¡NO Y NO! Más de dos millones de colombianos gritamos ¡Fuera Petro!, ¡Fuera Petro! Jamás dijimos que quisiéramos ser oídos para que se enderezase o corrigiese el rumbo: Nuestros gritos no pudieron ser más claros: Los colombianos queremos la salida del inicuo individuo que está destruyendo nuestro país.
La inmediata reacción de dicho sujeto fue demeritar el alcance del rechazo ciudadano con burletera grosería sobre ciertas “clases dominantes”, como si su gobierno hubiese llenado a Colombia de desagradecidos millonarios. La respuesta de Petro, entonces, está formada por chascarrillos y vulgaridades muy propias de su fondo rastrero, vengativo y procaz.
Sin embargo, es bien posible que pasadas algunas horas se decida por alguna farsa (“escucha”, “diálogo” y “acercamiento”) con los partidos alcahuetas y los congresistas logreros, embadurnados de mermelada, que vienen disfrutando del simulacro democrático en que se ha convertido la política, donde el escándalo diario se tolera y el prevaricato permanente impide actuar a las “sólidas instituciones” que dizque van a impedir el autogolpe y la repetición, en nuestro país, de la tragedia de Venezuela.
Al igual que en las pasadas elecciones para gobiernos locales, el pueblo fue superior a sus dirigentes, y con estas inmensas marchas espontáneas rechazó al déspota, manifestando, sin lugar a dudas, que nada quiere diferente de sacar a Petro del poder, porque si él continúa en la casa de Nariño el país se pierde. El asunto es muy sencillo: Petro o nosotros, sin términos medios, componendas o convenios, como quieren los políticos.
Tenemos que darnos cuenta de que a medida que aumenta su desprestigio, crece su poder. Nunca ha estado más fuerte que en los últimos días. Tan pronto la corte-sana le entregó la Fiscalía, pudo destruir en cuestión de horas el Sistema de Salud; y dos días después de las marchas, el Senado le entrega el Sistema Pensional, como si el pueblo no hubiera manifestado su rechazo a esta y las demás locuras que propone para seguir demoliendo el modelo económico y social del cual depende el régimen de libertades ciudadanas.
A lo anterior se suma el tema de la correlación de fuerzas, porque en pocos meses entrarán a operar los 100.000 jóvenes de paz de los colectivos petristas. Y nadie sabe en cuántos efectivos se han incrementado las guerrillas, las guardias campesinas y cimarronas, en las últimas 24 horas.
El gobierno sabe lo que piensa el pueblo, pero si la voluntad de éste es desconocida nuevamente por los estamentos políticos y judiciales, vendrá la toma totalitaria del estado.
Lo de menos es que Petro esté loco o enfermo, porque lo que lo hace terrible y temible es su capacidad como habilísimo operador revolucionario, motivado por un fanatismo comunista inflexible, dogmático e incorregible. Sabe cómo ganar tiempo, mientras nuestros políticos, en general, lo único que saben es cómo ganar millones.
Por esa razón, lo único que en Colombia no se consigue ahora con descuentos es el soborno. El precio de la mermelada sube diariamente porque hay quién lo pague sin regatear.
Mientras una Tesorería de más de un billón diario siga en poder de quien sabe cómo usarla, no es momento para el esperanzado optimismo, en vez de pasar a la acción inmediata y eficaz.
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Después de las marchas, Petro reitera que no se hará reelegir en el 2026. Probablemente esa declaración tenga la misma solidez y veracidad de aquella que hizo ante notario en el sentido de que nunca convocaría una constituyente.
Ojalá, el 1° de mayo, frente a una plaza colmada de mingas y clientelas fletadas, no se repita la convocatoria a una constituyente como la que prometió en su momento, en acto tumultuario, Maduro, enterrador de la libertad venezolana.