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José Alvear Sanín   

La noticia de la desaparición de Helena se nos hace increíble, porque, a pesar de sus años, su espíritu nunca experimentó el paso del tiempo. Cuarenta y ocho años después de la mañana en que me pidió acompañarla en la organización de la Oficina de Convenciones de Medellín, ella seguía con la misma alegría, con igual dinamismo, trabajando sin perder la eterna sonrisa, siempre al servicio de un país que Mariano y ella querían con el más acendrado patriotismo y que para ambos fue una pasión creativa. Una y otro enfocarían sus esfuerzos hacia su progresivo mejoramiento.

Desde su matrimonio en 1953, la pareja, sin descuidar sus siete hijos se ocupó de aquellas cosas maravillosas que no dejan dinero, como la conservación de la flora, especialmente de las orquídeas; la protección de la fauna, el cuidado de las aguas y la planificación de las urbes, para hacer humano el hábitat; todo esto, sin olvidar jamás la preservación de las libertades esenciales sin las cuales es imposible la democracia, presupuesto del progreso y el bienestar moral y económico.

Hubo pues, entre ellos, una especie de división del trabajo: Mientras el marido sobresalía en la arena política y en los aspectos científicos de la botánica y la ecología, la esposa lo hacía en el ámbito de la materialización de proyectos tan importantes como la consolidación de la Sociedad Colombiana de Orquideología, el desarrollo de Turantioquia, la fundación de la Oficina de Convenciones de Medellín y la creación y puesta en marcha del Jardín Botánico de nuestra ciudad.

Helena, bogotana de cuna y cepa, entre cuyos ascendientes se encuentra el prócer Antonio Baraya, llegó a Medellín y no tardó en ser antioqueña de corazón. Ataviada con el guarniel jericoano tocó a todas las puertas, tanto del sector público como del privado, para financiar la Exposición Mundial de Orquideología, cuya sede había obtenido para una ciudad hasta entonces desconocida en el panorama turístico mundial. Para tal evento —y los que luego vendrían — no había instalaciones adecuadas en la ciudad, que además carecía hasta de un parque digno de ese nombre. Helena, entonces, logró que el Concejo destinara el abandonado Bosque de la Independencia para sede del Jardín Botánico.

Dos años después presenciábamos en Medellín la más bella exhibición de orquídeas en las maravillosas instalaciones que ella había logrado financiar y construir, en medio de un exuberante jardín que parecía haber salido de la nada, para pasmo de propios y extraños.

Aparece luego doña Helena como gerente de Turantioquia, recién creado organismo departamental para el fomento del inexistente turismo en la región. Había que verla, en sus interminables jornadas, planificando una red de hoteles — en Caucasia, La Pintada y Marinilla; y campings, en Puente Gabino y a la orilla del Cauca —, para que se encontrase alojamiento confortable en bellos parajes de Antioquia. Atenta a todos los detalles: la depuración de la comida paisa; la lencería hotelera, la capacitación del personal y su conocimiento del inglés; la cerámica de El Carmen, que promovió, y mil y mil detalles hasta entonces ignorados en esta tierra montañera.

Pero si era necesario iniciar la infraestructura turística regional, también había que crear la oferta turística para la ciudad. Comprendió Helena que el turismo internacional de convenciones era la modalidad adecuada para Medellín. No descansó entonces hasta organizar nuestra Oficina de Convenciones y logró que la admitiesen en la exigente International Association of Conventions and Visitors Bureau (IACVB), y que esta certificara a una ciudad que hasta entonces no figuraba como destino en los Estados Unidos ni en ningún otro lugar.

Me he detenido en el recuerdo de esas empresas por la importancia que tienen en nuestro Departamento. Pero cuando ella regresó a vivir a Bogotá, o cuando acompañó a su esposa en la Embajada de Colombia en Bonn o cuando se  encargó de la Fundación Mariano Ospina Pérez, no dejó de ser antioqueña.

Se nublan los ojos recordando su inteligencia superior y su esplendorosa belleza interior. Siempre ocupada, jamás dejó la sonrisa amable y atrayente. Era de admirar su sorprendente capacidad de asimilar en pocos instantes los problemas administrativos más complejos, capacidad que luego trasladó al campo político, donde acompañó a su marido, cuyos ideales mantuvo vivos. Era de admirar lo certero de su intuición en cuando juzgaba personajes y acontecimientos.

Tengo la impresión de que la política no le parecía a Helena que fuera lo suyo, pero en los últimos años se dio cuenta de la suprema importancia de oponerse al comunismo petro-castrista. Al lado de Mariano, primero, y luego sola, se involucró más que nadie en la lucha por el mantenimiento de las instituciones.

En medio de un país adormilado y donde la iniciativa política viene de la extrema izquierda, ella se ubicó a la vanguardia de quienes no están dispuestos a entregar el país. Con especial valentía se mantuvo combatiendo en defensa del modelo económico y social democrático. Venía dando su permanente lucha desde la dirección de La Linterna Azul y la vicepresidencia del Foro Atenas.

En la primera ofrecía la información escamoteada por los grandes medios sobre el país; y desde la segunda, se vienen estudiando las medidas que requiere la prevención del fraude electoral, sin olvidar el debate de los grandes temas nacionales.

Hará mucha falta a Colombia, en esta recta final, la insomne luchadora que fue Helena Baraya de Ospina, quien siempre depositó en Dios su confianza.

Mayo 10 de 2022.

Publicado en Columnistas Nacionales

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