Se presenta ahora como un alcohólico y drogadicto recuperado de dos adicciones que combinadas son calamitosas a más no poder.
Hoy es frecuente que el alcohólico acuda a la cocaína para pasmar la borrachera y seguir bebiendo como macho asoleado, sin percatarse de que la conjunción del licor y la droga conduce más rápidamente a la destrucción física, anímica y social del adicto.
Es posible que haya variados métodos para tratar las adicciones, pero todos ellos exigen un cambio de vida, partiendo de la transformación interior de la persona.
Es bien sabido que la sola voluntad de modificar las actitudes y los hábitos no es suficiente. Esa voluntad tiene que reposar sobre la humilde aceptación de la derrota, que es lo que se llama tocar fondo, y la entrega a un poder superior que se identifica con Dios como cada quien lo conciba.
Es la acción de ese poder superior lo que logra contrarrestar la en principio irresistible inclinación que producen esas adicciones.
Para que ello surta efectos duraderos son muchos los cambios que hay que aceptar en la vida cotidiana. Dentro de esos cambios están el reconocimiento y la corrección de los defectos de carácter que favorecen las adicciones.
Es todo un programa vital que, por ejemplo en AA, se resume en los 12 pasos, a saber:
1. Admitimos que éramos impotentes ante el alcohol, que nuestras vidas se habían vuelto ingobernables. 2. Llegamos a creer que un Poder superior a nosotros mismos podría devolvernos el sano juicio. 3. Decidimos poner nuestras voluntades y nuestras vidas al cuidado de Dios, como nosotros lo concebimos. 4. Sin temor hicimos un minucioso inventario moral de nosotros mismos. 5. Admitimos ante Dios, ante nosotros mismos, y ante otro ser humano, la naturaleza exacta de nuestros defectos. 6. Estuvimos enteramente dispuestos a dejar que Dios nos liberase de nuestros defectos. 7. Humildemente le pedimos que nos liberase de nuestros defectos. 8. Hicimos una lista de todas aquellas personas a quienes habíamos ofendido y estuvimos dispuestos a reparar el daño que les causamos. 9. Reparamos directamente a cuantos nos fue posible el daño causado, excepto cuando el hacerlo implicaba perjuicio para ellos o para otros. 10. Continuamos haciendo nuestro inventario personal y cuando nos equivocábamos lo admitíamos inmediatamente. 11. Buscamos a través de la oración y la meditación mejorar nuestro contacto consciente con Dios como nosotros lo concebimos, pidiéndole solamente que nos dejase conocer su voluntad para con nosotros y nos diese la fortaleza para cumplirla. 12. Habiendo obtenido un despertar espiritual como resultado de estos pasos, tratamos de llevar el mensaje a los alcohólicos y de practicar estos principios en todos nuestros asuntos.
La rehabilitación del alcohólico y el drogadicto se puede coadyuvar con tratamientos médicos y terapias conductuales, pero en rigor sólo puede lograrse de modo duradero mediante la acción sanadora del espíritu.
Ojalá que Benedetti tome atenta nota de ello. No es la primera vez que hace gala de sus intentos de recuperación. Ya hace algún tiempo la había pregonado dando gracias a su madre y, si mal no recuerdo, hasta a la Santísima Virgen.
Los alcohólicos y drogadictos que no siguen lealmente sus programas de recuperación recaen fácilmente y, a menudo, las recaídas son cada vez peores.
Una de las condiciones para evitarlas consiste en alejarse de malas compañías, como las que seguramente habrá de encontrar en el ambiente deletéreo que reina en la Casa de Nariño.
Dios no lo quiera, allá habrá ambiente propicio para volverle a escuchar las horribles palabrotas con que ha acostumbrado a acompañar sus desafueros verbales.
Hay que reiterarlo: la soberbia, la vanagloria y la jactancia no son convenientes para llevar a cabo un programa eficaz de recuperación de las adicciones. La mejor compañía es la aceptación humilde de los defectos de carácter que las estimulan y la fe en la acción sanadora de la gracia de Dios. Hay que ponerlo todo en sus santas manos.