No lograré entender nunca cómo llegó a donde está siendo un político de pacotilla solo comparable con otros de su calaña como un tal Santos y un tal Samper -siendo comprensible en estos, mediocres hasta los tuétanos, por pertenecer a la rancia aristocracia bogotana-, que podrían ser tan cercanos a la idiotez como el fulano en cuestión y muy afines en su manera de usurpar el poder de manera vulgar y carente de escrúpulos por medio del engaño, la traición y los dineros sucios. No puedo pedir razones a la sinrazón.
Motivo de gratitud y no de reclamos es el hecho de que aparte de ser mediocre y corrupto, sea descaradamente inepto. Alguna vez le escuché decir a alguien de la oposición “light” que no quería que le fuera mal al sujeto en cuestión porque le iría mal al país. Por mi parte ruego porque le vaya mal y muy mal, lo que salvaría a los colombianos de un desastre que parecería inevitable por las condiciones actuales que exigen acciones más efectivas para no contentarnos ilusionados con la idea de que con marchas podamos detener una avalancha de dimensiones catastroficas. Que le vaya mal con sus reformas, que le vaya mal con sus torpes discursos, así nos haga quedar como unos estúpidos ante el mundo, que le vaya mal y muy mal en su vida personal plagada de vicios y desenfrenos, aunque nos cause vergüenza ajena las fotos y videos, como para revista porno, de su mujer recibiendo sensuales masajes y moviendo la cola con desparpajo aquí y allá. No puedo dejar de agradecer que la tal Verónica no sea la señora Mao sino apenas la señora del fulano, que no seamos la gigantesca China sino la pequeña Colombia y que el tal en cuestión no sea Mao por más que lo pretenda, ni que la Primera línea no sea sino una insignificante copia de la Guardia Roja.
Y no dejaré de dar gracias a la naturaleza -la misma que pretende defender este lacayo de la Agenda globalista con absurdas propuestas- por aplazarnos el tan anunciado fenómeno del niño con el que impondrá un estado de emergencia cuya consecuencia inmediata sería que gobernará por decreto, lo que desencadenaría desastres mayores, como si tuviéramos pocos como el de la aniquilación de las EPS que quedó decretada con su famélica asignación presupuestal de lo que poco se ocupan las “furcias” mediáticas dedicadas a tapar escándalos que, para sorpresa de todos, ellas mismas destaparon.
Cada mañana nublada con las que la naturaleza nos regala otro día lluvioso, me llena de alivio. Ni los incendios de millones de hectáreas de bosque en Canadá, ni la implosión del Titán que no deja de despertar suspicacias, ni el teatral golpe de estado a Putin, ni la inteligencia artificial, ni la carne sintética, ni lo que sea que pueda llevarnos a la histeria colectiva le interesa en nada a una naturaleza, despreocupada de todo, que sigue su ruta a pesar de que el fulano, al que nos referimos, -con sus alardes de poder que, gracias a Dios, no llegan más allá de las suelas de los zapatos de esos malos, de verdad, de un Stalin, un Hitler o un Mao que se estarán revolcando de risa en sus inmundas tumbas viendo a estos tiranuelos que abundan en esta parte del globo terráqueo, tratando de emular sus maldades- siga sentando catedra sobre cambio climático y decrecimiento que no significa otra cosa que pobreza.
Cuando me entra la preocupación siento un viento tranquilizador que se levanta al recordar que si en algo sobresale nuestro fulano de tal es en su mediocridad lo que le agradezco a la vida y le canto al fulano:
“La vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida. ¡AY, DIOS! Cuando lo manda el destino, no lo cambia ni el más bravo, si naciste pa’ martillo, del cielo te caen los clavos…”
Kienyke