Hoy nuevamente cobra vigencia una vieja tendencia mafiosa que, sin admitir crítica alguna, propende por la concesión de impunidad a quienes cometen crímenes de lesa humanidad, bien sea encubriendo o encubiertos en poderosas organizaciones criminales, muchas de ellas financiadas por el narcotráfico, el comercio ilegal de armas y minerales.
Pasó de moda el concepto revolucionario y en lugar de transformación, hoy reina la ilegalidad que sólo pretende dinero, no importa cómo, el fin justifica los medios.
En varias naciones carcomidas por el óxido populista con que corroe el neocomunismo aliado con esas organizaciones criminales que se valen o se han valido del terrorismo para obtener presencia política, la moda parece ser indultar cabecillas para convertirlos en gobernantes. No es algo nuevo, pero se repite, la historia da cuenta de muchos casos en la eterna lucha entre el bien y el mal.
Haciendo alusión a su pasado como miembro de una organización criminal que asesinó, secuestró y violó derechos humanos fundamentales ejerciendo el terrorismo, y que llegó incluso a tomarse el palacio de justicia en asociación con los carteles de la droga a quienes también representó en la asamblea nacional constituyente de 1991, mediante la cual se concedió una amnistía, Javier Milei, palabras más palabras menos, respondiendo a las agresiones verbales de Gustavo Petro en su contra, le cantó la misma verdad que el pueblo le grita hoy por hoy en todas las manifestaciones populares no organizadas por su gobierno, incluido el inicio de todos los partidos de fútbol en el país.
Petro no puede negar su pasado por mucho que trate de disfrazarlo. Por el contrario, siempre lo delata y lo traiciona en la incongruencia de sus acciones y sus discursos.
Milei, controvertido o no, es un patriota libertario producto de una culta e inquebrantable clase media argentina, quien parece no dejarse encasillar en la perversa dicotomía polarizante que todo lo clasifica de forma simplista entre derecha e izquierda, cuando ambos extremos medran en la misma misera canoa del populismo, pasando por alto ética, valores, deber ser e interés general.
La verdad es que el engaño populista a las naciones, llámese en occidente: castrochavismo, petrismo, progesismo, foro de Sao Paulo, neo-narcoestalinismo o movimiento Bolivariano, hoy por hoy se ha merendado la izquierda democrática transformándose en dictaduras de hecho como ocurriera en la Alemania y la Italia fascistas que amenazaron al mundo hace tres cuartos de siglo.
Hoy estas nuevas maneras de gobernar, además de ser un gran engaño al ciudadano, se manifiestan en forma de mafias gubernamentales disfrazadas de izquierda, en cleptocracias que al igual que las organizaciones criminales armadas, están encabezados por personas humanamente viles y despreciables, y resultan amparadas por la impunidad que pretenden inseminar en nuestras naciones quienes se valen del terrorismo combinado con una dialéctica populista para engañar a todo un pueblo y de paso a la opinión pública internacional, con su falso disfraz democrático que sólo coerciona libertades.
Las afirmaciones de Petro provocando a Milei y las declaraciones de Milei recordándole a Petro su pasado y diciéndole una verdad ineludible atada a su militancia terrorista, nos costó de inmediato a los colombianos un rompimiento de relaciones con una nación con la cual tenemos una hermandad histórica e idiomática, un gran identidad cultural representada en el tango y el deporte, en las importaciones de granos y en el flujo turístico que por casi un siglo, ha estrechado mucho más nuestra herencia hispanoamericana.
En el fondo ésta la oferta mafiosa de: la plata o la bala, es la misma alternativa perversa e ineludible que hoy tristemente le presentan algunos gobiernos a su ciudadanía al negarle sus libertades esenciales, incluidos el cubano, el ruso, el de Corea del Norte, el venezolano, el nicaragüence y actualmente el camino al que apuntan gobiernos plagados de narcoterrorismo disfrazado de socialismo tipo siglo XXI como el mexicano, el colombiano, el español y unos tantos más.
Tan simple como suena: la plata o la bala, es el símil de la única alternativa que la mafia de la droga le daba a todo aquel en quien tuviese interés. Así obraban Pablo Escobar, los carteles de Medellín, Cali y de todo el país cuando necesitaban comprar jueces, parlamentarios, funcionarios, propietarios renuentes a vender sus haberes o a una clase dirigente empresarial, profesional y política que en muchos casos decidió no relacionarse con quienes apelaban al terrorismo para abusar de los demás.