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José Manuel Acevedo 

Mientras Petro y Hernández cabalgan, las dos coaliciones siguen parqueadas.

Pingo: una expresión santandereana usada con frecuencia en mi tierra para describir con cariño, aunque se pronuncie con acento marcado y tosco, a quienes se pasan de bobos o a los que suele faltarles un hervor. Así calificaría –estoy seguro– mi paisano Rodolfo Hernández a los candidatos que hacen parte de las dos coaliciones (Equipo por Colombia y Acuerdo Esperanza) que, teniéndolo todo para imponerse sobre los demás, están viendo cómo otros ‘llaneros solitarios’ les toman una peligrosa ventaja.

Tienen los votos, tienen la trayectoria, tienen las maquinarias, los congresistas y un origen multirregional que les permitiría penetrar en el electorado de los departamentos más importantes del país, y sin embargo están divididos y parecen parte de un concurso de mudos sin propuestas creativas ni aproximación popular. La mayoría de ellos cuentan con las credenciales suficientes para ser presidentes o vicepresidentes de la República y comandar este país con serenidad, recogiendo lo bueno, cambiando lo malo y haciendo lo que se ha dejado de hacer, pero, en medio de tanta peleadera, de orgullos y egos mandados a recoger, Gustavo Petro y Rodolfo Hernández les están dando sopa y seco.

Con el argumento de que todavía es muy temprano y que falta mucha agua por correr debajo del puente, están postergando la posibilidad de generar verdaderos golpes de opinión. Obsesionados con el procedimiento, se están olvidando de la esencia; de lo que significa la política electoral: seducir, convencer, emocionar, conectar.

Entretanto, el ingeniero Rodolfo, que se ufana de la plata que tiene, no le ha metido más que unos cuantos millones a su exitosa campaña. Pese a los procesos judiciales con los que carga, la gente le cree cuando habla de su lucha contra el clientelismo y la corrupción, y con un lenguaje claro y sencillo se ha hecho conocer en la escena nacional en un cortísimo tiempo.

Gustavo Petro, por su parte, ha aplicado aquello que debió de haber aprendido en el pasado: la importancia de combinar todas las formas de lucha. Mientras insiste en su narrativa de siempre por la mañana, en la tarde recoge apoyos de la clase política que dice aborrecer. En Twitter habla de su proyecto alternativo, mientras en su despacho van desfilando uno por uno los miembros de la más tradicional –y nada alternativa– dirigencia política: Roy, Benedetti, García Realpe, Roosevelt y Luis Pérez. ¿Alguien, en serio, piensa que esos nombres suenan muy ‘alternativos’ o que encarnan la renovación que cacarean tanto los seguidores del doctor Petro?

Pero ahí están en los primeros lugares de las encuestas, superados por un porcentaje significativo de indecisos en casi todas las mediciones que están esperando que algo pase, que la campaña arranque, que las coaliciones se muevan hacia adelante para tener por quién votar. Saben por quién no hacerlo y lo que le conviene definitivamente más al país, pero todavía nadie se ha ganado sus corazones ni les ha hablado de los temas que de verdad los mueven: el empleo y la seguridad ciudadana, por ejemplo.

Lo cierto es que, si se ponen las pilas, esos dos grupos significativos de políticos valiosos que hoy son coaliciones solo de nombre, porque están lamentablemente fracturados por dentro, pudieran cambiar la ecuación y dejar por fuera de la segunda vuelta a quienes cabalgan solos y están ganando por W. O se unen o se friegan, y el tiempo –que a ellos les parece todavía largo– puede quedarse corto si no comienzan ya a hacer política de verdad.

Electores ávidos de una comunicación emocional potente y de unas propuestas fáciles de entender y de aplicación cierta se cuentan por millones. ¿Qué esperan para ganárselos y ser las dos consultas más votadas el próximo 13 de marzo? ¡No sean tan pingos, ole!

https://www.eltiempo.com/, Bogotá, 25 de enero de 2022.

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