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Hernán González R. 

Publicó el Instituto Von Mises de Austria el pasado 26 de agosto un artículo sobre un libro con el título de esta nota, el cual está causando furor en el mundo. Ver mi Referencia al finalizar. Dada la gran extensión de esta, me limito a resumir a continuación los apartes que considero más destacados. Como es sabido, recomienda el Instituto que la prensa mundial reproduzca sus publicaciones. 

Probablemente sea la siguiente la visión dominante de la Segunda Guerra Mundial (SGM). Esta guerra fue una ´buena guerra´, porque, a pesar de que Joseph Stalin fue culpable de miles de crímenes, Adolfo Hitler era una amenaza contra Gran Bretaña y los Estados Unidos por culpa de sus vastas conquistas acompañadas de asesinatos en masa. La alianza Gran Bretaña y Estados Unidos con Stalin en 1941 para enfrentar a Hitler resultó ser el mejor camino para todos. Deberíamos recordar a Stalin con gratitud por su liderazgo, habida cuenta de las inmensas pérdidas del pueblo ruso tanto en soldados como en civiles.

No es la anterior la opinión de nuestro autor, señor Sean McMeekin, reconocido historiador, quien dedicó 20 páginas de su libro para enumerar los archivos que consultó para escribir esta sobresaliente publicación.  Para él, la opinión dominante es falsa, porque Stalin desde sus primeros días como revolucionario de la Rusia zarista, fue un marxista comprometido que buscaba el derrocamiento del mundo capitalista. Con ese fin trató de demeritar el Tratado de Versalles, firmado por la derrotada Alemania tras la Primera Guerra Mundial con sus vencedores Gran Bretaña y Francia. Firmó un pacto de no agresión con Hitler en 1923, por el cual se permitió la invasión alemana de Polonia y se inició la Segunda Guerra Mundial en 1939.

Después de que los alemanes invadieron Rusia en 1941, tanto Winston Churchill como Franklin D. Roosevelt hicieron todo lo que estuvo a su alcance para ayudar a Stalin. Churchill consideró a Hitler un mal mayor que el comunismo y por eso apoyó a los comunistas rusos.  Roosevelt ayudó a Rusia más que Gran Bretaña durante toda la duración de la guerra. La ayuda que Stalin recibió resultó esencial para resistir el ataque alemán y para montar luego su victorioso contraataque, pero lejos de estar agradecido, actuó con total desprecio por los intereses estadounidenses y británicos.

Pueden preguntarse los lectores de McMeekin, ¿cómo fue posible para Stalin construir un gigantesco arsenal militar por medio de su planificación central? A la cual responde él: parte de la respuesta radica en la canalización de sus recursos en detrimento del consumo civil para fabricar dotación militar. Pero la parte más sorprendente de la respuesta de McMeekin señala que numerosos empresarios estadounidenses invirtieron en Rusia para ayudar construir fábricas e inclusive exportaron sus propias plantas.

Como es sabido, Rusia no aceptó los límites de la guerra ruso-polaca de 1920. Y de nuevo pueden preguntarse los lectores, ¿Por qué Gran Bretaña garantizó en 1939 salir a defender a Polonia en caso de una invasión alemana, cuando no había perspectivas de defenderla?  Sugiere la respuesta de McMeekin en contrario a la debilidad característica del gobierno de Chamberlain, que ya estaba él muy dispuesto a participar en la guerra contra Alemania y hace un comentario intrigante: Es significativo que Hitler mostrara pies fríos los últimos días de agosto de 1939, al ver que estaba conduciendo a Alemania a un gran conflicto, resultado del pacto de no agresión firmado con Stalin en 1923, del cual se estaba aprovechando Hitler para invadir a Polonia.

Uno de los puntos clave del libro es la importancia del control de recursos como el aluminio y el petróleo para llevar a cabo la SGM. En este sentido sugiere McMeekin que un ataque concertado de británicos y franceses contra los campos petroleros de Bakú, controlados por Rusia, tras la invasión de Finlandia por Stalin en noviembre de 1939, podría haber paralizado la capacidad de Rusia para librar la guerra contra Alemania y, por tanto, habría evitado los horrores de la guerra ruso-alemana. Pero los aliados perdieron esa oportunidad para hacer un llamado con el fin de finalizar la lucha existencial de Stalin contra el mundo capitalista.

El pacto de neutralidad de Stalin con Japón en 1941, era hostil a los intereses estadounidenses.  Pero Stalin deseaba involucrar a los Estados Unidos y Japón en un conflicto, porque consideraba que la paz entre estos dos países podría alentar a Japón a continuar expandiendo a costa de Rusia el control que sobre Manchuria tenía desde 1931. Una política estadounidense de resistencia intransigente contra la expansión japonesa en el sudeste asiático era del interés de Stalin.                

Referencia: Stalin´s War: A New History of World War II. Autor: Sean McMeekin. Libro publicado por Basic Books.

Publicado en Columnistas Nacionales

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