Tengo un entrañable amigo que me ha pedido con sobrada razón mantener anónimo su nombre, aunque no su historia. A él le secuestraron un familiar muy cercano y, por ello, con el abogado de su padre entró a negociar y pagar el rescate lo que se hace dentro de unas circunstancias complejas, bien planeadas por los captores, crueles.
El capítulo siguiente, la entrega, es digno de una película similar a Búsqueda Implacable; se convienen las condiciones iniciales y, en diferentes puntos de la ciudad de Bogotá, se van recibiendo nuevas instrucciones con recorridos, pausas, señales, un plan diseñado para varias horas, donde, las pausas, dicen, es para verificar que no hay seguimiento alguno de las autoridades.
Finalmente, en el recorrido indicado, en la avenida que del Minuto de Dios conduce a la calle 26, yendo hacia el Aeropuerto El Dorado señalado como el próximo destino, un auto lo detiene, entregan el periódico del día anterior con la firma del secuestrado exigido como prueba de supervivencia y de que ellos eran los captores, se intercambia por los maletines con el dinero. Inicialmente tenían la cara cubierta con periódicos, pero, ante un error de mi amigo, varios quedan al descubierto y, uno de ellos, era nada más ni nada menos, el bendecido.
Esta historia se combina con otro paisaje aterrador, el joven jamás supera el trauma del secuestro, lo invade el delirio de persecución, viaja frecuentemente, se refugia en Cartagena, Medellín, Cali y su hacienda, y finalmente termina en el suicidio.
El Rincón de Dios
“Señor, Tú estás delante de mi para guiarme; Tú estás detrás de mi para protegerme; Tú estás encima de mí para bendecirme; Tú estás debajo de mi para sostenerme; Tú estás a mi lado para acompañarme; Tú estás dentro de mí para darme vida. Señor, que en todas partes te encuentre; que en todas partes te ame; que en todas partes te sirva. Amén. San Ignacio de Loyola.