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Rafael Rodríguez-J*

Si algo en Colombia no ha sido objeto de análisis serio y profundo, es la incidencia de la natalidad en la pobreza y a partir de ella, en el desempleo y la violencia.

Pareciera que la natalidad es un tema vedado a la discusión económica, política y academia, quizás por temor a contrariar los retardatarios dogmas de la iglesia católica sobre el control de ella o por interferir el libre ejercicio del derecho a la procreación humana. 

Pero si se quiere establecer la primera causa que origina, tanto la pobreza como la creciente descomposición social que nos agobia, es evidente, que, por encima de la corrupción está la precaria calidad de la educación, y como consecuencia de ella, la desmesurada tasa de natalidad que se registra en los sectores más pobres y vulnerables.

La falta de educación en materia de salud reproductiva y de planificación familiar, mediante la reducción voluntaria de la fecundidad y la procreación deseada y responsable, contribuye a que los individuos, en especial las mujeres, no puedan romper la cadena generacional de pobreza que les antecede.

Está demostrado, que cuando las parejas cuentan con educación sexual reproductiva, las mujeres mantienen su autonomía, están en mejores condiciones para culminar su educación, de realizar sus proyectos, de vincularse al mercado, de generar ingresos y de contribuir a la seguridad económica y al bienestar futuro de sus familias, lo que en términos cuantitativos y cualitativos contribuye de manera ostensible a la reducción de la pobreza y al desarrollo.

No hay duda que la tasa de expansión demográfica del país, es cada vez más alta en comparación con la de muchas naciones de las llamadas emergentes y, ostensiblemente mayor a la de las naciones más avanzadas y civilizadas.

Se quiera o no, el crecimiento demográfico desordenado de una nación, está directamente asociado a su grado de subdesarrollo, y, en el caso de Colombia, tan solo basta revisar las estadísticas para comprobar que la mayor explosión demográfica se da en los sectores menos educados, más pobres y vulnerables, cuyos integrantes, por no lograr insertarse a la economía y la productividad, terminan en la informalidad, el ocio, los vicios y las actividades delictivas.

La proyección demográfica en Colombia plantea serios problemas sociales y económicos, y de toda índole, y su impacto adverso exige la urgente necesidad de comprometer mayores esfuerzos en términos de inversión y gasto, para dotar a la población de medios idóneos que le ayuden a su realización, ocupación y productividad.

Es evidente que la tasa de natalidad de los sectores más pobres, rebasa de lejos la capacidad de absorción laboral del sector productivo, así como del Estado y, en consecuencia, amenaza la exclusión de esos sectores de los servicios de educación, salud, bienestar y mejoramiento integral de la calidad de vida.

Los registros del DANE indican que en el año 2021 nacieron en Colombia 611.669 niños y de 23.525 de ellos, sus madres no tenían ningún tipo de estudio o educación. De 1.766 sus madres solo contaban con estudios de preescolar; de 73.833 sus madres solo contaban con estudios de básica primaria; de 136.967 sus madres solo contaban con estudios de básica secundaria; de 227.750 sus madres solo contaban con estudios de media vocacional clásica, técnica o normalista; y, de tan solo 147.818 sus madres contaban con estudios de educación técnica, tecnológica, profesional, especialización, maestría o doctorado.

Lo anterior demuestra, como el bajo nivel de educación de las madres está asociado a una mayor natalidad, lo que permite razonablemente concluir, que las mujeres con menor grado de educación son las que más procrean y asumen mayores riesgos y responsabilidades, sin disponer, por lo general, de los recursos mínimos necesarios para hacerlo, como tampoco, del apoyo de los varones progenitores.

No siendo poco lo anterior, en muchos casos, los hijos que se procrean, no son el resultado de relaciones formales o estables, sino de relaciones esporádicas o episódicas, en las que muchos de los hombres progenitores no asumen responsabilidad alguna y, por ende, no reconocen a quienes engendran ni les proveen identidad, educación y establecimiento. De ahí la explicación de la presencia de cientos de miles de mujeres cabeza de familia en Colombia.

Al respecto Federico de Amberes dijo: “Los hombres somos libres para tomar decisiones, pero responsables de las consecuencias y obligaciones que de ellas se derivan. La mayor debilidad humana es la falta de educación y el mayor despropósito de un varón es la procreación irresponsable

Mientras sigamos indiferentes ante al aumento desbordado de la población más vulnerable y sigan naciendo colombianos sin posibilidades ciertas de progreso, no cesará la pobreza y la violencia, y los recursos del Estado serán insuficientes para atender tantas y tan crecientes necesidades.

Para abatir el origen de la mayor causa de pobreza, es urgente y necesario, diseñar y articular una vigorosa política educativa, capaz de persuadir una planificación familiar responsable, que asegure para las nuevas generaciones condiciones mínimas de dignidad, bienestar y progreso.

Mientras sigan naciendo niños sin posibilidades de salud, nutrición y educación, no cesará la pobreza, y el populismo comunista la aprovechará para sembrar ilusiones y esperanzas fallidas.

Ojalá que en Colombia no volviera a nacer un solo niño, sin contar con condiciones ciertas o al menos probables de salud, educación y manutención.

*Rafael Rodríguez-Jaraba. Abogado Esp. Mg. Litigante. Consultor Jurídico. Asesor Corporativo. Conjuez. Árbitro Nacional e Internacional. Profesor Universitario. Miembro de la Academia Colombiana de Jurisprudencia.

 
Publicado en Columnistas Nacionales

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