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Jesús Vallejo Mejía      

Conviene recordar que la indignidad por mala conducta constituye, según el artículo 175-2 de la Constitución Política, una de las causales de destitución del Presidente que le compete declarar al Senado, previa acusación de la Cámara de Representantes.

La mala conducta de que se trata es diferente de los delitos que contempla el Código Penal. No está tipificada como ellos, ni se la examina con los mismos criterios. Se la juzga con arreglo a principios morales vigentes en la comunidad.

Según el DRAE, indignidad es la cualidad de ser indigno y son sinónimos suyos las siguientes voces: ruindad, bajeza, abyección, humillación, vileza, deshonor, ultraje, desmerecimiento.

En cuanto a indigno, el DRAE enseña que es un adjetivo que cuenta con dos acepciones:

1. Que no tiene mérito o disposición para algo;

2. Que es inferior a la calidad y mérito de alguien o no corresponde a sus circunstancias.

La expresión tiene como sinónimos los siguientes: vil, despreciable, indecoroso, ruin, abyecto.

Pues bien, cabe considerar si el hecho de que un Presidente en visita oficial al extranjero se exhiba amorosamente en público con otra persona (hombre, mujer o transexual), tal como acaba de hacerlo el inquilino de la Casa de Nariño en Panamá, es algo que corresponde a sus circunstancias, es decir, a la alta investidura que ostenta y al respeto que la misma amerita, o sólo tendría incumbencia en el ámbito familiar.

Parece claro que en este último ni la esposa ni los hijos estarían dispuestos a aceptar ese comportamiento, a menos que fuesen de una laxitud extrema. En principio, la infidelidad que sugiere el hecho le daría a aquélla el derecho de pedir separación de cuerpos y de bienes e incluso el divorcio. Pero todo esto es asunto de su intimidad familiar.

Lo que interesa al público es si la conducta presidencial en este caso es tan indecorosa que la hace impropia del cargo que ocupa.

Para el análisis de la cuestión hay que partir de la base de que el hecho de marras no se produjo en la esfera íntima y mucho menos en lo que concierne al fuero interno en que cada persona goza de amplia libertad, como acaba de alegarlo el incriminado en uno de sus pronunciamientos vía X. Es algo que se dio en la vía pública, a la vista de todo el que pasara por ahí y pudo registrarse en videos y fotos vaya a saberse por quién.

Peor todavía, estaba en Panamá en visita oficial. No era un turista como los que se han cebado en Medellín y otras localidades para dar rienda suelta a sus apetitos sexuales, sino el Presidente de la República de Colombia, que estaba asistiendo a la posesión de su homólogo de la de Panamá. Esta circunstancia daba lugar a que debiera exhibir un comportamiento ejemplar, adecuado a su elevada jerarquía.

Bien se sabe que el sujeto en mención es un transgresor empecinado que poco se cuida de las formas, a punto tal que bien cabría considerárselo como un individuo sin Dios ni Ley. Pero sobre él pesa un ordenamiento constitucional cuya violación podría dar pie para que se lo destituyera del cargo por su conducta impropia de la dignidad que él mismo encarna.

El asunto no atañe a su sexualidad, que en la esfera íntima puede dar lugar a múltiples manifestaciones que hacen parte de la libertad personal. Lo acontecido toca más bien con las buenas costumbres, que desde el Derecho Romano y a través de la tradición jurídica occidental suministran un valioso criterio regulador de la vida comunitaria.

La deplorable crisis moral que afecta a nuestra sociedad ha hecho perder de vista que el concepto de autoridad es inseparable del de respetabilidad. Aquélla se desmorona cuando deja de inspirar respeto. Y es lo que está sucediendo con quien en mala hora nos desgobierna: la gente no lo respeta.

Bien se ha dicho que cuando los que mandan pierden la vergüenza, los llamados a obedecer pierden el respeto. Y es lo que está sucediendo entre nosotros. Ya hay una canción irreverente sobre la aventura presidencial. Y no lo es menos un episodio humorístico transmitido ayer por Radio Tropicana.

Es posible que a muchos disolutos lo sucedido les parezca intrascendente. No lo es, en cambio, para los padres de familia, educadores y ciudadanos de bien que consideran que ahí obra un pésimo ejemplo, indigno de quien estaría llamado a orientar nuestra vida comunitaria.

La elite colombiana le está dando la espalda al Evangelio. Pero nosotros los creyentes afirmamos que nos enseña la Palabra de Dios. Y en boca de Nuestro Señor Jesucristo nos advierte: "Es inevitable que haya escándalos, pero ¡ay de aquel que los ocasiona! Más le valdría que le ataran al cuello una piedra de moler y lo precipitaran al mar" (Lc. 17, 1-6).

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Destino final: el caos.

Jesús Vallejo Mejía

Encuentro en la página 131 del excelente libro de Hernando Gómez Buendía, "La Verdadera Historia de Colombia", una cita de Rafael Núñez que viene como anillo al dedo en torno de la situación actual de nuestra patria. Dice así:

"No hay otra política de paz que la fuerza...Si hay mucho ejército, hay mucha paz"-

Son enunciados que nacen de la experiencia de las sociedades civilizadas, las cuales se fundan en el monopolio de la fuerza legítima en cabeza del Estado. Si éste es incapaz de ejercerlo, como ha sucedido desafortunadamente en distintos momentos de nuestra historia, la violencia se enseñorea y oprime a las comunidades.

Sólo puede hablarse de Estado de Derecho o del Social si el Imperio de la Ley se hace efectivo a lo largo y ancho del territorio.

En la hora presente el panorama colombiano exhibe, por una parte, una fuerza pública debilitada, desmoralizada y humillada por un gobernante que la desprecia y hace todo lo posible para reducirla a la impotencia, mientras que, por la otra, crece el dominio territorial de grupos armados ilegales que invocan una legitimidad basada no en la representación popular, sino en sus delirios ideológicos, o quizás tan sólo en su capacidad ofensiva, la cual se ha multiplicado por la tolerancia que hacia el narcotráfico exhibe sin tapujos el que en mala hora nos desgobierna.

En contravía de la experiencia histórica y el más elemental buen sentido político, anda empeñado en negociar con unos delincuentes de la peor calaña dizque una paz total que se derivaría de un perdón también total, que es uno de los temas que según viene diciendo debería tratarse dentro del proceso constituyente que pretende poner en acción.

Por supuesto que para esta aventura cuenta con el apoyo de todos esos maleantes, muchos de ellos responsables de crímenes que han aterrorizado a la nación entera. Se escucha, por ejemplo, vociferar al siniestro sujeto que se conoce por el alias de Iván Márquez que la constituyente petrista sería bienvenida para eliminar la enredadera normativa con que la oligarquía tiene sometido al pueblo. Esa enredadera no es cosa distinta que la Constitución de 1991. Y qué decir de lo que se proponen los fatídicos dirigentes del ELN, que andan festejando 60 años de crueldad contra el pueblo colombiano.

A todas luces, la paz y el perdón totales que promueve este desgobierno no conllevan la sujeción de los grupos armados ilegales al ordenamiento jurídico del Estado, sino la claudicación de la autoridad legítima ante sus protervas pretensiones.

¿Cuál sería la Constitución admisible para esos grupos? ¿En qué podrían consistir las reformas política y territorial que tiene en mente nuestro Líder Galáctico para satisfacer los apetitos de los malandrines que los controlan? ¿Se puede creer en que dándoles gusto cumplirían los consabidos compromisos de verdad, justicia, reparación a las víctimas y no repetición? Si esto no ha resultado del Acuerdo Final que selló Santos con las Farc, ¿qué razón habría para creerles a los asesinos del ELN, el EMC, la Nueva Marquetalia o el Clan del Golfo y demás criminales a los que se quiere incorporar a tan desquiciada política gubernamental?

En otra oportunidad he llamado la atención acerca de que este desgobierno pretende imponernos el comunismo, la anarquía, la corrupción y en últimas la dictadura, pues el reinado del caos es lo que favorece sus funestos designios.

Insisto en que debemos orar para que la Providencia se apiade de Colombia.

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Publicado en Columnistas Nacionales

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