Nuestra religión cristiana, de la ya descreen no pocos columnistas que en "El Colombiano" han manifestado en estos días sus opiniones un sí es no es indiferentes y hasta algo despectivas, nos ofrece varios escenarios decisivos e impactantes: la Anunciación, la Natividad, la manifestación de Cristo en las Bodas de Caná, la Pasión, la Crucifixión, la Resurrección, la Ascensión y la venida del Espíritu Santo, entre otros.
De ellos, el de más peso es la Resurrección, pues, como lo manifestó San Pablo, en Cor. 15:14, "Y si Cristo no resucitó, es vana nuestra predicación y vana también la fe de ustedes". Vid. Y si Cristo no resucitó… (infocatolica.com).
El testimonio paulino nos ofrece quizás la prueba reina del hecho central de la fe cristiana. En el capítulo citado de su epístola a los corintios entra en detalles sobre su fe en la Resurrección, mencionando testimonios que recibió de los apóstoles y otras personas. Por obra de su propia experiencia y la de los primeros creyentes, se convirtió y dedicó su vida hasta la prueba suprema del martirio a la predicación del Evangelio. ¿Quién haría lo mismo si se basara en alucinaciones o en delirios místicos?
Por supuesto que al testimonio de San Pablo hay que añadir el de los apóstoles, que bajo la conducción de San Pedro también dedicaron sus vidas a la difusión del Evangelio y, salvedad hecha de San Juan, pagaron con su sangre. ¿Es lógico que alguien se someta a tantos sacrificios sobre la base de una mentira de la que es consciente?
Lo razonable sería que a partir de la Crucifixión el colegio apostólico se hubiera dispersado, tal como ocurrió a raíz del prendimiento. Nuestro Señor Jesucristo habría sido para ellos un maestro tal vez apreciable, pero a la postre un impostor y quizás un alienado que prometió lo imposible y fracasó en toda la línea. La evidencia de su regreso de entre los muertos hizo que cerraran sus filas en torno de su memoria y, sobre todo, de la difusión de su mensaje redentor.
Como abundan los que ponen en duda la fidelidad de los Evangelios, es bueno apuntalarla con los testimonios que nos brindan las Epístolas de San Pablo, los Hechos de los Apóstoles y el vertiginoso crecimiento de la Iglesia en los primeros siglos en medio de comunidades que parecían ser reticentes acerca de sus enseñanzas e incluso de las atroces persecuciones de algunos de los emperadores romanos.
Si Cristo resucitó, nuestra fe en la vida eterna goza de fuerte asidero. De ahí la exultación que las comunidades ortodoxas exhiben al conmemorar tan magno acontecimiento. Nosotros, los católicos, deberíamos acercarnos más a la realidad sobrenatural de Nuestro Señor Jesucristo y reconocer, como a menudo lo digo, su amor y su misericordia infinitos.