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Humberto Montero    

Conviene no volvernos locos. Rusia no pinta nada en el mapa mundial por mucho que el zar Putin y sus generales se pongan chulos. Cierto es que tienen unas fuerzas armadas bien aseadas desde que se reinstauró la dictadura, con él al mando de los servicios secretos, allá por 1998.

Con el control del temible FSB (el antiguo KBG), una de las pocas entidades que funcionaban en Rusia como un reloj tras la caída del comunismo, Putin se hizo con el poder de forma interina un año después de la renuncia de Yeltsin. Desde entonces, no lo ha soltado, alternándose a conveniencia con su delfín Medvedev (no el tenista, sino el actual premier ruso) para burlar a la Constitución, que impedía ejercer más de dos mandatos presidenciales seguidos.

Con Putin, Rusia resurgió. Sin embargo, pese al crecimiento experimentado en el arranque de siglo y de contar a su favor con ingentes reservas de gas natural, su poderío declina. El mayor país por superficie apenas dispone de 150 millones de habitantes, muchos de ellos con poco aprecio hacia la cúpula política de la federación, de mayoría eslava. Solo la Unión Europea tiene el triple de población y un país como Bangladés le sobrepasa con creces en 75 millones de habitantes.

Respecto a su economía, deja mucho que desear tras el fracaso de casi tres cuartos de siglo de comunismo. Hoy el PIB de Rusia, inflado hasta los topes, es equivalente al de España, Australia o Brasil, dependiendo del ciclo de precios de los hidrocarburos, uno de sus principales recursos. De hecho, el PIB de toda la UE es quince veces superior.

Sobre las posibles alianzas con China, el tercer bloque con mayor riqueza del mundo tras Estados Unidos y la Unión Europea, yo no me preocuparía. Para empezar, porque no se pueden ni ver. Además, China depende más de la demanda de EE. UU. y de la UE de lo que los propios chinos desearían. De hecho, basta con apretar un botón —si es que China osa tocar las narices en demasía a Occidente— y mañana mismo India ocupa su lugar en el mapa como centro de producción global. Lo que, por cierto, nos ahorraría varias semanas en los transportes, equivaldría a menos gasto en energía y combustible y supondría un evidente ahorro en los costes de producción. Y los indios hablan inglés. Cierto es que India no está del todo preparada hoy para ocupar ese lugar, pero China tampoco lo estaba cuando sustituyó a Hong Kong y Taiwán. Bangladés es otra buena opción, ahorrándonos el paso por el Estrecho de Malaca. O una combinación entre ambos, para no irritar a India.

Si me apuran, hasta Nigeria nos serviría como puente. Un país cristiano de habla inglesa que tendrá mayor población que EE. UU. a mediados de siglo, con un gran potencial de desarrollo y mano de obra de sobra, parece un buen lugar para establecerse como alternativa a China. Y está ahí al lado: ni Malaca ni Ormuz. Un sueño.

Es verdad que China puede ya caminar sola. Pero sigue necesitando los mercados occidentales, que podrían cerrarse si Pekín elige mal sus cartas.

Por eso, no están de menos las advertencias del G7 a Moscú sobre sus bravuconerías en el este de Europa. Primero lanzando oleadas de inmigrantes sobre Polonia a través de Bielorrusia y luego torpedeando todos los días a un socio de la UE como Ucrania, país que no quiere volver a estar jamás sometido a los dictados rusos. De hecho, Kiev sueña con integrar la UE, una ampliación que debería llegar cuanto antes (así como la de Kazajistán, noveno país del mundo por extensión y entre los principales productores de gas y petróleo del mundo).

Tras reunirse en Liverpool, los ministros de Exteriores del G7 condenaron la acumulación de tropas rusas junto a la frontera con Ucrania e instaron a Moscú a relajarse. “Que Rusia no tenga dudas de que una nueva agresión militar contra Ucrania tendría consecuencias enormes y un alto coste”.

Rusia es un enemigo militar temible, pero hoy las guerras se pueden ganar de muchas formas sin mancharse las manos. Y en ese tablero Rusia no tiene nada que hacer

https://www.elcolombiano.com/, Medellín, 14 de diciembre de 2021.

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