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Medardo Arias S.    

“La calle es una selva de cemento/ y de fieras salvajes, cómo no/ ya no hay quien salga loco de contento/ donde quiera te espera lo peor…” dice la primera estrofa de ‘Juanito alimaña’, canción muy popular en la voz de Héctor Lavoe.

Composición premonitoria para lo que ocurre hoy en Cali, en Medellín, Bogotá y otras ciudades del país, donde sus habitantes están, otra vez, presos en sus casas, ya no por la pandemia, sino por la inseguridad salvaje protagonizada por bandas organizadas de asesinos y atracadores, los mismos que asaltan en las calles, en restaurantes, en residencias y no se contentan con hurtar celulares, billeteras, joyas, sino que tirotean a sus víctimas.

En esta selva de cemento, ya hasta la alcaldesa de Bogotá, tan amiga de la primera línea, pidió auxilio, solicitó despliegue de tropa en las calles. Solo anteayer mataron a un joven ahí por quitarle un celular, cerca al Portal de las Américas, amén de los asesinatos que se han cometido en el Trasmilenio.

Pero, si por Bogotá llueve, en Cali no escampa. Una de las peores tragedias que dejó el paro y los bloqueos, es una ciudad que no se parece ni de lejos a la Cali cívica y linda que tantas veces hemos cantado. Con la pandemia llegó el hambre, la ausencia de oportunidades laborales, un carburante que usaron los sindicatos para echar la gente a la calle, con la consecuencia letal de presenciar, en todo el país, el aumento de muertes por covid.

El vandalismo pagado por grupos narcoguerrilleros, la destrucción de estaciones de transporte, el ataque a bancos, residencias, comercios, dejó infortunadamente en Cali una conducta permisiva para cometer toda clase de delitos, algo que se nota diariamente en las calles, en el tránsito.

Salir ya un fin de semana en Cali es exponerse a ser arrollado; las caminatas por el río o el bulevar, son cosas del pasado. Caminar una o dos cuadras hasta una tienda para buscar víveres, puede ser el último paseo. Las fieras salvajes llegan en moto.

En algunos lugares no hay semáforos y en otros, estos apenas funcionan. Muchos propietarios de carros, motos o bicicletas circulan por donde se les ocurre, sin tener en cuenta contra vías, andenes. Esto es lo que se vive en zonas como El Peñón y Granada un fin de semana. Conductores ebrios obligan a devolverse a otros que van en la vía correcta.

Todo ello sin contar la intolerancia; hace unos días conducía mi camioneta por Granada y debí escoltar a un carretillero que, lentamente, llevaba por la mitad de la calle una montaña de cartones. Obvio, autos que venía detrás empezaron a pitar, para presionar al hombre a orillarse.

Un motociclista se me emparejó -yo no había pitado- y en vez de alabar mi paciencia con el carretillero, me dijo: “Por qué le pitás; no seas h.p.”.

Sentí ganas de bajarme para recordarle que ese era el día de su suerte, pero preferí seguir. No puedo andar desperdiciando puños, máxime cuando el mayor se lo tengo guardado a un imbécil de Palmira.

Hay motociclistas que se lanzan contra tu carro para ‘envainarte’ y cobrar por ventanilla supuestos daños físicos; otros, tocan con la pistola en las ventanillas.

No tener un accidente hoy es un privilegio; algunos domiciliarios creen que están en una pista de carreras y pasan a tu lado cual centellas. Los bólidos de fin de semana también compiten en Fórmula 1, bajo efectos de drogas o licor.

Ninguna duda queda que el próximo alcalde de Cali debe ser alguien que llegue a recomponer el caos, a poner orden y autoridad en una ciudad tomada por Pedro Navaja y Juanito Alimaña juntos. Cada uno con su bandola.

El orden se restaura con el imperio de la ley. No es posible la sana convivencia en una ciudad anárquica donde nadie respeta normas de tránsito, y donde desaparece, lentamente, la frontera entre el bien y el mal. Matar, robar, asaltar, irrespetar a la autoridad, tirar basuras, parece algo lícito hoy en Cali. Qué tristeza.

Sigue en Twitter @cabomarzo

https://www.elpais.com.co/, Cali, 22 de septiembre de 2021.

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