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Así sea a costa de nuestra salud mental debemos mantener la atención en Venezuela

Carlos Salas Silva                                         

Que estamos en un mundo de locos, no tengo ninguna duda; que Colombia sobresale en locura, desde luego. Y qué decir de Venezuela... ¿Quiénes son los locos los que gobiernan o los gobernados? Luego de años en los que nos tienen acostumbrados a las más aberrantes chifladuras, se llega a un estado en donde no se puede distinguir entre cuerdos y alienados. Confieso que me estoy chiflando cada día más y veo con preocupación que si no le pongo estate quieto la cosa puede pasar a mayores. Algunos dirán que son los años, esos que nos hacen temer que nuestros cerebros dejen de estar en óptimas condiciones y quedemos expuestos a una u otra de esas enfermedades que tanto aterran a quien las llegue a padecer como a sus familiares.

No escribo estas reflexiones por haber leído recientemente “Siempre Alice”, la novela de Lisa Genova que fue llevada al cine con cierto éxito -como algunos de ustedes deben saber se trata del relato conmovedor de una mujer de cincuenta años a quien le diagnostican Alzheimer prematuro-. Ni tampoco porque ya a mi edad los olvidos se hacen más frecuentes que en el pasado. Sino porque he notado que los problemas mentales han traspasado el ámbito de lo privado y se han convertido en la marca de nuestro tiempo. Y no es para menos cuando los síntomas de un mundo enfermo se muestran evidentes en cada una de las acciones que terminan señalando un rumbo hacía lo más profundo del abismo.

En nuestro globalizado mundo, no deja de impresionarnos las extrañas coincidencias que se dan en el campo geopolítico de manera preocupante. Mientras nos aterramos de que un gran país como Venezuela sea atropellado por unos brutos que si no fuera porque de una manera absurda se hicieron al poder no serían sino unos oscuros delincuentes de la peor calaña que ni siquiera en ese campo de acción se destacarían. ¿Cómo diablos se les permitió acceder al poder? me pregunto con indignación pensando en la especie de mamarracho que se pavonea por el mundo como amo y señor del que es también un gran país, nuestra sufrida Colombia.

Hay una pequeña isla que tiene la mitad del tamaño y la décima parte de la población de San Andrés, ubicada en el golfo de Guinea, que se independizó convirtiéndose en una República y no reconoce a Teodoro Obiang, presidente de Guinea Ecuatorial desde hace 45 años, quien fuera calificado por el exembajador de USA en ese país, Frank Rubby, como “el gobernante más asesino y ladrón del mundo”. ¿A qué viene mi cuento? Muy simple, mientras en un inmenso país lleno de riquezas una tiranía chavista lleva más de un cuarto de siglo oprimiendo a un pueblo que clama libertad, en la pequeña Annobón, que debe su nombre por haber sido descubierta un primero de enero, no viven nada diferente sin que la comunidad internacional haya intervenido. Curioso y dramático que muchos países tengan embajadas en Guinea Ecuatorial, hasta la misma Venezuela, y por demás que España, la madre patria, permanezca muda.

Hay ciertas coincidencias entre un par de bestias como Maduro y Obiang, como también las hay entre una heroína como María Corina Machado, a quien todos conocemos y admiramos de sobra, y un héroe como Orlando Cartagena Lagar, primer ministro de la Republica de Annobón. Pero ahí no quedan las cosas: La persecución contra quienes protestan, tanto en Venezuela como en Annobón, es infame. Capturas masivas, torturas y asesinatos son características de las dos dictaduras, como también la manera como despojan a sus países. Mientras que la tiranía chavista destruía la industria petrolera del gran país, Obiang, por un millón seiscientos mil dólares, convirtió en un vertedero de toneladas de desechos tóxicos a la pequeña isla de Annobón.

Lo más aberrante es que coincidan las dos tiranías es su intención de quedarse con el país y con la isla expulsando a su población a través de hacerles la vida imposible. Sin agua, ni servicios sanitarios, sin colegios ni centros de salud, sin comida ni siquiera arroz los annobonenses no tienen otra opción que huir. Lo que importa no es si son miles los annobonenses o millones los venezolanos los que abandonan sus bienes y su tierra por simple supervivencia, sino la proporción de sus poblaciones. La dimensión de la tragedia es la misma en un caso o el otro. Otro aspecto en que coinciden Maduro y Obiang es en la represión de cualquier manifestación de protesta. Con explosiones obliga a la población de esa isla volcánica a refugiarse en la playa, con disparos indiscriminados los esbirros de Maduro intimidan a quienes griten ¡Libertad! o hagan sonar las cacerolas. 

Llegó la hora de oponerse enérgicamente a tiranías de cualquier especie. Lo que se haga o deje de hacerse en Venezuela marcará el futuro del mundo libre. Perder esta oportunidad sería un acto irresponsable que acarrearía graves consecuencias. Así sea a costa de nuestra salud mental, los colombianos debemos mantener la atención en nuestro país hermano porque, cuando por fin se cumplen dos años del horrible gobierno del tal Petro, ya conocemos sus nefastas intenciones de llevarnos por el camino de la tiranía chavista.

KienyKe

Publicado en Columnistas Nacionales

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