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Saúl Hernández Bolívar

Ya Colombia es un destino sexual y Medellín es la Meca, como si una sociedad de jíbaros y prostitutas fuera lo ideal para las nuevas generaciones.

El turismo de putas y drogas que se impuso en Medellín hace años no vale la pena. Es decir, no deberíamos recibir ni un avión más con ese tipo de turistas por harta plata que traigan. Pervertir a nuestra sociedad —ya muy pervertida, dirán algunos— no tiene precio.

En los ochenta, oí muchas veces la historia de que los camioneros que llevaban mercancías a los puertos del Caribe, recogían, en los tuguriales de la vía a la Costa, niñitas pobres que hacían de todo a cambio de la comida. El camionero las dejaba de regreso con algunos abarrotes y unos pesitos. En los noventa, era muy popular el cuento de que en el deprimido barrio Niquitao había niñas de cuatro años que les practicaban el sexo oral a conductores por 400 pesos (menos de 5.000 de hoy) sin bajarse de los carros. Sus ‘mejores’ clientes eran los taxistas; les decían las ‘terneritas’.

Relatos como estos abundan porque la explotación sexual de menores es un tema viejo, notorio y podría decirse que bastante común en esta ciudad, siendo apenas la antesala de la prostitución de mayores de edad, que es legal. El problema es que si la ciudad parece un ‘prostíbulo a cielo abierto’ es porque la oferta se desbordó.

En efecto, hacia finales del siglo anterior, el lenocinio en la ciudad estaba más o menos controlado. Se suscribía al centro de la ciudad, por los alrededores de la calle Cundinamarca, la iglesia de la Veracruz y el Museo de Antioquia, básicamente, y un poco en áreas marginales como el Barrio Antioquia, Lovaina y otros lugares humildes a los que muchos no se atrevían a visitar. Pero, de alguna manera, el servicio se empezó a prestar a domicilio y el asunto se disparó. También ocurrió que las trabajadoras sexuales salieron del centro y se acercaron a otras zonas sin que las autoridades prestaran la menor atención. Fue así como de pronto se tomaron el sector de San Diego, que pasadas las 7 p.m. parecía un distrito rojo. Hoy están en toda la ciudad, incluyendo el exclusivo barrio de El Poblado.

Si en esa época las prostitutas provenían principalmente —y sin ánimo de generalizar— de los barrios pobres de Medellín y de los pueblos de Antioquia, poco a poco se fue ampliando el origen y hoy hasta conforman bandos que se enfrentan por el control del negocio: están las de Medellín, las del resto de Antioquia, las costeñas, las vallunas, las bogotanas, las del Eje Cafetero, las venezolanas y hasta las indígenas, además de las versiones ‘trans’ de cada bando. Obviamente, todo esto es controlado por grupos criminales que le sacan provecho como a los ‘negocios’ de las drogas, el oro ilegal, el comercio de armas y la extorsión.

Pero, ¿por qué es tan difícil mitigar esta situación? Hace más de 15 años una persona vinculada a un lujoso hotel de El Poblado me decía que al menos el 70% de sus clientes eran extranjeros que venían a buscar prostitutas en la Zona Rosa (hoy Parque Lleras) y que hasta tuvieron que prohibirles llevar más de una damisela al hotel porque llegaban hasta con 5 y 6 y hacían escándalo hasta avanzadas horas del día. Es decir, nuestros visitantes no eran hombres de negocios como cacareaban las administraciones de la ciudad. Además, siempre ha habido poco turismo en familia y en parejas, y han predominado los hombres solos por razones que saltan a la vista.

El gran problema es el factor económico. Hace 20 años un visitante asiduo del Museo de Antioquia me relataba que niñas muy jóvenes y bonitas le ofrecían sus servicios por escasos 12 o 15 mil pesos. En cambio, hace poco, en televisión, presentaron unas trabajadoras sexuales pidiéndoles a extranjeros 100 dólares por un servicio sencillo (400.000 pesos) y 400 por un trío. Esas cifras no se las gana ninguna mujer en trabajos normales ni en una semana entera.

Ya se sabía hace años de las ‘prepagos’ que cobraban millones por atender un fin de semana a un mafioso o a un paramilitar. También se ha hablado de las cifras millonarias que reciben algunas modelos webcam, que es también un tipo de prostitución. Pero como la tasa de cambio y el poder adquisitivo favorecen ampliamente a quienes vienen de países desarrollados, nos llenamos de gentuza que puede pagar las tarifas que les piden y ya estas mujeres no están dispuestas a venderse por menos ni a laborar en nada distinto que no les dé altos ingresos, lo que constituye un daño social grande.

En Colombia se hicieron muchos esfuerzos por atraer turistas, pero sin tener claro a qué, y los ‘turistas’ descubrieron por su cuenta a qué se justificaba poner un pie en este hervidero en perjuicio de todos, no solo de las niñas menores de edad. Ya Colombia es un destino sexual y Medellín es la Meca, como si una sociedad de jíbaros y prostitutas fuera lo ideal para las nuevas generaciones.

Lamentablemente, es un problema que se va agrandando sin soluciones a la vista mientras el Presidente se dedica a hacer apología al delito exhibiendo con orgullo la bandera del M-19, el grupo criminal al que perteneció y que fue autor de centenares de crímenes, incluyendo la quema del Palacio de Justicia en 1985. Ensalzar las bestialidades de esa banda es como celebrar las aberraciones cometidas por los nazis, un desafuero verdaderamente indigno.

@SaulHernandezB

 
Publicado en Columnistas Nacionales
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