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Rafael Nieto Navia  

La toma de Afganistán por los talibanes va a afectar la política mundial por años por venir.

Para ilustración general invito a mis lectores a buscar el artículo de Michael McKinley, antiguo embajador de Estados Unidos en Colombia y en Afganistán, “We All Lost Afghanistan”, publicado en Foreign Affairs el 16 de agosto; Sarah Chayes, “The ides of August”, en www.sarahchayes.org/post/the-ides-of-august y la entrevista que esta periodista, testigo de muchos años en Afganistán, dio a News Hour el 20 de agosto; y las entrevistas de Stephen Donehoo,  exasesor de la Casa Blanca y especialista en inteligencia, seguridad nacional y defensa dio a CNN en español y a NTN24, todo lo cual ilustra sobre este problema y en las que se inspira esta columna.

Yo voy a detenerme solamente en algunos aspectos quizá menos conocidos que la historia general: 

Abd El Hamid Karzai, quien fuera presidente de Afganistán desde 2001, escogido por los Estados Unidos en medio del caos luego de la salida de los rusos, elegido democráticamente el 7 de diciembre de 2004 y reelegido en agosto de 2009 hasta el 2014, tenía relaciones con los talibanes mientras los Estados Unidos luchaban contra ellos y había llevado a los talibanes, originarios de Pakistán, a Afganistán, en 1994. 

Los Estados Unidos, cuya entrada a Afganistán fue para liquidar a Al Qaeda, responsable de los atentados del 11 de septiembre y buscar a Osama bin Laden, que paradójicamente murió el 2 de mayo de 2011 en Pakistán, donde se había refugiado protegido por el gobierno pakistaní. Pakistán ha sido considerado como un aliado de los Estados Unidos, pero ha sido un “refugio-santuario” de los talibanes y sus servicios de inteligencia (ISI) jugaron a ayudar a los Estados Unidos en sus operaciones, pero al mismo tiempo armaron, equiparon, entrenaron y dirigieron a los talibanes.

Los Estados Unidos se hicieron los de la vista gorda ante la corrupción de altos oficiales del gobierno afgano, conocida popularmente, y los comentaristas se preguntan si los afganos estaban dispuestos a arriesgarse enfrentando a los talibanes para defender a los corruptos y un gobierno que los trataba tan mal como los talibanes. Esto, de alguna manera, explica la rápida caída de las ciudades y de la capital en sus manos, apenas se dio el anuncio de que los Estados Unidos iban a retirar sus tropas.

Durante veinte años los Estados Unidos invirtieron en Afganistán un millón de millones de dólares (un trillón americano). Según Chayes, los afganos no rechazaban a los Estados Unidos, los veían como ejemplo de democracia y del Estado de Derecho. Mientras estuvieron allá, las mujeres recibieron educación, incluso universitaria y pudieron obtener empleos. Los derechos empezaron a ser respetados y la libertad de prensa y la justicia hicieron presencia.

El ejército afgano era considerado uno de los mejores de la región. ¿Por qué, entonces, soltaron las armas, aunque ninguna que pueda amenazar la seguridad de los Estados Unidos, y desaparecieron en vez de enfrentar a los talibanes? Se hablaba de que eran más de 350.000 soldados y policías, pero tenían un alto índice de deserción y, a la hora de la verdad, unos 50.000 eran soldados fantasmas, inexistentes. 

Biden ha reconocido errores en la evacuación que, según Donehoo, ha debido demorarse hasta el invierno, cuando hubiera sido más difícil moverse a los talibanes. Están tratando de salvar sus tropas y sus colaboradores.

A los talibanes no hay que creerles, ni tampoco que hayan cambiado algo durante los últimos veinte años. Seguirán siendo los mismos salvajes y opresores de siempre, agarrados de la Sharia, la ley islámica que proviene del Corán.

https://www.elnuevosiglo.com.co/, Bogotá, 23 de agosto de 2021.

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