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Mauricio Botero C.  

Nadie pone en duda que Rusia es una potencia militar. Con más de 7.000 bombas atómicas, Rusia se puede dar el lujo de ser y seguir siendo un bully global. Sin embargo, la economía de esta cleptocracia nuclear es más chiquita que la del estado de Texas. Con más de tres veces la población de España, el ingreso per cápita de los rusos es tres veces menor que el de la península. Pablo Pardo, analista del diario El Mundo, afirma sobre los rusos: “Un país que combina hipernacionalismo político y tercermundización económica es, claramente, un peligro. Y lo es porque tres factores se retroalimentan. Sin nacionalismo, el statu quo económico y el militarismo no tienen sentido; si se reforma la economía, hay que asumir que el país no es una gran potencia, y si se adaptan las fuerzas armadas a las exigencias reales del país, la ideología oficial y el modelo económico dejan de ser sostenibles”.

Al tener una estructura económica y social de las de un país del tercer mundo, el futuro y las perspectivas de Rusia son complejas. Mientras que la expectativa de vida en Colombia es de 74,5 años, en Rusia es de 68,5 años, aún por debajo de Venezuela y ligeramente inferior a Bolivia. En buena parte la decadencia demográfica se relaciona con uno de los niveles más altos de alcoholismo del mundo, añadido a altos índices de muerte prematura. La estructura económica es igualmente frágil y tercermundista. Rusia exporta petróleo, gas natural, carbón y otras materias primas, e importa todo lo demás. En esencia Rusia es una gran compañía minera, una enorme estación de gasolina con ojivas nucleares, que pocas bolas le está prestando a un futuro posfósil. Sobresalen, sin embargo, las ventas al exterior de material bélico, que dependen cada día más de compradores inestables y sinvergüenzas como son Siria y Venezuela. Rusia, sin embargo, ha manejado bien la bonanza temporal de los combustibles fósiles: sus reservas internacionales superan los US$600.000 millones y su deuda interna es menos del 20 % del PIB. Pero el hecho es que la adicción al petróleo, al gas y al carbón es difícil de curar, y Rusia poco está haciendo para desfosilizar su economía.

Hay una pregunta de fondo y es ¿qué tanto podrá hacer Rusia para desestabilizar a Colombia y eventualmente utilizar a Venezuela para invadirnos? El afilado analista Andreas Kraemer, varios años antes de la sangrienta invasión rusa a Ucrania, escribía: “Todos los países deberían prepararse para un comportamiento cada vez más errático, una erosión del Estado en el centro y en la periferia de Rusia, y un elevado riesgo de confrontación militar. Rusia puede exportar inestabilidad, pero esto no tiene ningún valor añadido global; no es un proyecto rentable para la era posfósil”. A Putin no le interesa ni tiene muy claro dónde queda Colombia. Lo que Putin pretende es ser un tábano permanente para EE. UU. Todo lo que pueda hacer este tábano —que tiene 7.000 ojivas— para incomodar a los yanquis, lo hará.

Apostilla: el autor de esta nota ha oído y leído varios argumentos a favor de la invasión rusa a Ucrania. El más peregrino de todos es que Rusia no puede tener en sus fronteras un país que pueda hacer parte de la OTAN. Una vez Rusia anexe a sangre y fuego a Ucrania, uno asume que con este mismo raciocinio van a anexar a Polonia, por ya pertenecer a la OTAN. Una vez incorporada Polonia, viene la anexión de Alemania… Francia… España… ad nauseam. A los rusos les interesa invadir solo a los vecinos.

https://www.elespectador.com/, Bogotá, 06 de marzo de 2022.

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