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Beatrice E. Rangel*

Pocos días quedan para el fin de la Administración Duque en Colombia y a juzgar por lo que leemos en los medios locales su pueblo no ha caído en cuenta que se trata de uno de los mejores gobiernos de la historia de esa nación suramericana.

En efecto, Colombia ha sido una de las naciones de crecimiento modesto en América Latina por tres razones fundamentales. La primera su compleja geografía que demanda inversiones inmensas en infraestructura. Estas inversiones son la única manera de integrar económicamente una nación que está dividida en tres regiones por la presencia de elevadas cadenas montañosas. La segunda es la ausencia de depósitos significativos de combustibles fósiles. La tercera baja inversión en capital humano.

De allí que el relanzamiento económico del país en esta era de globalización demandara la confrontación de estos tres retos. Y resulta que el Señor Iván Duque lo ha hecho. Y ha plantado una pica en Flandes para revertir los efectos nocivos de estas debilidades sobre el desarrollo futuro de Colombia. Pero a juzgar por la conducta del electorado y las columnas de la opiniocracia el Sr Duque no ha hecho nada en cuatro años.

Y resulta que cuando uno pide estadísticas encuentra datos inusitados. La administración Duque construyo 41 carreteras en cuatro años. Y en lo que al capital humano se refiere los logros son sencillamente impresionantes. Se redujo en 20% la tasa de pobreza y la informalidad laboral. Se desarrolló una red de protección social que cubre 11 millones de hogares que estaban en situación de pobreza extrema. Se incrementó la matrícula de educación superior en familias de bajos ingresos. Y ese gobierno entrego 50,000 títulos de propiedad rural que permiten a los pequeños productores utilizar sus tierras como garantía para créditos para financiar la cosechas. En síntesis., la administración Duque se avoco a mejorar cada uno de los indicadores de pobreza de Colombia de manera de sentar las bases para el crecimiento de la clase media que es la fuente de la demanda agregada.

Pero hay más. La administración Duque comenzó la misma transición energética que hicieran Costa Rica y Uruguay hace muchas décadas para diversificar su matriz energética, sobreponerse a la escasez de petróleo e ingresar en la economía verde.

Eso si fue una administración baja en la producción de mermelada como llaman en Colombia la compra de favores entre poderes oficiales y facticos. Tampoco gastó en propaganda para sus programas tema que les fascina a los medios impresos y por primera vez en mucho tiempo su gobierno se asentó en el estado de derecho. Es decir, procuró que todos los colombianos fuesen tratados con igualdad ante la ley.

Es cierto que el COVID 19 retrotrajo la tasa de crecimiento y que creó tensiones insostenibles sobre las finanzas públicas provocando inflación y desempleo simultáneamente. Pero ese instante en el recorrido de la administración Duque no elimina su trayectoria libertaria y desarrollista.

Sin embargo, este comportamiento gubernamental no parece ganar dividendos ni en Colombia ni en el resto de América Latina salvo en lugares definitivamente exóticos como Costa Rica, Uruguay y Barbados. Porque la región entera sigue presa de la cultura medieval donde el jefe se impone por la autoridad no por el peso específico y su sequito tiene derecho a toda clase de ventajas y prebendas mientras el resto de la población padece los problemas del subdesarrollo. Y quienes sienten las bases para romper estos esquemas terminan siendo lapidados. En la Edad Media con piedras y hoy con votos.

* Venezolana, radicada en Estados Unidos y nacionalizada allí. Integrante del Consejo de Relaciones Exteriores de Estados Unidos.

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