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Alfonso Monsalve Solórzano

El coronel Marulanda dijo en una entrevista: “Colombia está siguiendo los pasos de Perú, en donde las reservas fueron exitosas en el sentido de que allá lograron defenestrar a un presidente corrupto. Aquí vamos a tratar de hacer lo mejor por defenestrar a un tipo que fue guerrillero”.

La palabra “defenestrar” significa, según la RAE, “destituir o expulsar a alguien de un puesto, cargo o situación”, que es una analogía originada en la rebelión de aristócratas de Praga, quienes tiraron por la ventana (fenestra) a los representantes del emperador Fernando, en 1618, dando comienzo a la Guerra de los Treinta Años. 

La palabra tiene un matiz de violencia en su acepción de “expulsar”, sobre todo en nuestro medio. En ese sentido, es inaceptable y completamente rechazable. La oposición debe realizarse por medios pacíficos que no impliquen la expulsión de su cargo, mediante la fuerza, a un presidente. Pero el término también tiene otro matiz que cabe dentro de procedimientos perfectamente constitucionales, que no es renunciable por principio: el de destituir.  Tanto en el Perú como en Colombia, es una acción jurídica que realiza por el congreso. Pero mientras en aquel país este es unicameral, en el nuestro, que es bicameral, el senado puede destituir al presidente, si admite y aprueba la acusación o acusaciones que en su contra le remita la Cámara de Representantes (artículos 174 y 175 de la Constitución.

En el caso del Perú, lo que dijo el coronel tampoco es cierto: el señor Pedro Castillo no fue sacado del poder por las reservas militares, sino destituido por el congreso invocando incapacidad moral y sigue su proceso penal en la Corte. Y lo declararon en tal condición porque quiso dar un golpe de estado, cerrando el congreso. Aún así, Petro, que se dice defensor de la democracia, lo defiende a capa y espada. Según su doctrina, Castillo no podía ser destituido por ser elegido democráticamente, pero si podía cerrar el congreso, que también fue elegido democráticamente.

En Colombia no ha sido utilizado ese mecanismo y es difícil que se den las condiciones para que un juicio en el senado desemboque en destitución. No está dentro de nuestra tradición política. Es difícil, casi imposible. Petro puede estar tranquilo y lo está. Pero, las palabras de Marulanda le dieron pie para estigmatizar a sus oponentes, de manera desmesurada, acusando a los que se le contraponen de tener vínculos con paramilitares, asesinos, mafiosos y corruptos.

En la lucha por la mente de la gente, Petro usa todos los días este recurso avieso, mirando la paja en el ojo ajeno y no la viga en el suyo. No sólo es falso que la mayoría inmensa de sus contradictores sean de esa laya, sino que no tiene ninguna autoridad moral para hacer semejantes señalamientos, él, que viene de una organización con un pasado violento y con alianzas con mafiosos, que quería destruir la democracia que él uso, posteriormente, para ser presidente.

Él, que no tuvo inconveniente en impulsar a la primera línea y  todo tipo de actividades contra el pasado gobierno, elegido democráticamente, en un intento de subvertirlo y que le sirvió, finalmente de trampolín para ganar unas elecciones y acceder al poder de manos de ese presidente y un sistema político democrático que tanto detesta, pero lo tiene ahí, a pesar de sus reiterados intentos de desestabilizarlo para instaurar una dictadura marxista, como queda claro con sus llamados a la calle y el hecho de llevar a la guardia indígena a la entrada del capitolio para presionar al congreso, o con las intentos de cooptar al Fiscal y a las Cortes.

Él, que sale en un video con un individuo que le entrega dinero y que se encuentra prófugo de la justicia; que tiene un hijo que está acusado de ser corrupto en el Atlántico usando su parentesco, y que utilizó a su hermano para negociar, a espaldas del país, con narcos en la cárcel cuando estaba en campaña, violando la ley.

Él, que no ha podido detener los asesinatos de cientos de líderes sociales, pero avala “cercos humanitarios” de la subversión armada, para evitar el uso de las fuerzas militares y de policía, que terminan en asesinatos de decenas de civiles y uniformados.

Él, que quiere destruir a como dé lugar, los avances en salud, para imponer su nefasta reforma a la salud, respaldando declaraciones como las del nuevo ministro de salud, según las cuales, “abrieron unidades de cuidados intensivos como si abrieran cualquier tipo de droguería (...) lo más peligroso es tener una UCI sin tener gente capacitada para atender esto”. “Me gustaría saber cuántos salieron vivos de esas camas. Lo más peligroso que podemos tener es una cama de cuidado intensivo sin tener la gente entrenada y capacitada para atender eso. Eso no nos lo han dicho, pero el negocio sí se hizo, y en grande con el Covid. El Covid solucionó muchos problemas, pero no para la gente, porque la empobreció en este país”.

Él y su ministro quieren justificar la reforma con mentiras, enlodando el trabajo de miles de médicos y otras profesiones de la salud, que salvaron, con una alta cuota de sacrificio, cientos de miles de vidas; y, de paso, llevarse por delante los avances del pasado gobierno en infraestructura en salud, que permitiron, con el aumento de exponencial de UCI, atender a más de 60.000 colombianos y salvar más de 30.000 vidas. ¿Y qué tal la afirmación de que el Covid empobreció al país a costa del enriquecimiento de quienes estuvieron a cargo de combatirlo?  No fue que la economía resultó golpeada y se perdieron centenares de miles de empleos a causa del Covid. No. Tampoco que a esa tragedia se sumaron los actos vandálicos promovidos para tumbar o debilitar a Duque. No. Fue que los que combatieron la pandemia, se enriquecieron ¡Qué bajeza!

Él, que dice defender y escuchar al pueblo, pues que se ponga la mano en el corazón y piense en los más de 160.000 colombianos que han buscado emigrar ilegalmente a Estados Unidos porque el gobierno del cambio genera pánico y desesperanza entre los pobres, mientras funge de emisario internacional de la dictadura de Maduro que ya ha expulsado más de 5.000.000 de venezolanos.

Ese es nuestro presidente. Pero ya nadie se traga sus historias. La ficción sirve para ganar lectores de novelas, no para engañar a la gente. Más, la nuestra, que tiene larga experiencia, aprendida en la práctica, a la hora de identificar engaños. El pueblo, no es como lo entiende Petro, el grupito de sus cortesanos, sino la suma de los ciudadanos que componen esta nación. Y ellos derrotarán, en las calles y en las urnas, de manera pacífica, a este gobierno, que con sus acciones se está sacando él mismo.

 
Publicado en Columnistas Nacionales

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