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Rafael Rodríguez-Jaraba*

Es bueno rememorar la prédica de Federico de Amberes: “No hay peor error que ignorar la historia, y peor aún, si por ser reciente y adversa, puede prevenir que se vuelva a incurrir en los mismos yerros narrados por ella.

Se cumplen 36 años de El Día del Infamia; la sangrienta toma del Palacio de Justicia por parte de la banda terrorista M-19, que, auspiciada por el Cartel de Medellín, pretendió tomarse el poder, así como el máximo templo de la justicia colombiana para destruir los expedientes de los narcotraficantes que en ese momento iban a ser extraditados.

Los colombianos vivimos 3 días y noches de pesadilla, holocausto y terror, en que fueron vilmente asesinados cerca de un centenar de ciudadanos, entre ellos, los Magistrados más probos y esclarecidos que recuerde la nación, así como soldados de la patria, trabajadores de la rama judicial, abogados litigantes y visitantes ocasionales. La pérdida para la Justicia fue inestimable e irreparable, al punto, qué, desde ese nefasto momento, nunca más pudo recuperar su respeto, autoridad y majestad.

Lo ocurrido no fue un hecho episódico o incidental; fue la consumación de un acto criminal de lesa humanidad, concebido, premeditado, planeado y articulado por un puñado de mentes perturbadas, embotadas de ideas comunistas y fletadas por el narcotráfico para consumar la más repugnante y execrable barbarie.

Sobrecoge reconocer, que el Holocausto del Palacio de Justicia y la inmolación de las mentes jurídicas más encumbradas del país, es otra evidencia cierta de la impunidad que campea en Colombia, y muy similar, a la cínica y desvergonzada que en la actualidad presenciamos y padecemos, impuesta por Juan Manuel Santos con la complacencia de un Congreso fletado y de una Corte Constitucional politizada.

Al final, los criminales del M-19 fueron indultados, premiados y gratificados, las víctimas burladas, el Estado responsable de repararlas y los militares repudiados y condenados por defender el Templo de la Justicia.

Pero no siendo poco tanto desvarío, quienes cometieron tan aleve atrocidad, nunca han demostrado el menor asomo de vergüenza, arrepentimiento o enmienda, y, al contrario, tanto ellos como algunos de sus hijos, hoy gozan de prebendas y privilegios, y se han valido de tamaños desmanes para concentrar poder y para acumular fortunas a costa de fechorías y del expolio del erario.

Qué bueno fuera, que con la misma intensidad con que los colombianos celebramos los triunfos episódicos y efímeros del combinado nacional de futbol, manifestáramos nuestro duelo, luto y repudio ante semejante atrocidad. Pero no, el país carece de sensibilidad y de memoria colectiva, y como algunos dicen “lo que no fue en tu año no fue en tu daño

Es evidente que la nación se mantiene sumida en una profunda amnesia y difícilmente recuperará la sensatez y el buen juicio; no obstante, es bueno rememorar algunos hechos ciertos, así tan solo sea para que recupere de manera temporal su memoria colectiva.

La falta de un ideario mínimo de valores, hace de Colombia una nación que a tumbos repite y repite su desventurada historia. En Colombia, la pasión vence a la razón; los principios pierden con la conveniencia; los valores son derrotados por el utilitarismo; el despropósito aniquila la cordura; y, la honestidad es apabullada por la villanía. En Colombia, solo mejora lo físico y lo económico, más no lo esencial y fundamental como es la educación y la justicia.

Cómo me hubiera gustado vivir en otra época y en una nación donde la sinrazón no sea la razón, donde para discrepar no haya necesidad de irrespetar y donde para protestar no haya que vandalizar; pero aquí nací y no me resigno a la indiferencia, a la indolencia y a la tolerancia, y menos, a la neutralidad cómplice frente al delito.

Perdón por soñar con una patria educada, culta y digna, y con una democracia sólida con instituciones pulcras, respetables y respetadas, de manera que nunca llegue a ser gobernada por un puñado de narco criminales como los que hoy orondos frecuentan el Congreso de la República y reciben los favores de la justicia espuria y canalla que administra la mal llamada JEP (Justicia Especial para la Impunidad) y que celebra la dislocada Comisión de la Verdad.

Honor a la vida de las víctimas sacrificadas en el Palacio de Justicia y paz en sus tumbas.

*Rafael Rodríguez-Jaraba. Abogado Esp. Mg. Litigante. Consultor Jurídico. Asesor Corporativo. Conjuez. Árbitro Nacional e Internacional en Derecho. Profesor Universitario. Miembro de la Academia Colombiana de Jurisprudencia.

Publicado en Columnistas Nacionales

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