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Sergio Ramírez       

La tarima en Managua se queda en su lugar, sin desarmar, hasta la próxima toma de posesión.

Cao Jianming, uno de los catorce vicepresidentes de la Asamblea Popular de China, ha sido enviado a Nicaragua para estar presente en la cuarta toma de posesión consecutiva de Daniel Ortega. Un largo viaje hacia un país que acaba de entrar en la órbita de las relaciones expansivas del nuevo celeste imperio de Xi Jinping. Pocos son los invitados que habrán de acudir, la mayoría de bajo nivel. Por eso se sorprende cuando al bajar del avión advierte que lo espera una guardia de honor, como si fuera un jefe de Estado. En un país de estrictas jerarquías como el suyo, tal anomalía protocolaria es imposible. Pero representa a China y eso es suficiente, así fuera ujier de la Ciudad Prohibida.

Pero lejos de allí se da otra escena también inusual, por no decir extraña. Ese mismo 10 de enero, el presidente López Obrador comparece en una de sus conferencias de prensa mañaneras, y un periodista le pregunta si su gobierno enviará algún representante a la toma de posesión de Ortega.

–Todavía no se decide, responde, bastante desconcertado. ¿Cuándo es... la toma de posesión?

–Hoy –le informa el periodista.

–Ah... ¿Hoy? No sabía.

El periodista le dice entonces que la noche anterior la cancillería ha anunciado que no enviará a nadie.

–¿Y a qué horas es la toma de posesión? –pregunta el presidente.

–No sé la hora –responde el periodista.

–Vamos a ver si da tiempo de que llegue alguien... porque nosotros tenemos buenas relaciones con todos. Con todos. Y no queremos ser imprudentes.

–¿Sería una imprudencia que no fuera ningún funcionario mexicano a la toma de posesión? –continúa el periodista.

Entonces el presidente responde que México no puede hacer a un lado su política de autodeterminación de los pueblos. Y recuerda cómo el gobierno pasado, por quedar bien con otro gobierno, expulsó al embajador de Corea del Norte.

A este episodio se le ha dado el cariz de una desautorización bastante ruda a su propio canciller, Marcelo Ebrard, quien habría buscado sumarse a la inmensa mayoría de los países latinoamericanos que dejaron solo a Ortega en su farsa. Pero también merece otra lectura. Si el presidente de México ni siquiera sabe cuándo toma posesión Ortega, y tampoco sabe, en consecuencia, la hora de la ceremonia, no es que esté desinformado nada más. Lo que demuestra es la nula importancia que Nicaragua tiene en su política exterior, un cero a la izquierda. Será por eso mismo que al canciller Ebrard no le pareció necesario informarle que no enviaría a Managua a nadie, ni siquiera a un funcionario de tercera categoría.

Jamás se le había ocurrido a López Obrador asistir él mismo; o enviar a su canciller, o a alguien de su gobierno. Y coloca a Nicaragua en un lugar poco privilegiado: al lado de Corea del Norte. Buenas relaciones con todos, dice, y recalca la palabra todos, es decir, demócratas y dictadores.

Y de imprudencias hablando, Argentina, que tampoco envió a ningún delegado, se hizo representar por su embajador en Managua, Daniel Capitanich, entusiasta hincha de Ortega, quien se sentó en la misma tarima en que se encontraba el vicepresidente de Irán, Mohsen Rezai. El personaje está acusado en los tribunales argentinos de ser responsable del atentado terrorista contra la Asociación Mutual Israelita Argentina (Amia), ocurrido en 1994, en el que murieron 80 personas y más de 300 resultaron heridas, un crimen de lesa humanidad.

Al concluir la ceremonia, hubo una foto de familia en la que Ortega aparece junto al propio Rezai, Diaz-Canel y Nicolás Maduro. Es la foto que debe haber sorprendido ingratamente al presidente Fernández, de Argentina, y en la que López Obrador jamás hubiera querido estar. La cancillería argentina dirigió una nota diplomática a la de Nicaragua por la presencia de Rezai. Un lamento, no una protesta: “El Gobierno argentino lamenta profundamente tomar conocimiento de la presencia en la República de Nicaragua del señor Rezai...”.

Y la tarima en Managua se queda en su lugar, sin desarmar, hasta la próxima toma de posesión, cuando Ortega vuelva a traspasarle el poder a Ortega.

www.sergioramirez.com

https://www.eltiempo.com/, Bogotá, 19 de enero de 2022.

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