La situación de nuestro país es muy delicada. El panorama es confuso a más no poder. No cabe duda de que estamos bajo un gobierno controlado por comunistas que tienen su agenda bien definida. Pero no controlan todos los resortes del poder y la gran incógnita radica en saber si obrarán de modo respetuoso para con nuestra debilitada institucionalidad o tratarán más bien de desquiciarla para dar ya el autogolpe que algunos temen, ora el paso hacia una constituyente que protocolice los cambios radicales que pretenden introducir.
En Colombia podría acontecer cualquier cosa en los tiempos venideros.
Los que aspiran a derribar el gobierno que mal que bien nos rige, que es en rigor un desgobierno, juegan con candela. Mal que bien se lo eligió hasta el año de 2026 y lo conducente es, como dijera en otra oportunidad el presidente López Michelsen, tratar de mantener el "hilo de la legitimidad". No conviene darle motivos para que lo rompa.
Ojalá que el gobernante de turno recapacite y se dé cuenta de que el pueblo colombiano no quiere el comunismo. Los ejemplos de Cuba y Venezuela son contundentes y no es el caso de proponérselos como modelos a nuestra ciudadanía.
Si optara por las soluciones ya probadas de la social-democracia las cosas serían de diverso cantar. En otra ocasión desde estas páginas señalé que en tal caso podría ganar un puesto de honor en la historia. Pero, tal como va, quizás el futuro lo señale como un depredador. Me preguntaba mi empleada doméstica si a mi juicio podría acabar su período de gobierno, a lo que hube de responderle que ello es una incógnita, pero de lo que sí estoy seguro es que si sigue como va acabará con el país.
Convendría que se despojara de sus anteojeras ideológicas y actuara con realismo, oteando los aspectos positivos de nuestra sociedad para estimularlos y los negativos para superarlos.
Los problemas asociados con la pobreza son reales y acuciantes. Pero el modo de abordarlos no puede ser otro que promover la creación de riqueza y distribuirla sin sacrificar el emprendimiento y la productividad. El estatismo a ultranza que propone estimulará la corrupción, generará nuevas y más irritantes inequidades, traerá consigo más pobreza y nos hará descender a los precarios niveles de Cuba y Venezuela, por no hablar de Argentina y Bolivia o Nicaragua.
Un gobierno de izquierda no es incompatible con la promoción del emprendimiento y de él cabría esperar una razonable mejoría en las condiciones de vida de la población: El ejemplo palpable lo dio el presidente Lagos en Chile, un verdadero estadista que entendió que el crecimiento económico puede acompasarse con el desarrollo social si se obra con prudencia y decisión.
En el fondo, tales son las propuestas del uribismo: estímulo del emprendimiento y la cohesión social, favorecidos por la seguridad democrática, pues sin ésta todo flaquearía. Desafortunadamente, una campaña insidiosa tendiente a envenenar a la opinión pública ha convencido a no pocos, especialmente los jóvenes, de que el desiderátum de la seguridad fueron los falsos positivos, cuyo verdadero alcance está todavía por establecerse.
La izquierda desconfía de la fuerza pública, pero tarde o temprano tendrá que convencerse de que la necesita para que las consignas de libertad y orden que presiden el escudo patrio tengan vigencia efectiva. La condescendencia para con los facciosos genera caldo de cultivo para la anarquía que termina disolviendo la sociedad o por lo menos el régimen institucional.
Convendría que quien nos gobierna siguiera el consejo de los que le dicen que deje ya de estar en campaña y se aplique a satisfacer con buen criterio las necesidades colectivas, construyendo y no destruyendo, conciliando y no enfrentando.