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Alfonso Monsalve Solórzano

Las urnas decidieron. Mi candidato, Federico Gutiérrez, perdió y la presidencia, como todos saben, se decidirá entre Rodolfo Hernández y Gustavo Petro.

¿Cómo se explica ese resultado? Muchos han opinado que se debe a que Colombia votó por el cambio, en busca de expulsar del poder a la clase política tradicional, también llamada el ‘establecimiento’, en castigo por la corrupción con la que, desde tiempos inmemoriales, azota a Colombia. Según eso, hay un rechazo a esa clase política encarnada en Federico Gutiérrez, que fue apoyada, según la hipótesis que manejan, por los partidos tradicionales.

Sí, pero no. Vamos por partes.  El santandereano es un outsider, pues no tiene una larga trayectoria política y ha estado al margen de los partidos. Es una fuerza, que puede decirse, irrumpe contra estos y la corrupción que encarnan, en la percepción de la mayoría de los votantes del pasado 29 de mayo, y su propuesta se concreta en lemas simples pero de gran asimilación, que, por lo demás, no son nuevos en política: no traicionar a los electores, no mentir, no robar, usados antes en la campaña de AMLO en México, y “donde nadie roba, la plata alcanza”, utilizada por Bukele en El Salvador.

Para mí, ser de una fuerza tradicional no es bueno ni o malo per se, como, tampoco, ser outsider. Pero, es verdad que la corrupción se ha enseñoreado en el estado:  por ejemplo, un gobierno corrupto desde el origen, el de Samper; corrupto, el de Santos, que tiñó de mermelada al congreso para aclimatar su negociación; ha habido parlamentarios corruptos en todos los gobiernos y episodios de corrupción de las altas cortes; y, ni qué decir a los niveles regionales y municipales.  Y aunque ha habido medidas promovidas por presidentes, algunos partidos y congresistas para contener esas prácticas, no han arrojado los resultados esperados.

Por eso, en la Colombia de hoy, 5'965,531 de personas votaron por Hernández en contra del relato construido según el cual, el establecimiento – el conjunto de personas que según esta narrativa ha gobernado a Colombia- es corrupto y que todos los males de Colombia se derivan de ese fenómeno. El problema de ese relato es que no todos los miembros y organizaciones de esas comunidades políticas son corruptos -el propio Petro dijo que lo destacable de Fico Gutiérrez era que no estaba imputado-, pero el hecho es que así es como lo ven los electores y eso, explica, entre otras cosas, la derrota del candidato del Equipo por Colombia. Y explica también, que tenga tanta acogida el decir de Hernández de que no gobernará con los mismos de siempre.

Petro, también habla de cambio y contra la corrupción. Por esa fuerza votaron 8'542,020. Esta es su tercera candidatura presidencial -en el2010, el 2018 ahora- alcalde de Bogotá entre el 2012 y el 2015, y ha formado parte del M-19, del Polo Democrático y otras agrupaciones de izquierda, como Bogotá Humana, Colombia Humana, los Decentes, etc.

De outsider, entonces, no tiene nada. En realidad, forma parte de los partidos tradicionales de la izquierda, o, si se quiere, del establecimiento de la izquierda, que ha hecho oposición o ha apoyado a presidentes como Santos, pero ha gobernado departamentos como Nariño y Magdalena ciudades como Bogotá con Moreno Rojas, en la cárcel por corrupción, Cali y ahora Medellín, las principales de Colombia, acusados, en todos los casos, de ejercer tal práctica. Y no olvidemos que el mismo Petro se le vio recibiendo bolsas de dinero de manera sospechosa. Todo, mientras denuncian esta costumbre criminal en los gobiernos nacionales. Y como si fuera poco, en esta ocasión, cuenta con notables clientelistas, famosos por sus malas prácticas e investigados por corrupción, como Barreas, Córdoba y Benedetti. En conclusión, de cambio, nada. Más de lo mismo. Más para empeorar.

De otro lado, el programa de Petro es un ejemplo perfecto de metamorfosis: ha pasado de propuestas radicales de ultraizquierda que traerían la ruina al país, a otras que tienen el veneno endulzado de miel. Ahora no habla de privatizar, sino de “democratizar”; ahora no predica el odio de clase, sino el amor y el “acuerdo nacional” con los que piensan diferente. Sabe que tiene que decir lo que la gente quiere oír. Ahora, el inventor del sustantivo “uribismo” y el adjetivo “uribista” -con los que engloba a los corruptos, paramilitares y gamonales agrarios, a los que se le oponen- llama a que voten estos por él, pues los quiere “perdonar” socialmente”; incluso, los “ama” con ese “amor” que tenía, digo, el mono Jojoy por los secuestrados. 

Es porque está nervioso. Presiente que no va a ganar. Sabe que la inmensa mayoría de los electores no le cree. Es que hay algo, en política, muy difícil de conseguir: la confianza, no la de los fanáticos, sino la de los ciudadanos que razonan sin las anteojeras de la ideología totalitaria. Estos ciudadanos saben, más allá de sus palabras melosas de este, que si llega al poder impondrá una dictadura de clase, privatizará los medios de producción, coartará las libertades individuales, pondrá al ciudadano al servicio del estado despótico, empobrecerá el país e igualará por lo bajo, sometiendo a punta de bolsas de comida, la voluntad y el deseo de libertad de los colombianos.

De Hernández, me distancian muchas cosas: me parece injusto el trato que da a Uribe y al uribismo; no está bien que los “entierre” y estigmatice, si no por razones de decencia, al menos por la consideración de que hay muchos votos allí, más que donde Fajardo; sus programas son todavía gaseosos y a veces, en lo económico, parecen cepalinos.

Pero voy a sufragar por él. Porque garantiza que habrá elecciones en cuatro años, que respetará las libertades individuales, como la libertad de expresión y de crítica, es decir, la oposición, y la economía de mercado; que no “democratizará” las pensiones ni dará un salto al vacío con la política energética. No es todo lo que quisiera para Colombia, pero me basta. Finalmente, de lo que se trata, es de contener a Petro. Si triunfa, tendremos cuatro años para arreglar las cargas, con un sistema democrático funcionando. Mi voto no me compromete a nada distinto. Ejerceré mi derecho de ciudadano a pensar y a criticar, a apoyar lo que me parezca conveniente y a oponerme a lo que me parezca improcedente. No soy un incondicional de Hernández, pero no soy su enemigo. Es un acto de realismo político. La opción de votar en blanco es impensable, porque es abrirle el camino a Petro.

Pero, eso sí, el candidato tiene que pensar lo que dice, porque de lo contrario, perderá un caudal importante de electores del centro derecha que son ciudadanos tan buenos como cualquiera, y sin ellos las elecciones y nosotros, el país.

Publicado en Columnistas Nacionales

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