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José Alvear Sanín   

En los últimos años han aparecido las expresiones monárquicas de “joya de la corona” y “prueba reina”, para ponderar las excelencias de algo, o lo incontrovertible de un hallazgo que determina el cierre de un proceso o de una discusión.

Estamos a 19 días de la primera vuelta de la elección presidencial más importante de nuestra historia, la que, además, por primera vez implica consecuencias a escala global.

En efecto, si Colombia elige suicidarse electoralmente, no solo desaparecerán sus instituciones, sus libertades y su porvenir, dado que ese trágico insuceso tendría inmediatamente efectos aterradores en Brasil. Si ese inmenso país también cae, todo el continente pasaría entonces a orbitar en la esfera china, puesto que Rusia, por su debilidad demográfica, y en la medida que se enreda en una guerra by proxy con los Estados Unidos, fatalmente queda supeditada a Beijing.

Hasta dónde la Rusia de Putin sea comunista es asunto secundario frente al ascenso chino. Lo cierto es que Moscú, en esa toma de posiciones hacia la hegemonía, le aporta la influencia que ha recuperado en el vergonzante “imperio” cubano de Venezuela, Nicaragua y Bolivia, que extiende sus tentáculos sobre Argentina, Chile, Honduras y Perú, países en camino hacia versiones más o menos completas del socialismo del siglo xxi.

El desolador panorama de una América Latina supeditada a través de la isla famélica a un esclavizante neocolonialismo amarillo, es lo único que se puede esperar del socialismo del siglo xxi.  Este se proyectaría en la URSA (Unión de Repúblicas Socialistas Americanas), federación cuyo establecimiento aseguraría el predominio mundial de China.

Para llegar a este punto solo falta tomar la joya de la corona, en este caso Colombia, lo que se consigue a muy bajo costo. Basta con una mala elección en nuestro país para que salte el precario equilibrio geopolítico en el que aún los Estados Unidos mantienen primordial influencia.

De esta manera, una posesión de Petro (legítima o fraudulenta) condenaría al hambre y el despotismo a toda América Latina, donde entonces se desencadenaría la revolución, ya sin los tapujos de Boric y Castillo, cuyo prudente respeto por el orden constitucional, hasta ahora, es apenas un recurso transitorio para no alarmar al electorado colombiano.

                                                                                              ***

Pocas figuras tan apasionantes como la de Winston S. Churchill, que ha merecido centenares de biografías, ensayos y películas. En 2014 apareció la primera edición colombiana del Churchill de Roy Jenkins (Bogotá: Crítica, 1134 pág.), que parecía ser la biografía definitiva. Pero en 2020 se publicó, bajo el mismo sello, la traducción de Churchill, walking with Destiny, de Andrew Roberts(Bogotá: Crítica, 1468 p.), que supera ampliamente todo lo que conocíamos del inmenso personaje.

Al recomendar al lector la 2ª edición (2021) de ese libro monumental, como corresponde a Sir Winston, no puedo dejar de manifestar mi dolor ante la falta de un líder comparable en Colombia.

Churchill, solitariamente, alertó a su país sobre el peligro inminente y la irresponsabilidad de no rearmarse mientras Hitler lo hacía en gran escala. Allí se reconoció finalmente que tenía la razón. En cambio en Colombia, a partir de 2002, nadie en las más altas esferas ha enfrentado con entereza al enemigo, con el que se ha pactado hasta la demolición de quienes se oponen al comunismo, incrustado en todas las principales posiciones del Estado, en los partidos, en los sindicatos y en el dominio de la justicia y la educación.

                                                                                              ***

De un filósofo coreano, Byung-Chul Han, que enseña en una universidad alemana, ha aparecido en Colombia un breve e inquietante libro, Infocracia, la digitalización y la crisis de la democracia (Bogotá: Taurus; abril 2022. 103 p.), que denuncia la práctica desaparición de la verdad y la racionalidad, aplastadas por la multiplicación y la velocidad de la información, en buena parte configurada por fake news, trolls y bodegas.

La democracia es lenta, larga y tediosa, y la difusión viral de la información, la “infodemia”, perjudica en gran medida el proceso democrático. Los argumentos y los razonamientos no tienen cabida en los tweets o en los memes, que se propagan y proliferan a velocidad viral. La coherencia lógica que caracteriza el discurso es ajena a los medios virales (…) También las noticias falsas son, ante todo, información (…) Antes de que un proceso de verificación se ponga en marcha, ya ha tenido su efecto. La información corre más que la verdad y no puede ser alcanzada por esta (p. 42).

                                                                                              ***

¡Y el registrador allí!

Publicado en Columnistas Nacionales

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