Repasemos un poco: Las fuerzas opositoras del hermano país han acudido a todas las formas posibles de lucha civil y pacíficas para derrotar la dictadura castro-chavista-madurista sin que pudieran hacer valer sus triunfos electorales.
Asesorada por la alta inteligencia cubana, desde Chávez hasta el presente, el régimen se ha sostenido sorteando situaciones que de haberse dado en democracia habrían hecho colapsar cualquier gobierno. La sola ruina del emporio petrolero, uno de los más grandes del mundo. La carestía, la elevada inflación, el empobrecimiento de millones de venezolanos, el exilio forzoso de más de siete millones de ellos, las expropiaciones desenfrenadas y el fraude en varios procesos electorales.
El mensaje que se trasmite a su pueblo, a la oposición y al mundo es que la dictadura no dejará el poder por las buenas. Dejan testimonio de la imposibilidad de un derrocamiento por las vías pacíficas. Y eso ya se torna color de hormiga, no es cualquier desafío. Ahí, tenemos el espejo de los cubanos, totalmente humillados, en la más terrible miseria, privados de toda libertad, encarcelados si protestan o exigen algo.
Y ¡OJO!, ese camino es el que en mi parecer puede darse en Colombia. Las fuerzas de izquierda han rodeado a un gobierno corrupto como ningún otro en nuestra historia, a un presidente que no sabe gobernar, pero si enardecer a la población con su lenguaje camorrero, con sus amenazas, los disparates que desata para oscurecer y evadir su responsabilidad en los escándalos que hasta en el seno de su familia se dan
No hay pudor, no reconoce barreras, quiere revisar toda nuestra historia para cambiarla por su simplista emblema de la lucha de clases. Irriga odio, transpira malas energías, actúa como un agitador, en fin, es de esos líderes dispuestos a cualquier travesura o locura para aferrase al poder. Ya lo ha dejado entrever con su recurrente e inconstitucional llamado a una asamblea popular constituyente, a la movilización callejera, con sus demoledoras medidas de debilitamiento de la Fuerza Pública, en fin, con su Plan de Demolición del Estado.
Del otro lado, y sin querer profundizar en distanciamientos entre los diferentes partidos y movimientos que tratan de construir un camino y estar atentos a las elecciones de 2026, creo que debemos reconocer que lo ocurrido en Venezuela, nos debe llevar a pensar que afrontamos un peligro de suma gravedad que puede incluso inutilizar los resultados electorales venideros. Con más razón si a la elección de Congreso y a la de Presidente, se llega como si se tratase de una situación normal de nuestra democracia cuyo ritual se escenifica cada cuatro años desde hace varias décadas.
Hay que evitar ir a esas elecciones como si nada, cada cual por su lado o esperando que de la nada surja un candidato(a) providencial que habrá de conducirnos hacia la victoria. Ni se aborda con llamados a una falsa o artificial unidad. El tema está presente en la historia de muchos países que ante crisis y peligros de gran magnitud han construido alianzas, diferente a unidad, en juntar fuerzas y construir acuerdos sobre la base de que peligra todo el ordenamiento político, social, económico y cultural y que entendamos que para recuperar el país de los desastres que está viviendo, para evitar que se consolide una dictadura y que esta se torne imbatible, es necesaria una gran alianza de todos los demócratas.
No es hora de ver el sucio en el ombligo del vecino, es hora de reconocer que estamos ante el peligro de perderlo todo, y, por tanto, de hacer a un lado egos, resquemores, desencuentros, y juntar fuerzas y recursos para derrotar el proyecto totalitario del socialismo bolivariano.
Enero 12 de 2025.