Lo anterior, también demuestra, que la educación informativa, y, la nueva seudo educación, basada en la posverdad o mentira emotiva, que no es nada distinto a una distorsión deliberada de la realidad, en la que prima las emociones y falsas creencias del mentiroso frente a los hechos objetivos, con el fin de manipular la opinión pública e influir en ella a su favor, tienen supremacía sobre la educación formativa, que es la única capaz de hacer educada y culta a una nación.
Mientras Colombia no modifique los contenidos de su educación, resultará difícil e improbable, que se eleve el nivel cultural de su población y que mejore su criterio selectivo y de exigencia, quedando condenada a que el sistema educativo le siga transmitiendo en su mayoría, conocimientos lineales e inaplicables, y descontextualizados con la realidad actual y la vivencia cotidiana.
Si bien modificar el enfoque y los objetivos de la educación en aras de elevar el nivel cultural de la población es una tarea desafiante y descomunal, y, para realizarla es vital la decidida acción del Estado mediante la creación e implementación de políticas sostenidas en el mediano y largo plazo, no debemos renunciar a esta aspiración, ni desistir de demostrar la necesidad y conveniencia de hacerlo, estando claro, que tan exigente labor, no la emprenderá el remedo de gobierno que padecemos por ser contraria a sus oscuros intereses populistas y al adoctrinamiento de la población.
Lo anhelado sería, que la educación se centrara más en la formación integral de las personas y sus competencias, que en suministrarles conocimientos e informaciones enciclopedistas de escasa aplicación y fácil olvido.
La educación en Colombia, debería orientarse a forjar ciudadanos íntegros y responsables, moderados y prudentes, con capacidad de análisis objetivo y crítico, con visión de futuro e interesados y comprometidos con el desarrollo sostenible de la nación. Está demostrado que el desarrollo de la inteligencia humana es posible, al igual que lo es, la educación y moderación de la conducta y el control de los impulsos primarios.
De igual manera, la educación debería estimular y fortalecer la inteligencia emocional del individuo, para afrontar con valor, decisión y entereza los obstáculos y la adversidad, y valerse del reconocimiento de sus propios errores o desaciertos para adquirir experiencia y mayor destreza. Es imperativo que la educación estimule la confianza, la autoestima y el deseo inclaudicable de superación.
Pero seguimos sin entender, que la educación es la simiente del progreso y que en ella debe primar la formación sobre la información; que requerimos maestros formadores y nos sobran profesores informadores; que la educación debe sembrar virtud en mentes y corazones, y que en ellos debe plantar la semilla del emprendimiento y la superación; que la educación debe estimular la exigencia, la excelencia y la leal competencia; y, que la erradicación de la ideología política en ella, es un imperativo urgente y categórico.
Para terminar esta prédica, recordemos la sentencia de Federico de Amberes, cuando dijo: “A ninguna nación le falta capacidad para progresar, lo que a muchas les falta es decisión para hacerlo”. Luego agregó: “No hay mayor debilidad humana y causa de violencia, corrupción y pobreza, que la falta de educación”.
COLOFÓN.
Recomiendo a mis pacientes lectores ver la serie Downton Abbey. Esta es mi opinión sobre ella.
En contraste con la vulgaridad, torpeza y hostilidad de Petro y su ordinaria banda de esbirros y corifeos del Congreso, así como con la chabacanería, grosería y aspereza que impera en nuestros días, resulta refrescante y reconfortante, introducirse en la biblioteca, comedor, salas, pasillos y cocina de la Abadía Downton, recorrer sus campos y jardines, descubrir el carácter definido y refinado de sus moradores, al igual que sus pliegues y debilidades, y poder advertir, cómo la civilización, la educación, la integridad, los buenos modales y las elegantes maneras, se anteponen a la altanería y la rudeza, todo, en medio de la evolución y modernización de la clásica y desigual sociedad británica.
Es probable que Downton Abbey sea la mejor producción cinematográfica que haya visto en Netflix y probablemente en toda mi vida, incluidas, Casablanca, El Mago de Oz, El Padrino y Lo que el viento se llevó.
Sobrecoge, que algunos colombianos se sientan orgullosos de las narcoseries y pornoseries nacionales, y que éstas sean banderas del cine criollo.
Solo la educación formativa y no la informativa, hace culta a una nación.
*Rafael Rodríguez-Jaraba. Abogado Esp. Mg. Consultor Jurídico. Asesor Corporativo. Litigante. Conjuez. Árbitro Nacional e Internacional. Catedrático Universitario. Miembro de la Academia Colombiana de Jurisprudencia.