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Jesús Vallejo Mejía 

Uno de los episodios más simpáticos de "Fantasía", esa película inolvidable de Walt Disney, es aquél en que aparece el ratón Mickey invocando fuerzas ocultas con la varita que le sustrajo a un mago del que era su ayudante. Al principio esas fuerzas obedecieron a sus deseos, pero luego se desataron, cobraron su propia dinámica e hicieron desastres.

Lo mismo parece estar ocurriendo entre nosotros con la consigna de cambio en todos los sentidos que promueve el actual gobierno.

Las promesas electorales que su titular hizo a troche y moche para llegar a la presidencia, sin medir sus posibilidades de cumplimiento, le están pasando ya unas apremiantes facturas. Así se observa en el clima de agitación que se esparce por todo el territorio colombiano. La gente está nerviosa, no sólo por los anuncios que se proclaman, sino por la improvisación y el descuido que los acompañan. La garrulería oficial marca hoy la tónica.

No contento con revolcar el país, nuestro aprendiz de brujo se fue para la ONU en Nueva York a blandir su varita mágica, apuntándola sobre el tema de las drogas, así como contra el petróleo, el carbón y, en últimas, el capital y las sociedades avanzadas.

El suyo fue un discurso pueril, plagado de inconsistencias, como solían ser los suyos en plaza pública cuando se aplicaba a descrestar calentanos. Pero el destinatario en este caso no fue, como hubiera dicho Laureano Gómez, el "inepto vulgo", sino la comunidad internacional en pleno.

Como los asuntos jurídicos no son de su resorte, ignoró que la guerra contra las drogas que considera frustrada es un programa de la ONU que consta en varios convenios de 1961, 1971 y 1988, el último de los cuáles es la "Convención de Viena contra el tráfico ilícito de estupefacientes y sustancias sicotrópicas", aprobada por nuestro congreso mediante la Ley 67 de 1993. Vid. Leyes desde 1992 - Vigencia expresa y control de constitucionalidad [LEY_0067_1993] (secretariasenado.gov.co).

Un planteamiento más consistente sobre el particular habría sido la denuncia de la Convención, según lo previsto en su artículo 30, pero a sabiendas de las implicaciones internacionales de tal iniciativa.

En efecto, Colombia es hoy el mayor cultivador de coca y el mayor productor de cocaína que se consume no sólo en mercados externos, sino también, muy desafortunadamente, en el interno. De hecho, es prácticamente un narcoestado. Claudicar en la lucha que la ONU ha considerado necesaria en razón de "la magnitud y la tendencia creciente de la producción, la demanda y el tráfico ilícitos de estupefacientes y sustancias sicotrópicas, que representan una grave amenaza para la salud y el bienestar de los seres humanos y menoscaban las bases económicas, culturales y políticas de la sociedad", nos convierte de hecho en cómplices del narcotráfico, como ya lo han señalado en la prensa internacional a raíz de tan infortunado pronunciamiento.

Comparar los efectos negativos de la cocaína con los del petróleo y el carbón nos ha convertido en el hazmerreír del mundo entero.

No faltará quien piense que el propósito gubernamental es sustituir los pingües ingresos que nos generan las exportaciones de petróleo y carbón por los de la cocaína.

En los Estados Unidos ya están dándose cuenta de que el gobierno colombiano es enemigo suyo, como lo son los de Cuba, Venezuela y Nicaragua. Es clara su afinidad con Rusia y China, pero el mismo parece ignorar que en estos países la lucha contra la droga es implacable. China castiga con pena de muerte a los traficantes. Y hace poco vimos que una deportista norteamericana fue a dar con sus huesos a la cárcel porque los rusos le encontraron en el equipaje una sustancia sospechosa.

Viene al caso la pregunta que alguna vez hizo Fernando Londoño Hoyos sobre lo que estarían fumando los congresistas que aprobaron las funestas listas abiertas que le reforma política ahora en curso quiere abolir.

¿En qué se inspiraría nuestro aprendiz de brujo para soltar tamaños dislates ante el mundo entero?

 
Publicado en Columnistas Nacionales

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