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Jesús Vallejo Mejía 

Borges cita en varias ocasiones este texto del Evangelio de San Juan (Jn. 3,8), alguna vez con cierta irreverencia. Hace parte de uno de los pasajes más intensos del Evangelio, el diálogo de Nuestro Señor con Nicodemo. Lo traigo a colación precisamente en este inicio de la Semana Santa porque hace poco he leído dos escritos que dan cuenta cabal de la verdad que ahí se expresa.

El primero versa sobre la conversión de Mgr. Jacques Leclercq (1891-1971), una de las figuras más destacadas del pensamiento católico en Bélgica, autor de numerosos libros dentro de los cuáles cabe mencionar "Las grandes líneas de la filosofía moral" o su "Introducción a las Ciencias Sociales".

Mgr. Leclercq venía de una familia adinerada y, como muchas otras, más liberal que católica. Su religiosidad era apenas convencional. Muy poco conocía de la Sagrada Escritura cuando a raíz de una discusión con un condiscípulo judío decidió acercarse a los Evangelios y quedó hondamente impresionado por lo que en ellos se decía. El Espíritu sopló sobre él y decidió hacerse sacerdote, pese a la oposición de su padre, que quería para él una brillante carrera de abogado, título que había obtenido con honores cuando apenas contaba con 20 años. A los 22 ingresó al seminario y fue ordenado sacerdote en 1917 por el célebre cardenal Mercier. De su fecundísimo apostolado da cuenta esta memoria de Georges Van Riet: In memoriam Monseigneur Jacques Leclercq – Persée (persee.fr).

Caso similar es el de Claude Tresmontant (1925-1997). Su familia era atea y se había desintegrado. En su adolescencia siguió a Schopenhauer. Nada sabía de religión, cuando a los 16 años, mientras asistía a un partido de fútbol, para entretenerse echó mano de un libro que estaba a su lado. Lo abrió al azar y leyó, bien fuese en San Mateo o en San Lucas, "El que quiera salvar su vida la perderá, pero el que pierda su vida por mí la encontrará" (Mt. 16, 25; Lc. 9, 24). El texto lo sobrecogió y, a partir de ahí, inició su proceso de conversión. A los 18 años pidió el bautismo y dedicó su vida al estudio profundo de la Sagrada Escritura. En la Sorbona, donde reinaban Marx, Nietzsche, Freud, Heidegger y, en general, los "maîtres à penser" del ateísmo, mantuvo viva la llama de los estudios bíblicos. Se distinguió como metafísico, teólogo, historiador, lingüista y polemista. Varios de sus libros influyeron en mi modesta concepción del mundo: "Cómo se plantea hoy el problema de la existencia de Dios", "La mística cristiana y el porvenir del hombre", "El Problema del Alma" y, sobre todo, "L'Enseignement de Ieschoua de Nazareth". Como Mgr. Leclercq, era un asceta, dedicado con entera devoción al estudio y la escritura. Contra el irracionalismo dominante, repetía estas palabras del cardenal Dechamps en 1870: «C'est la raison qui appelle la révélation, et c'est à la raison que la révélation s'adresse, c'est à la raison que Dieu parle, c'est à la raison qu'il demande la foi, et il ne la lui demande qu'après lui avoir fait voir que c'est lui quiparle.» Vid. Biographie | Tresmontant (claudetresmontant.com).

La Providencia nos llama de las maneras más inesperadas. Borges, que no ocultaba su descreimiento, confesó alguna vez que por pedido de su madre todas las noches rezaba un Padrenuestro. Al final de su vida pidió la asistencia de un sacerdote, pues quería morir en la misma religión que murió su madre.

Publicado en Columnistas Nacionales

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