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Alfonso Monsalve Solórzano

El cambio no es posible sin el pueblo. Lo que se eligió no fue simplemente a una persona, lo que se hizo en la elección fue volver al pueblo gobierno, volver al pueblo poder”, dijo Petro desde el balcón de la Plaza de Armas de la Casa de Nariño ante un puñado de personas el pasado 14 de febrero, luego de que cambió de sitio de la concentración, que estaba citada en la inmensa Plaza de Bolívar como punto de llegada de las marchas petristas que había autoconvocado días antes en un alarde de caudillismo. Seguramente sus asesores le dijeron que no corriera tal riesgo porque las encuestas -que de dientes para fuera descalificó- indicaban que su popularidad estaba bajando y que no llenaría sino una fracción dese ese espacio.

El caso es que, al día siguiente, el 15, decenas de miles de ciudadanos que se manifestaron contra el gobierno de Petro, tomándose las calles, llenaron la Plaza de Bolívar, coparon más de diez cuadras del centro de Medellín con más de 50.000 manifestantes y se hicieron sentir en otras ciudades de Colombia y del exterior.

La razón es muy sencilla: están en estado de alarma por el alto costo de vida, que crece imparable; por los impuestos asfixiantes producto de la reforma tributaria de Petro, por la inseguridad total que está causando la paz total, y, por los terribles peligros contenidos en el proyecto de reforma de la salud inscrita por el caudillo y la activista Corcho sobre la salud  -que causará, si se aprueba, miles de muertos producidos por la nueva e infinita burocracia que clientelizará y convertirá un derecho que disfruta el 98% de los colombianos, en un favor concedido por los dueños del poder, muy al estilo cubano,  venezolano  y de la antigua URSS- , entre otros motivos de descontento.

Si el presidente fuera consecuente, si jugara con sus propias reglas, con esa masiva movilización debería echar para atrás esas políticas porque “el cambio no es posible sin el pueblo”, ya que las movilizaciones del 15 demostraron que el pueblo no quiere el “cambio” desastroso que el mandatario propone. Si en verdad respetara su palabra, tendría que cambiar su estrategia de reformas socialistas en contra de la voluntad ciudadana, para, de verdad, “volver al pueblo gobierno, volver al pueblo poder” porque el pueblo lo desautorizó.

Pero, conociendo el ego desmesurado, el narcisismo infinito que tiene -un amigo mío me dijo en estos días, que estoy equivocado al usar ese adjetivo porque no es que Petro tenga rasgos narcisistas, sino que Narciso anticipó en su personalidad unos pocos de los rasgos petristas-. El presidente hará todo lo que pueda por imponer su voluntad porque sólo se ama a sí mismo; cree que es imposible que alguien distinto a él pueda tener la razón. Se considera el más grande marxista de la época de la globalización y del cambio climático.

Ese camino lo llevará indefectiblemente al enfrentamiento con el pueblo.

En el mito, Narciso, “Hijo del dios del río Cefiso y de la ninfa Liríope, era un joven alegre y sobre todo muy apuesto. Algo que volvía realmente locas a las muchachas griegas de aquel momento”. La ninfa Eco se enamoró de él y quiso declararle su amor en su hermosa voz; pero Hera, la esposa de Zeus, estaba celosa de ella y la dejo muda, así que Eco se “sirvió de su sintonía con la naturaleza y los animales para que estos le dijesen a Narciso que lo amaba profundamente”.

Este, no obstante, se tomo a burla lo dicho por la ninfa. “¿Cómo era posible que él se pudiese enamorar de una chica muda? ÉL, que era el más guapo y apuesto de toda la península del Peloponeso. ÉL que podía tener las jóvenes más guapas y bellas de toda Atenas, Esparta o Corinto. ÉL, que no tenía rival sobre la faz de la tierra… En definitiva, Narciso no salía de su asombro” y la rechazó.

Antes de morir, Eco invocó a Némesis en busca de venganza y justicia divina, quien lo maldijo para que sólo pudiese enamorarse de su propio reflejo. El resultado fue que cuando “Narciso fue un día al río Estigia para refrescarse un poco, este se acercó, se vio reflejado el agua y pensó: “Pero qué guapo soy, voy a acercarme un poco más para deleitarme un poco más con mi belleza”. Narciso se acercó tanto al borde para admirarse que cayó finalmente al agua y murió ahogado, y pasó el resto de la eternidad en el Inframundo, atormentado por su soberbia y vanidad.  Aunque, otra versión de la historia cuenta que Narciso sesuicida. En este caso, al ver su reflejo en el agua, Narciso queda atrapado en un castigo sin fin: contemplación absoluta de su propio reflejo. Finalmente, al no poder tener su objeto de deseo (él mismo) decide acabar con su vida” (https://lamenteesmaravillosa.com/narciso-la-historia-de-un-egolatra-emperdernido).

En el caso de Petro, los dos finales no son incompatibles. Si el presidente persiste en desoír la voz del pueblo, si no hace eco de su voz soberna, podrá ahogarse políticamente en la marea de la protesta ciudadana y quedará atrapado en su propio deseo, sin conseguirlo nunca. Claro, él piensa que ninguno de los dos será el suyo porque él es más listo que Narciso pues sabe que la dictadura totalitaria es el gobierno de Narciso para dominar al pueblo. Lo que no entiende es que la Colombia actual no está para dictaduras, ni de nuestro Narciso, ni de nadie. Si persiste, la calle y, como dicen con gracia, los petristas, los territorios, se levantarán hasta hacerse oír. Y se lamentará para siempre en el inframundo de la política.

 
Publicado en Columnistas Nacionales

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