Me perdonan, ¡pero la comunidad internacional tiene mucho huevo! Las mismas manos que les sirven para aplaudir los esfuerzos de Colombia al albergar a millones de venezolanos parece que no les funcionan a la hora de girar cheques y desembolsar recursos a favor de esta población que la está pasando cada día peor. La plata para sostener a los migrantes la hemos tenido que poner casi en su totalidad los colombianos, sin que haya existido una ayuda efectiva de países donantes para lidiar con este fenómeno. Vean esto: mientras para un migrante sirio la cooperación internacional llega a los 3.000 dólares o para uno de Sudán se invierten casi 1.600, para uno venezolano la ayuda, si acaso, llega a los 300 dólares. Hay un margen de hipocresía gigantesco entre quienes dicen estar aterrados con lo que está pasando de este lado del mundo y quienes efectivamente hacen algo para que las cosas cambien.
Por eso, la canciller y vicepresidenta Marta Lucía Ramírez tiene razón cuando advierte que esta situación se nos está saliendo de las manos y que será difícil enfrentarla si el mundo no vuelve sus ojos hacia nuestro país. El comisionado de la OEA para estos temas, David Smolansky, lo ha dicho ya en varios escenarios: el éxodo venezolano será el más significativo a nivel internacional durante este 2022 y calcula que más de 7 millones de venezolanos estarán por fuera de su país, siendo Colombia el mayor receptor de esta crisis migratoria.
De este lado de la frontera han sido aprobados más de 600.000 permisos temporales para tratar de normalizar la situación de nuestros vecinos. La meta del Gobierno es llegar a 1’800.000, pero la calculadora seguirá sumando y los recursos, finitos como en todas partes, no darán abasto. Además, los colombianos que, al comienzo, fueron generosos con nuestros hermanos desterrados ya están reaccionando adversamente. Según la más reciente encuesta de Invamer, el 68 por ciento de los consultados no están de acuerdo con que se sigan entregando permisos temporales y el 66 por ciento tiene una imagen desfavorable frente a los venezolanos que han llegado a Colombia para quedarse. Estos sentimientos están alimentados en buena parte por la ausencia de una ayuda efectiva del mundo para controlar la situación y también por los delitos en los que, lamentablemente, se han visto inmiscuidos algunos de esos migrantes.
La semana pasada, en conversación con la periodista Diana Coronado, de Noticias RCN, el exdirector de inteligencia del régimen de Maduro Cristopher Figuera le dijo que, como parte de la estrategia consciente de la dictadura, “se habría enviado un grupo numeroso de privados de la libertad desde Venezuela con el propósito de que se metieran en actividades de abigeato, secuestro y extorsión en Colombia”. Todos estos elementos hacen que estemos frente a una bomba de tiempo que en cualquier momento estallará, y nos obligan a preguntarnos por qué no nos ayudan de una manera importante para seguir asumiendo una situación humanitaria a la que no podemos, de ninguna manera, sacarle el quite pero frente a la cual no tenemos la capacidad de responder si seguimos aislados con semejante chicharrón.
Y no. La mejor respuesta nunca será la de levantar barreras y poner trabas para frenar el éxodo, como seguramente propondrán desde el populismo algunos candidatos a los que les parecerá rentable estimular la xenofobia. Y no es efectiva esa salida, primero, porque nuestras fronteras vivas y porosas no se pueden “cerrar” por más que queramos y, segundo, porque tenemos un deber moral y humanitario con quienes necesitan nuestra ayuda. Lo que sí tenemos que hacer es gritarle al mundo que no nos dejen solos y poner en las prioridades del próximo gobierno una ofensiva diplomática que permita atraer recursos frescos para hacerle frente a esta compleja situación.
https://www.eltiempo.com/, Bogotá, 21 de febrero de 2022.