El expresidente Uribe Vélez hizo en estos días en Eafit una exposición sobre liderazgo que merece difundirse copiosamente. Puede sintonizársela enhttps://www.youtube.com/watch?v=kpcW3QzjZPk&t=4358s.
El suyo es un liderazgo positivo, creador, que promueve mejorías sustanciales en la vida comunitaria y deja huella para ejemplo de las nuevas generaciones. No en vano terminó el gobierno con la más alta aprobación que haya podido exhibir cualquier otro de sus antecesores y sus sucesores.
Una propaganda a todas luces malintencionada ha pretendido desacreditarlo frente a las nuevas generaciones, que ignoran cómo estaba Colombia en 2002 y cómo quedó en 2010. No saben quizás que el horror que hoy padecemos nos regresa a la última década del siglo pasado, cuando el país estaba, como hoy, al borde del colapso.
Aunque soy reacio a pronunciarme sobre expedientes judiciales que no conozco en detalle, lo soy también para emitir juicio condenatorio en su contra en razón de las acusaciones que bajo el comando de la nueva Fiscal General de la Nación acaban de formulársele. Lo conozco desde hace años y cuesta creer que haya autorizado sobornos y otras acciones delictivas tendientes a cambiar dichos de testigos. El asunto pasará a manos de jueces competentes que a la postre tomarán las decisiones que correspondan. El expresidente está sub judice, pero mientras no medie sentencia condenatoria lo amparará la presunción de inocencia.
Con su habitual caballerosidad, suele abstenerse de emitir calificativos desobligantes para quien hoy en mala hora nos desgobierna. Conceptúa sobre sus políticas, sus palabras y sus acciones, pero no sobre su persona. Cree que la dignidad presidencial merece respeto.
Con todo comedimiento, me aparto de esa postura. Ya he escrito y lo reitero que estamos bajo el mando de un gobernante espurio e indigno.
Escuchando la lección de liderazgo del expresidente Uribe pensaba yo en lo que sería esa misma lección si el protagonista fuera el actual ocupante de la Casa de Nariño, del que desde hace tiempos he sostenido que ejerce un liderazgo tóxico, propio de un fiel discípulo del Príncipe de la Mentira. Su discurso no entona el sursum corda que antecedía al prefacio de la misa católica tradicional, sino que va encaminado a pulsar las cuerdas del resentimiento, el odio, el ánimo pendenciero y las bajas pasiones del populacho. No me lo imagino hablando positivamente de liderazgo ante un público juvenil ávido de contar con buenos ejemplos y enseñanzas edificantes.
Su exministro Alejandro Gaviria ha dicho con buenas razones que es un personaje que enturbia el debate político. Lo suyo no es la ponderación equilibrada de los hechos ni la formulación sensata de propuestas para introducir cambios positivos en pro del bien común. Muchísimo menos se advierte en su talante el propósito de brindar buenos ejemplos para las nuevas generaciones. La maledicencia está en el trasfondo de sus planteamientos. El insulto es su arma preferida. En él predomina el cerebro de los reptiles y pocas muestras exhibe de que sus reacciones estén matizadas por el neocórtex de las especies superiores.
¿Por qué no le explica al país su renuencia a garantizar mediante el empleo legal de la fuerza pública el mantenimiento del orden público y su restauración do quiera se encuentre turbado? Es su primer deber como gobernante y se niega a cumplirlo, probablemente porque abriga un proyecto verdaderamente demoníaco tendiente a debilitar el poder coactivo de la institución estatal y reforzar el dominio territorial de la subversión, tal como está sucediendo a ojos vistas. Quizás pretenda sacar partido del desorden y la anarquía para promover, en asocio con el Eln, su proyecto revolucionario de instaurar un régimen constitucional por fuera de lo que nuestro ordenamiento político dispone.
Su liderazgo tóxico no se encamina hacia la edificación de un orden armónico, sino hacia le destrucción de lo que hoy existe, en aras de una distopía cuyos alcances ni él mismo alcanza a vislumbrar.