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Luis Guillermo Vélez Álvarez*

El gobierno se instituye para proteger la vida, la libertad y la propiedad de los ciudadanos. El poder requerido para cumplir esa tarea puede ser utilizado para asesinar ciudadanos, privarlos de su libertad y despojarlos de su propiedad. El gobierno no es una elaboración divina, dotada de omnisciencia y bondad, sino una organización humana, donde las decisiones son tomadas por seres humanos, ni mejores ni peores que los demás.

De ahí la desconfianza del liberalismo clásico frente al gobierno, que Stuart Mill expresara con singular crudeza:

“El verdadero principio de un gobierno constitucional exige que se presuma que se abusará del poder político para alcanzar los objetivos particulares de quien lo detenta, no porque siempre sea así, sino porque esa es la tendencia natural de las cosas, y en la protección contra esto radica la utilidad específica de las instituciones libres”.

La separación de poderes, el principio de legalidad, la libertad de prensa y las elecciones periódicas libres son las instituciones que ponen límite a la tendencia de los gobernantes a la rapacidad y la opresión, lo cual, juicio de Mill, impide la creación de riqueza aún más que la misma anarquía:

“la opresión del gobierno, cuya fuerza es casi siempre irresistible para el individuo [...], produce efectos más funestos sobre las fuentes de la prosperidad nacional que la ausencia de leyes y los desórdenes”.

A lo largo del siglo XX la desconfianza en el gobierno se fue debilitando y progresivamente se transformó en la adoración casi incondicional que hoy se le tributa al Leviatán en casi todos los países capitalistas y por parte de la mayoría de las fuerzas políticas y sociales. Es probable que esto sea una consecuencia del prodigioso crecimiento del tamaño del gobierno en las democracias liberales, es decir, del crecimiento del Estado asistencialista y de la extensión de la regulación a todos los aspectos de la vida económica y social.

Ese crecimiento del gobierno no ha sido resultado de la imposición violenta ni del manejo mañoso de los políticos. El gobierno ha crecido, principalmente, en respuestas a demandas de más gobierno libremente expresadas por los ciudadanos en votaciones. Aunque sus objetivos sean contradictorios, la mayoría de los ciudadanos son adoradores del gobierno y creen que está en condiciones de resolver los problemas económicos y sociales solo con “voluntad política”. La demagogia de los políticos de todos los partidos y tendencias ideológicas alienta esa ilusión. Esto produce cierta predisposición al totalitarismo.

En Colombia, esa inclinación se ve reforzada por el debilitamiento de la separación de poderes, resultado de la politización de las altas cortes, obsesionadas con la implantación de la “justicia social”; por la presión de los burócratas, ocupados principalmente en mantener su empleo, percibir su salario y llegar a la jubilación; por el interés común de los políticos de todas las ideologías y sus clientelas de vivir a expensas de los impuestos pagados por los electores y por el servilismo frente al poder de gran parte de la prensa

https://www.elcolombiano.com/, Medellín, 20 de junio de 2022.

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