Hay que reconocer que ese M19 de entonces fue recibido con simpatía por una Colombia que se encontraba acorralada por los partidos conservador y liberal, y no veía opciones diferentes a una hegemonía bipartidista. Y en medio de duros golpes de opinión y de acciones revestidas más de intrepidez que de violencia, fue posicionándose ese grupo guerrillero y penetrando con erudición la academia, las clases obreras y una juventud ávida de participar en las luchas sociales.
Se fueron sintiendo entonces poderosos e invencibles, y comenzaron sus actos terroristas que desfiguraron su posición ideológica, para convertirla en prepotencia y maquiavelismo comunista. Y se presenta el secuestro y juicio político de José Raquel Mercado, un afrodescendiente líder obrero que fue asesinado el 19 de abril de 1976 y dejado en una bolsa en el Parque El Salitre de Bogotá. Era el primer acto público de justicia por mano propia del M19 al que le seguirían muchos otros, en una bola de nieve imparable, pues cada vez las atrocidades eran mayores y las ambiciones de figuración a cualquier precio ya no tenían límites.
La guerra es costosa y la ambición desmedida, y entra entonces el M19 a negociar con los personajes más ricos y poderosos de Colombia que, para la época, eran Pablo Escobar y el cartel de Medellín. Y con esta fuente de financiación se continúa en una escalada interminable de atentados nacionales e internacionales, ya de la mano del narcotráfico y su riqueza inagotable. Y viene la toma a sangre y fuego del Palacio de Justicia, en noviembre de 1985, donde incineraron vivos a los Magistrados de la Corte Suprema de Justicia y una centena de funcionarios y ciudadanos inocentes, con el fin íntimo de desaparecer los expedientes de su socio y financiador Pablo Escobar Gaviria. Fue el sumun de las atrocidades, pues significó el mayor atentado contra la justicia, y del que se desprendieron sucesivos actos catastróficos para la institucionalidad colombiana.
Miles de asesinatos, secuestros, torturas, menores reclutados y demás atrocidades violatorias del derecho Internacional Humanitario cometió el M19 en su trasegar delincuencial. Sus fines supuestamente altruistas se fueron transformando en ambición de poder y riqueza a toda costa, y las víctimas crecían día a día en una Colombia atribulada y dolida.
Y en medio de todo este caos, y posando como uno de sus máximos dirigentes, se encontraba Gustavo Petro Urrego, alias Aureliano. Bien como ideólogo o como miliciano, este individuo tuvo que ver en todos los actos atroces que cometió el M19 durante su existencia. Y así lo dejó en testimonios auténticos de video donde se regodea orgulloso de sus actuaciones que hasta hace algún tiempo seguramente hacían parte de su vanidoteca, aunque ya hoy las quiera esconder ante el mundo.
Por eso la aversión que me ataca cuando pienso que Colombia puede caer en las garras perversas de Gustavo Petro. Esta es solo una parte de mi motivación para rechazar todo lo que provenga del ser más perverso que podría pisar el Palacio de Nariño.
Y lo digo con certeza, porque me tocó vivirlo. Porque fui testigo presencial de muchas de sus atrocidades. Porque fui y soy víctima de quienes hoy financian la campaña petrista y lo apoyan con decisión y sin vergüenza: las Farc, el ELN y los grupos clandestinos de la Primera Línea. Porque a mí no me pueden manipular la historia a través de los textos que edita o supervisa Fecode y que distorsionan o acomodan la verdad a sus intereses. Porque me consta que la perversidad de Petro es irrefrenable, y su ego y aires de grandeza lo mantienen obnubilado. Y porque su ambición y falta de escrúpulos son los factores más predominantes para derrumbar nuestro sistema democrático.
A la juventud de hoy le han tergiversado la historia. Esos jóvenes piensan que están apoyando a un mesías, cuando en verdad es un demonio llamado Gustavo Petro, y quiere ser nuestro dictador. ¡Mamola!