Todo esto, mientras la ministra de Trabajo, Gloria Inés Ramírez, dice en Caracol Radio que lo que hay en Nicaragua es una “democracia”. ¿Estamos ante un cambio diplomático que no ve con malos ojos los horrores que ocurren en Nicaragua y en otros países de la región?
Mientras el presidente Petro se apresura en firmar una misiva interviniendo en el proceso judicial contra Cristina Fernández en Argentina, su silencio sobre Nicaragua habla con angustiante elocuencia. ¿Se vale intervenir en los asuntos internos de unos países, pero no de otros? ¿Con qué criterio? ¿Acaso los asesinatos de estudiantes en Nicaragua no merecen una protesta? ¿Y qué tal la persecución del régimen a miembros de la Iglesia? ¿O el encarcelamiento de candidatos presidenciales? El silencio en todos estos casos, para una Colombia que se anuncia como potencia de vida y del respeto a los derechos humanos, es vergonzoso.
También es muy problemático que la Cancillería y el embajador ante la OEA, Luis Ernesto Vargas, hayan querido desviar la atención con excusas peregrinas. Vargas había dicho que el problema era que no estaba posesionado como embajador y mandó a sus críticos a “investigar”. Mientras tanto, el canciller Álvaro Leyva guarda silencio, pero no pierde tiempo en defender públicamente a Jesús Santrich, quien fue uno de los fundadores de la disidencia de Iván Márquez y traicionó el Acuerdo de Paz, más allá del escándalo puntual con el fiscal del momento. Según la respuesta al derecho de petición enviado por Noticias Caracol, Leyva sí fue consultado sobre la presencia del país en la reunión y dio el aval para no asistir. ¿Dónde queda la transparencia?
Entendemos que haya consideraciones para la posición diplomática de Colombia. Después de todo, tenemos pleitos internacionales con Nicaragua que necesitan un acercamiento entre los gobiernos. Sin embargo, eso no significa que debamos ser cómplices de las graves violaciones a los derechos humanos. El compromiso de Colombia con la Carta Democrática ha sido un acierto a lo largo de los años. No solo eso: entender que lo que ocurre en la región nos compete, que allí donde haya abusos tenemos que hacer presencia diplomática, es un principio básico de nuestra democracia. La mirada internacional fue clave durante el paro nacional colombiano, pero ahora nuestro Gobierno parece preferir un silencio cómodo.
Si así va a ser el giro diplomático, deja mucho que desear. La democracia y los derechos humanos deben defenderse siempre que sea necesario.
¿Está en desacuerdo con este editorial? Envíe su antieditorial de 500 palabras a Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo..
Nota del director. Necesitamos lectores como usted para seguir haciendo un periodismo independiente y de calidad. Considere adquirir una suscripción digital y apostémosle al poder de la palabra.
https://www.elespectador.com/, Bogotá, 30 de agosto de 2022.