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Pbro. Mario García* 

Es el interrogante que, inevitablemente, muchísimos colombianos nos vamos planteando, ante los delirantes desafueros de la malhadada corte constitucional. Cuando uno podría pensar que ya llegaron al extremo de su insania, un nuevo paso de los togados enceguecidos que la componen vuelve a aterrarnos, una nueva de sus aberraciones aparece para pisotear toda moral, todo principio, todo valor.

Primero, autorizaron el que se abortara (¡se asesinara!) a los niños si se presentaba alguna de las tres causales que, según ellos, lo justificaban; después, en el 2019, legalizaron la comercialización de órganos de niños abortados; luego “legislaron”, prevaricando, sobre eutanasia, legitimando el asesinato de ancianos y enfermos, y en progresivas declaraciones haciéndolo casi recomendable y suprimiendo toda cortapisa, cuando decretaron que ni siquiera es necesario que la víctima sufra una dolencia terminal; en seguida, y para escamotearles a los padres de familia su autoridad, establecieron que una niña, menor de edad, podía buscar que se le practicara el aborto, o un adolescente también menor solicitar la eutanasia  sin necesidad de la autorización de sus progenitores; luego, determinaron que hasta los seis meses de gestación, el infanticidio podría cometerse sin que mediaran las tres causales, y que, si alguna de ellas se daba, al niño podía matársele aun teniendo ocho o nueve meses; en el trasfondo de esta última decisión, está el hecho de que es mucho más “comercial” un órgano de un bebé ya viable, suficientemente desarrollado: no olvidemos que el diabólico negocio del comercio de órganos abortados mueve unos capitales gigantescos…

El doctor Samuel Angel nos da un dato de 14.000 millones de dólares… y nos hace saber que hay más clínicas abortivas, de esas que sostiene Planned Parenthood, o el pérfido Georges Soros,  tipo Profamilia, que puestos de venta de Mc.Donald en el mundo; luego, pretenden limitar, en camino hacia su supresión, el derecho moral y constitucional de la objeción de conciencia; otro día, cambian la definición de la familia tal como está establecida por la ley natural y como la estatuye la misma Constitución,  y buscan equiparar con  ella las parejas – o tríadas…-  anormales;   y ahora nos salen con la paparruchada de que en la cédula de ciudadanía de los colombianos tiene que aparecer la opción del género no binario…¿Con qué otra sandez, o atrocidad, saldrán mañana? (Entre paréntesis, El Tiempo de hoy califica esta estupidez de “paso revolucionario…necesario…apenas justo…apenas lógico”, y nos advierte que ya tenemos que ir utilizando nuevos pronombres, como elle, nosotres… ¡qué melonada!)

Todo esto, para quienes tratamos de vivir y actuar a la luz de la Ley de Dios, profesamos unos principios y respetamos una escala axiológica, constituye una tragedia. Tras la cual, hay una realidad que varias veces he mencionado en mis glosas: el desconocimiento u olvido de la ley natural, que es ley de Dios, y en virtud de la cual hay cosas que nunca podrán cambiar su naturaleza de ilícitas y pecaminosas, aunque desatentadas autoridades humanas pretendan establecerlas como derechos o expresiones de la libertad humana. Lo recordaba de una manera brillante, hace poco, el doctor Jesús Vallejo Mejía en uno de sus sesudos y densos comentarios.

Y ahora, ante la oleada de protestas que felizmente se han dado contra su último fallo en relación con el aborto, los magistrados de la corte salen dizque a reclamar respeto por sus sentencias al gobierno y a los particulares… Señores, el respeto hay que merecerlo; son ustedes, con sus desatinos inmorales, los que han minado su propia respetabilidad.

Yo creo que ha llegado el momento de que los colombianos le salgamos al paso a este frenesí insensato de la corte constitucional; muchos hablan, y pienso que, con toda razón, de un referendo o de un plebiscito para tal fin; referendo o plebiscito que debería buscar, no solo reversar la criminal decisión última sobre el aborto, sino raer de nuestro ordenamiento a una corte que tanto daño le ha hecho y sigue haciéndole a Colombia.

* Formador, seminario mayor, Ibagué, Colombia.

Publicado en Columnistas Nacionales

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