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Juan David Escobar Valencia

Al momento de escribir esta columna, una invasión rusa a Ucrania seguía siendo una de varias hipótesis en las tensas relaciones entre ambos países, a la cual es difícil asignarle una probabilidad de ocurrencia. Como especulación, y si las decisiones políticas fueran exclusivamente lógicas y racionales, considero que la probabilidad es baja, no tanto por las supuestas represalias de Occidente, que son más ladrido que mordisco, y no creo que disuadan a Putin, a quien nada le pasó luego de sus operaciones similares en Osetia del Sur y Abjasia en Georgia, y en Crimea; sino porque este puede obtener más rentables beneficios solo amenazando con una guerra que haciéndola.

Pero, hipotéticamente, si Putin quisiera en verdad invadir a Ucrania, hay otros factores involucrados para tomar la decisión. Uno de ellos es el riesgo político. Una invasión del gigante ruso a su débil vecino ucraniano parecería tener alta probabilidad de victoria. Pero, como dijo Carl von Clausewitz: “ninguna actividad humana tiene contacto más universal y constante con el azar que la guerra”, y así como el éxito militar ruso en Chechenia, o en Siria apoyando al dictador al-Ásad, fue clave para Putin en sus victorias en las elecciones presidenciales, un fracaso en Ucrania, así sea parcial, que no es imposible, tendría un costo político enorme al revivir el vergonzoso sentimiento postsoviético de derrota.

También deben considerarse unas de las fuentes de análisis geopolítico, los factores geográficos y ambientales. La invasión a Ucrania podría darse básicamente por dos sectores o, hipotéticamente, por ambos, como una estrategia de engaño. Por el oriente, a través de su frontera con Rusia, o por el norte, a través de Bielorrusia, cada día más “rusia” que “bielo”. Una invasión por Bielorrusia no es imposible, pero tampoco exenta de restricciones. El ejército ruso tendría que movilizarse por una barrera natural conocida como las marismas de Polisei, una extensa región de bosque denso, pantanos, lagos, ríos y pocos caminos, que limitaría la guerra blindada y rápida que prefiere el ejército ruso y facilitaría las contramedidas ucranianas de sabotaje y atascamiento.

El otro dilema es climático. Desde hace siglos sabemos, aunque Napoleón y Hitler lo olvidaron intentando invadir a Rusia en siglos distintos, que las guerras no se hacen en invierno. Si eso fuera una regla inmutable, que en estrategia no existen, una invasión a Ucrania por su frontera con Rusia no debería darse comenzando el invierno, sino mejor aplazarse para la primavera y principio del verano. Pero, por alguna razón, el otro genio de la estrategia, Sun Tzu, dedicó un capítulo de su libro al análisis del terreno. Aplazar la invasión presentaría un inconveniente. Si no se hace en invierno, que, por cierto, no ha sido muy frío, el suelo estaría demasiado blando y pantanoso, lo que limitaría una operación mecanizada rápida y eficiente.

Como dicen en Ucrania para maldecir a los malvados: “¡Schob tebe syra zemlia pozherla!” (¡que te trague la cruda tierra!)

https://www.elcolombiano.com/, Medellín, 24 de enero de 2022.

Publicado en Columnistas Nacionales

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