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José Manuel Acevedo 

Sigo creyendo que es posible tener los ojos bien abiertos para ir a las urnas a hacer lo correcto.

Esta es mi última columna de 2021 y aunque mantengo el optimismo frente a un año desafiante como el 2022, no estoy seguro de que todos los colombianos tengan tan claro lo que nos jugamos en las próximas elecciones. A veces damos por sentado lo más elemental y creemos que las conquistas que hemos alcanzado como país son producto del azar o que fluyen espontáneamente, cuando en realidad nos han costado tanto a todos. Me abruma pensar en la fragilidad con la que podemos perder un domingo, en 8 horas, el crecimiento económico sostenido por encima del 9 por ciento que acumulamos hasta ahora o el esfuerzo que ha significado que el 74 por ciento de la población tenga al menos una dosis de la vacuna contra el covid o que se hayan recuperado casi todos los empleos destruidos por la pandemia.

Me da miedo que los confiados digan "¿y por qué no?" y salten al vacío sin malla que los sostenga o que el discurso de los desentendidos que creen que este país "seguirá igual, llegue quien llegue a la presidencia y al Congreso", termine calando peligrosamente.

Me preocupa, ciertamente, que no seamos capaces de ver la oportunidad (y la amenaza) que tenemos por delante porque lo cierto es que no se trata ya de escoger entre un candidato de derecha o de izquierda o uno moderado versus otro radical. A lo que de verdad nos enfrentamos es a la caída al precipicio de la locura populista de la que, hasta ahora, nos hemos salvado.

Con todo, sigo creyendo que es posible tener los ojos bien abiertos para ir a las urnas a hacer lo correcto. Sigo esperanzado en que, si el dramático espejo de Venezuela no ha sido suficiente, miremos un poquito más lejos para darnos cuenta de lo que ha pasado en Argentina, de lo que está pasando en Perú, de lo que comenzará a ocurrir en Chile y, sí, de lo que pasa también en Brasil, en donde hay un populismo inconsecuente que le ha hecho perder brillo a semejante potencia. Y es ahí, justamente, donde surge la oportunidad de la que hablo.

¿Queremos parecernos a esos otros países que han espantado temporal o definitivamente la inversión? ¿Queremos meternos en el mismo costal de las naciones que eligieron mal o distinguirnos en la región como un país que es capaz de reducir la pobreza, mejorar su educación, crear empleo de calidad pero sin arriesgar la democracia y la estabilidad que nos ha caracterizado?

Por eso digo que este dejó de ser un problema entre conservadores y liberales, entre neoliberales o socialistas y estamos en un momento decisivo en el que podemos escoger el Estado de derecho y la democracia por encima del "Estado de opinión" y el populismo que otros están experimentando sin éxito alguno.

Es verdad que si escogemos la primera fórmula llegaremos a la conclusión de que todavía queda mucho por hacer, pero las cosas funcionan y las libertades existen. En cambio, con el segundo modelo, el del populismo, las soluciones que funcionan bien en los discursos de sus predicadores fracasan siempre en la realidad. ¿O alguno conoce un país en el que imprimiendo más billetes se haya acabado la pobreza o alguna nación en la que confiscando la propiedad privada con el argumento de "democratizarla", el bienestar colectivo haya dejado de ser una utopía y se haya vuelto una realidad? ¿O es que la historia nos ha provisto de algún ejemplo en el que poniendo a pagar impuestos solo a unos pocos se ha resuelto la desigualdad sin afectar el aparato productivo y la generación de empleo?

No. La oportunidad de ser distintos en la región; de ofrecerle al mundo un lugar en el que sus inversiones valgan la pena y de permitirnos crecer sin sacrificar libertades tiene una fecha impostergable para Colombia en 2022. ¿Seremos capaces de aprovechar esa oportunidad o nos dejaremos embaucar por los falsos mesías?

https://www.eltiempo.com/, Bogotá, 27 de diciembre de 2021.

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