Pero el asunto no es tan sencillo como lo plantean.
En efecto, la idea misma de unos derechos fundamentales del ser humano, anteriores y superiores al Estado, es de origen religioso y específicamente cristiano.
Se la encuentra desde mucho tiempo atrás en las enseñanzas de la Iglesia, en la filosofía de Santo Tomás de Aquino y más recientemente en las especulaciones de los grandes teólogos del Siglo de Oro Español, así como en el pensamiento protestante que cuajó en la Declaración de Independencia de los Estados Unidos, que a la letra dice:
"Sostenemos como evidentes estas verdades: que todos los hombres son creados iguales; que son dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables; que entre éstos están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad..." Vid U.S. Declaration of Independence - Spanish (state.gov)
La dignidad de la persona humana se vincula al hecho de haber sido creado el hombre a imagen y semejanza de Dios, dador de la vida, que es don suyo que nos llega por su santa y amorosa voluntad. No somos resultado fortuito de una aglomeración de células, como cree el materialismo dominante, ni arrojados al mundo por algún designio incomprensible y, por ende, absurdo, sino hijos de Dios llamados a la bienaventuranza eterna.
Esa idea de dignidad quedó reflejada en la Declaración Universal de los Derechos del Hombre que aprobó la ONU en 1948, gracias en buena medida a la influencia del gran pensador católico Jacques Maritain. Vid. Una introducción a la relación entre Jacques Maritain y algunos redactores nucleares de la Declaración Universal de los Derechos Humanos (scielo.org.mx)
Despojada de su relación trascendente con Dios, la idea de dignidad humana se convierte en una fórmula vacua que se presta para cualquier sentido, al tenor del relativismo moral imperante hoy en día.
¿Está Dios ausente y excluido de nuestra normatividad constitucional?
El tema se debatió en la Asamblea Nacional Constituyente de 1991, que optó por insertar en el Preámbulo la fórmula según la cual la Constitución se expidió "invocando la protección de Dios". Por consiguiente, en su desarrollo no es de recibo la lectura radicalmente atea que, sobre todo a partir del influjo del finado Carlos Gaviria Díaz, seguido a pie juntillas por sus sucesores en la Corte Dictatorial, ha terminando imponiéndose a expensas de las mayorías católicas y cristianas que imperan en nuestro pueblo.
Bien sea por ignorancia o por obra de los prejuicios contra la religión que impusieron los medios ilustrados a partir del siglo XVIII, en los tiempos que corren se menosprecia la enorme influencia del Derecho Canónico en la configuración del Derecho occidental, en cuyas bases se encuentra la idea bíblica de la Ley de Dios, a la que hay que obedecer antes que a las leyes humanas (vid. 81-01. Est. Larr⁄inzar (unav.edu).
Los ateos que controlan la Corte Constitucional rechazan esa ley suprema y la sustituyen por su propia voluntad. Ellos creen en la promesa de la serpiente según el libro del Génesis 3.5:"Seréis como dioses". Así se sienten y obran en consecuencia.
A los promotores del aborto conviene recordarles que el Código de la Infancia y la Adolescencia en su artículo 17 dispone que el derecho a la calidad de vida entraña la generación de condiciones para un desarrollo integral acorde con la dignidad de ser humano desde el momento mismo de la concepción. En armonía con ello, el artículo 41-10 proclama el deber del Estado de apoyar a las familias para que aseguren el alimento de los hijos desde su gestación, así como la protección de las mujeres gestantes (numeral 11).
¿Se atreverá esa Corte Dictatorial a declarar inexequibles estas disposiciones, para así dar vía libre al aborto sin condicionamientos que se apresta a autorizar?
Respecto de la eutanasia, estoy repasando las páginas de "Demonios" en las que Dostoiewsky pone en cabeza de su personaje Kirilov las ideas justificativas del suicidio.Vid. Actualidad de Dostoyevski: Kirilov y el suicidio de los ateos - El Español Digital "La verdad sin complejos" (xn--elespaoldigital-3qb.com) Quitarse la vida conscientemente o pedir que otros la finiquiten a sabiendas, equivale, más que desafiar a Dios, a rechazarlo. Entonces, habida consideración de la raíz religiosa del derecho fundamental a la vida, ¿cabe afirmar que hay derecho a exigirle al Estado que lo mate a uno porque ya la considera insoportable y maldice a Dios por no ponerle término?
Hay que haber leído a Pascal para entender que esa decisión puede tener efectos para toda una eternidad.