Y no es extraño, pues al ver que un personaje como Carlos Mario Marín pudo llegar a regir los destinos del municipio, cualquiera se siente con posibilidades; cualquier aparecido deduce que en Manizales no se necesita preparación, sindéresis, honestidad, trayectoria, experiencia, conocimiento o civismo para ser alcalde; cualquier espécimen siente que solo requiere hacer un cursillo actoral y ensayar unos conmovedores libretos, o adaptar sus conductos lagrimales y explotarlos sin escrúpulo alguno, para conseguir el poder. Es decir, cualquiera se siente preparado para reemplazar al inepto actual. Si Carlos Mario pudo, ¿por qué yo no? (pensarán muchos oportunistas).
Lastimosamente esta es otra de las herencias malditas de esta alcaldía. No solo nos deja la ciudad atrofiada, quebrada y sin desarrollo, sino también con una desazón inimaginable y con una pérdida de liderazgo sin antecedentes. Porque una ciudad donde hay que buscar con lupa quién asuma su dirección, y donde reina la desconfianza en quien se presenta como disponible, es una ciudad que tiene que recomenzar desde sus cimientos y escarbar mucho más a fondo para extraer el próximo alcalde. Es una ciudad que desperdició durante tres largos años sus posibilidades y ahora no sabe dónde encontrarlas.
Y habrá quien diga que, por el contrario, esta cosecha de candidatos nos genera grandes oportunidades, pero no es así. Y no lo es por la sencilla razón de que muchos de quienes hoy se presentan como opciones para asumir el poder son, en gran medida, culpables de la debacle. ¿Cómo puede ser opción para reemplazar a Marín, quien guardó silencio mientras el mitómano corrupto destruía la ciudad? ¿Con qué cara puede aspirar a reemplazarlo, quien cohonestó desde los gremios, o desde el concejo, o desde la academia, o desde la sociedad civil, o desde la política un alcalde de estas características? ¿Con qué autoridad va a pedir votos quien se limitó durante tres años a ser un espectador de la catástrofe de su ciudad? ¿Cuál argumento de cambio puede esgrimir quien se resignó a ver la parálisis del municipio y, por miedo, comodidad, pusilanimidad, o conveniencia fue solo un renegador privado de la destrucción pública?
¡No! De quienes hasta hoy se insinúan, pocos pueden sentirse acreedores de la confianza de la sociedad pues, llegada la hora, no habrá cómo justificar su silencio, connivencia o indolencia. ¿O cómo explicarle al elector que solo en época electoral aparezcan los salvadores, cuando durante tres años de desastres escondieron la cabeza? ¿Cuál candidato puede mirar a los ojos a una sociedad agobiada cuando, ante la destrucción de sus valores y de su riqueza, se solazaron complacidos con este caldo de cultivo propicio para sus ambiciones?
Muy difícil la van a tener entonces esos aspirantes a suceder este alcalde, pues se enfrentarán a un elector apático, prevenido, desengañado, hastiado y receloso. Y más difícil aún cuando el miserable alcalde, quien maneja un multimillonario presupuesto alejado de escrúpulos, pretende imponer su candidato y perpetuarse en el poder. Porque la desvergüenza de Marín es tal, que se siente con la autoridad para determinar su sucesor y, si nos descuidamos o nos dejamos embobar con esa frondosidad de aspirantes, él, y su primo, volverán a utilizar nuestro presupuesto y sus prácticas de constreñimiento para lograrlo.
¡Mucho ojo!, que esta proliferación de candidatos es el río que revuelven Santiago Osorio y Carlos Mario Marín para salirse con la suya nuevamente en las elecciones. ¡Mucho ojo!, que mientras en la arena reaparecen candidatos ambiciosos y con pasados oscuros, estos corruptos pueden terminar imponiéndonos veladamente sus reemplazos. Manizales solo se recupera si llegamos unidos y concertados a las próximas elecciones. Pero hay que tener ojo avizor con esta trampa, y con los oportunistas que ya asoman sus testuces.