a Israel, perpetrados por Hamás (Fervor) o Movimiento de Resistencia Islámica, son tan solo efectos episódicos pero recurrentes de una causa endémica: La Fe.
Para realizar un riguroso análisis de las causas que originan el conflicto entre Israel y Palestina, o mejor, entre judíos y musulmanes, es necesario partir de premisas ciertas como son:
- Hamás, es una facción criminal que se autoproclama Yihadista e islámica, que tiene por meta, el establecimiento de un Estado Islámico en la región de Palestina, que comprendería los territorios de Israel, Cisjordania y la Franja de Gaza, y que sus acciones terroristas son fundamentalistas por responder a lo que ellos llaman “Guerra Santa” o “Yihad”.
- Si bien es cierto que Hamás no representa al pueblo palestino y son muchos los palestinos que reprueban sus actos criminales, también es cierto, que muchos son silentes o neutrales ante sus actos de terror y barbarie.
- Contrario a lo que algunos afirman tratando veladamente justificar la violencia terrorista islámica, el conflicto en el medio oriente, más que de tierras, es de fe, y no solo involucra al pueblo palestino, es alentado por las naciones islámicas con gobiernos teocráticos que rodean por los cuatro flacos al Estado de Israel.
- El 29 de noviembre de 1947 la Asamblea de las Naciones Unidas aprobó la Resolución 181 no vinculante, que recomendaba una solución para poner fin al conflicto territorial entre judíos y árabes en la región de Palestina que en esos momentos se encontraba bajo la administración británica, mediante el fraccionamiento del territorio en dos Estados, uno judío y el otro palestino islámico, y una zona bajo control internacional que comprende las ciudades denominadas “santas” de Jerusalén y Belén.
- La Resolución 181 de 1947 no tuvo buen recibo británico y los países árabes no solo la rechazaron, sino que además, les sirvió de motivo para desatar al día siguiente de su aprobación una confrontación civil en el territorio, con lo que se dio inicio la llamada Guerra Árabe- Israelí de 1948 y a los sucesivos enfrentamientos entre Musulmanes y Judíos, entre otros, la Guerra de los Seis Días de 1967, la Guerra del Desgaste de 1967 a 1979, la Masacre de Múnich de 1972, la Guerra de Yom Kipur en 1973, y muchos más de manera ininterrumpida los que se mantienen hasta el día de hoy.
- Que no han sido pocas las resoluciones de las Naciones Unidas proferidas para intentar resolver el conflicto en Palestina, las que, en su mayoría no han sido acatadas por Israel como tampoco por la Autoridad Nacional Palestina.
- Si bien el conflicto árabe-israelí, aparentemente se origina en una disputa territorial, su verdadera causa es religiosa y confesional, así muchos no lo quieran reconocer y admitir.
Los permanentes atentados terroristas de Hamás y los ocasionales de Hezbolá (Partido de Dios) contra Israel, y la respuesta a ellos, por cruentos y costosos en vidas y recursos, concita el interés de muchos, divide o alinea opiniones, desahoga pasiones y sirve para tratar de justificar discriminaciones y xenofobias.
Los comentarios objetivos o sesgados sobre los efectos que suscita este endémico desencuentro, nos alejan del análisis del origen de su honda y verdadera cimiente que no es otra, que el fanatismo religioso.
Y es que el fanatismo religioso, sutil o abruptamente, antes que hermanar y conciliar diferencias, distancia y aniquila la esperanza de una convivencia pacífica y civilizada.
La paz y el respeto por los semejantes, deberían ser la meta cimera de toda postura espiritual y religiosa, bien sea, confesional, agnóstica o atea, y su búsqueda, no debería requerir convalidación doctrinaria alguna. Pero eso no sucede. No son pocos los predicadores incendiarios y los falsos académicos que se valen de las creencias religiosas para alentar prevenciones y para desahogar pasiones, odios y resentimientos.
Como si no fueran suficientes, las profundas diferencias sociales y económicas del mundo, la fe es fuente de discriminación, persecución y aislamiento. Desde tiempos inmemoriales el disenso religioso ha provocado tensión, amenaza, exterminio y guerra.
Los fanáticos obsecuentes a cualquier tipo de credo que se torne absolutista, niegan la posibilidad a los demás de profesar una fe distinta a la propia, y si alguna persiste, se le ridiculiza, irrespeta y combate.
El absolutismo religioso no conoce de razón, caridad y tolerancia cuando está en juego la certeza de la fe. En contraste con sus postulados teológicos y teleológicos, sus manifestaciones beligerantes son contrarias al anhelo de todo credo racional como es el de dignificar la vida.
La guerra envilece la vida, empequeñece a la especie humana y testimonia la victoria de la pasión sobre la razón. Pero también, la guerra puede ser justa, legítima y necesaria, si agotada la disuasión, resulta indispensable para evitar o conjurar daño o abuso injusto proferido por un ajeno.
La declaratoria de guerra de Israel a Hamás es justa, legítima y necesaria, como mecanismo infortunado pero extremo para neutralizar los ataques sistemáticos, irracionales y cruentos, que desde 1947 padece de manos de facciones terroristas islámicas, y de los cuales el mundo no tiene clara memoria. Si bien la guerra entre Israel y Palestina en nada resuelve el origen de su causa, si asegura el mantenimiento de un status quo que no deja de estar amenazado.
Muchos no saben que, desde 1948, Israel confronta movimientos dogmáticos islámicos, que solo admiten su credo, y que condicionan su vigencia a la destrucción de todos los credos o sistemas de gobierno distintos a la “teocracia islámica”, lo que implica, reconocer la diversidad, pero no admitirla.
Provocar una guerra por no admitir la coexistencia de una fe distinta, es negar la diversidad y el pluralismo, arrogarse la verdad e incurrir en desquiciado mesianismo.
Que nadie olvide, los cuatro atentados del 11 de septiembre de 2001 y el derribamiento de las torres gemelas en New York que ocasionó la muerte de 2.996 personas a manos de Al Qaeda, grupo terrorista islámico y yihadista. Tampoco se debe olvidar, el atentado al Word Trade Center de 1993 perpetrado por terroristas islámicos, como tampoco, tantos otros atentados aleves a la paz mundial.
No debemos vacilar en afirmar que, todos los movimientos, grupos o formas de gobierno que pretendan imponer ideas, credos o convicciones únicas, mediante el uso del nombre de Dios, la coacción o la fuerza, son inaceptables y espurios.
Los regímenes totalitarios encuentran nutriente en la falta de educación, en la divergencia de la fe y en la interferencia a la autodeterminación ajena, para intentar legitimar sus causas extremas, propias de mentes enfermas o cegadas por la irracionalidad y la brutalidad, o, para intentar suplir sus limitaciones e incapacidades en términos de progreso y desarrollo.
Así resulte crudo decirlo, el atraso y el subdesarrollo de la mayoría de las sociedades teocráticas en todo el mundo salvo contadas excepciones, contrasta con el desarrollo, progreso y avance de las sociedades democráticas en las que la religión no tiene influencia en el Estado y el gobierno, salvo Israel que es probablemente la excepción a la regla, y en donde tiene cabida en su sociedad, la libertad y todo tipo de vertientes y partidos políticos, así como ciudadanos judíos, cristianos, católicos, musulmanes, armenios y hasta bahahistas, al punto que esta religión tiene su templo mundial en la ciudad de Haifa.
Solo, con la separación de la religión de los asuntos del Estado y con el influjo de la educación, la humanidad logrará neutralizar el fanatismo de los credos intolerantes, y, entre tanto suceden estos milagros humanos, seguirán las “Guerras Santas”, y los seres humanos para evitarlas, deberemos dejar de discriminar para no ser discriminados.
*Rafael Rodríguez-Jaraba. Abogado Esp. Mg. Consultor Jurídico. Asesor Corporativo. Litigante. Conjuez. Árbitro Nacional e Internacional en Derecho. Profesor Universitario. Miembro de la Academia Colombiana de Jurisprudencia.