vida. Un arte que seduce cada espacio que convocan las miradas juguetonas. El espectáculo toma aliento en el frenesí del atento público. Mariaca Semprún es un deleite para todos los sentidos. Vestido ceñido en el resplandeciente escenario. Su trémula voz lo impregna absolutamente todo. Una modulación perfecta en donde la simpatía de la hermosa venezolana es la guarida perfecta para que sea un deleite simpar. La energía que despierta es contagiante. Es el distintivo de una mujer con fuego huracanado. Y de pronto las muy bien seleccionadas melodías nos traen de vuelta a Rocío Durcal. Aquella madrileña que también se hizo México. No es un homenaje para salir de paso. Es un magnífico trabajo en donde se cuidaron todos los detalles. Nada queda en el designio del azar. Es saber rendir justo tributo colocándole el sello particular. Sus agudos son perfectos. El énfasis en la entonación hace que la interpretación sea un sublime susurro evocador. Con la artista existe la facilidad de saber dominar las tablas. Es una excelente actriz que se desenvuelve eficazmente. Allí es una pantera que aguarda celosamente para seducir los sentidos. Trasmite un regocijo que se refleja en el danzar de su mirada cuando canta. Hace una conexión única con el ambiente. Esa química es el motor que mueve sus exitosas presentaciones.
Mariaca Semprún es un gran ejemplo de tenacidad y constancia permanente. Tiene un gen competitivo que siempre la impulsa a estar en permanentes proyectos. Es el ave fénix que sabe renacer de sus cenizas para desplegar alas y emprender el vuelo en la búsqueda de nuevas formas de éxito. No hace mucho tiempo se metió en los tuétanos de la cantante gala Édith Piaf. Fue un espectáculo digno de los mejores contextos. Con un muy bien logrado francés deslumbró en el escenario. El atuendo y la decoración acordes con la tradición de la época. No era nada fácil representar a este emblema. En algún momento, Mariaca Semprún dejaba en su presentación una mágica conexión con aquella menuda mujer que vivió una vida realmente trágica. Hija de una cantante ambulante que la tuvo en la calle. Al ser muy pobre se la entregó a su madre, quien le suministraba biberones de vino. Dormía en tugurios de mala muerte. Eran tantas las carencias que muchas veces iban hasta el mercado a buscar entre la basura. Conoció en su juventud a delincuentes, proxenetas y se entendió con fugaces amantes de una noche sin nombre ni compromiso. La pobreza arrastró sus pasos como atada por una fuerte cadena llena de sinsabores e incertidumbres. Sin embargo, el arte navegaba en sus venas. Sus canciones fueron un desahogo para un pueblo sumido bajo el rigor de la guerra. Cuando las bombas nazis caían impunemente sobre París, muchos de sus compatriotas se abrazaban esperando lo peor escuchándola. Esa imagen la recreó la artista venezolana con una categoría ampliamente reconocida por los especialistas. Solo alguien con su brillo podría haberlo logrado, lo hizo con sobresaliente puntaje. Hacer este tipo de personaje no es para cualquiera. Se tiene que tener mucha grandeza, de alma y de espíritu y Mariaca lo tiene.
Su voz es la poesía escrita en el alma del público. Palabras que son los alquimistas que un buen día se dedicaron a crear canciones que anclaron en el puerto del amor. Cada expresión musical le colocó los ropajes de sus ancestros. En ese viaje de sentimientos los oleajes nos llevaron hasta sus océanos. Mariaca Semprún es la misión de una especie inextinguible en la búsqueda de su propio reto. Seguramente seguirá creando contenido para llenarnos de orgullo a los venezolanos.
@alecambero