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Rafael Rodríguez-Jaraba*

Así suene fuerte, es claro que la elección de Gustavo Petro como presidente, evidencia el precario nivel educativo de cerca de la mitad de la población, así como la carencia de una mayor capacidad de análisis y reflexión de la opinión pública colombiana. De no ser así, no se entendería, cómo pudo llegar a la primera magistratura, un sujeto que además de incapaz, es abiertamente mentiroso, belicoso, resentido y vengador.

Lo anterior, también demuestra, que la educación informativa, y, la nueva seudo educación, basada en la posverdad o mentira emotiva, que no es nada distinto a una distorsión deliberada de la realidad, en la que prima las emociones y falsas creencias del mentiroso frente a los hechos objetivos, con el fin de manipular la opinión pública e influir en ella a su favor, tienen supremacía sobre la educación formativa, que es la única capaz de hacer educada y culta a una nación.

Mientras Colombia no modifique los contenidos de su educación, resultará difícil e improbable, que se eleve el nivel cultural de su población y que mejore su criterio selectivo y de exigencia, quedando condenada a que el sistema educativo le siga transmitiendo en su mayoría, conocimientos lineales e inaplicables, y descontextualizados con la realidad actual y la vivencia cotidiana.

Si bien modificar el enfoque y los objetivos de la educación en aras de elevar el nivel cultural de la población es una tarea desafiante y descomunal, y, para realizarla es vital la decidida acción del Estado mediante la creación e implementación de políticas sostenidas en el mediano y largo plazo, no debemos renunciar a esta aspiración, ni desistir de demostrar la necesidad y conveniencia de hacerlo, estando claro, que tan exigente labor, no la emprenderá el remedo de gobierno que padecemos por ser contraria a sus oscuros intereses populistas y al adoctrinamiento de la población.

Lo anhelado sería, que la educación se centrara más en la formación integral de las personas y sus competencias, que en suministrarles conocimientos e informaciones enciclopedistas de escasa aplicación y fácil olvido.

La educación en Colombia, debería orientarse a forjar ciudadanos íntegros y responsables, moderados y prudentes, con capacidad de análisis objetivo y crítico, con visión de futuro e interesados y comprometidos con el desarrollo sostenible de la nación. Está demostrado que el desarrollo de la inteligencia humana es posible, al igual que lo es, la educación y moderación de la conducta y el control de los impulsos primarios.

De igual manera, la educación debería estimular y fortalecer la inteligencia emocional del individuo, para afrontar con valor, decisión y entereza los obstáculos y la adversidad, y valerse del reconocimiento de sus propios errores o desaciertos para adquirir experiencia y mayor destreza. Es imperativo que la educación estimule la confianza, la autoestima y el deseo inclaudicable de superación.

Pero seguimos sin entender, que la educación es la simiente del progreso y que en ella debe primar la formación sobre la información; que requerimos maestros formadores y nos sobran profesores informadores; que la educación debe sembrar virtud en mentes y corazones, y que en ellos debe plantar la semilla del emprendimiento y la superación; que la educación debe estimular la exigencia, la excelencia y la leal competencia; y, que la erradicación de la ideología política en ella, es un imperativo urgente y categórico.

Para terminar esta prédica, recordemos la sentencia de Federico de Amberes, cuando dijo: “A ninguna nación le falta capacidad para progresar, lo que a muchas les falta es decisión para hacerlo”. Luego agregó: “No hay mayor debilidad humana y causa de violencia, corrupción y pobreza, que la falta de educación”.

COLOFÓN.

Recomiendo a mis pacientes lectores ver la serie Downton Abbey. Esta es mi opinión sobre ella.

En contraste con la vulgaridad, torpeza y hostilidad de Petro y su ordinaria banda de esbirros y corifeos del Congreso, así como con la chabacanería, grosería y aspereza que impera en nuestros días, resulta refrescante y reconfortante, introducirse en la biblioteca, comedor, salas, pasillos y cocina de la Abadía Downton, recorrer sus campos y jardines, descubrir el carácter definido y refinado de sus moradores, al igual que sus pliegues y debilidades, y poder advertir, cómo la civilización, la educación, la integridad, los buenos modales y las elegantes maneras, se anteponen a la altanería y la rudeza, todo, en medio de la evolución y modernización de la clásica y desigual sociedad británica.

Es probable que Downton Abbey sea la mejor producción cinematográfica que haya visto en Netflix y probablemente en toda mi vida, incluidas, Casablanca, El Mago de Oz, El Padrino y Lo que el viento se llevó.

Sobrecoge, que algunos colombianos se sientan orgullosos de las narcoseries y pornoseries nacionales, y que éstas sean banderas del cine criollo.

Solo la educación formativa y no la informativa, hace culta a una nación.

*Rafael Rodríguez-Jaraba. Abogado Esp. Mg. Consultor Jurídico. Asesor Corporativo. Litigante. Conjuez. Árbitro Nacional e Internacional. Catedrático Universitario. Miembro de la Academia Colombiana de Jurisprudencia.

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