En el presidente parece que el tiempo se detuvo en una órbita lejana en donde se aposenta el romanticismo revolucionario. Es más que evidente que gobernar es un yerro que acumula nuevos errores. No comprende que deben respetarse los poderes públicos. Que intentar someterlos es propio de un autócrata egocéntrico que cree que los mismos deben rendirle pleitesía a su majestad. Sueña con manejar la libertad de Colombia desde un puño. Someterla hasta que la misma sea una cantaleta de palabras rebuscadas en la plaza pública.
La nación sufre la exaltación mágica de la violencia como el viejo instrumento de lucha del presidente Gustavo Petro. Ese sentimiento del pasado pesa en su conducta. Para poder administrar para todos su ejecutoria es sumamente errónea. Su ideología la mueve hacia el álbum de recuerdos. En la amarillenta hoja de servicios está el campamento guerrillero. Una gestión llena de escándalos.
Las frustraciones en un año de gobierno han marcado la vida de los colombianos. La narrativa revolucionaria sigue haciendo fantasías que no se traduce en bienestar para la población. Colombia no desea una revolución. Está muy cercana la historia reciente de Venezuela. Verse en el espejo del vecino es observar la verruga en el rostro de la democracia.
@alecambero
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