Facebook

     SiteLock

Última hora
Colombia después de Petro - Miércoles, 19 Febrero 2025 03:10
Petro mentiroso - Miércoles, 19 Febrero 2025 03:08
El Alzheimer colectivo y la victoria del 28 de julio - Miércoles, 19 Febrero 2025 03:04
Crisis moral - Miércoles, 19 Febrero 2025 03:00

Daniel Samper Ospina                                                                 

En el que, hasta la fecha, ha sido su mejor trino, el presidente Berto escribió una delirante carta a Donald Trump en la cual se autodenominó “el último Aureliano”. Para que no sea

retratado en el ámbito internacional como un mandatario mentiroso o fuera de sí, esta columna redactó la segunda parte de Cien años de Soledad en la que se confirma su parentesco con la saga de los Buendía.

Muchos años después, frente al pelo-trump de reculamiento, el coronel Aureliano del Eme habría de recordar la madrugada remota en que sus trinos lo llevaron a conocer el miedo.

Macondo era entonces una aldea de veinte casas de interés social construidas a la orilla de un río de aguas vertidas por unos carrotanques contratados por Olmedo López que se precipitaban por un lecho de piedras pulidas, blancas y enormes, como los tres huevitos prehistóricos que en su momento confesara tener Álvaro Uribe Vélez. El mundo era tan reciente que muchas cosas carecían de nombre y para mencionarlas había que señalarlas con el dedo, preferiblemente del doctor Vargas Lleras.

Una de esas cosas era la forma de trinar de alias Aureliano, que de verdad no tenía nombre. Lo hacía a cualquier hora del día o de la madrugada, sin ningún tipo de control y a pesar de que su esposa, Verónica Cotes, le pedía que descansara:

—Primero estaré muerto que dejar de tuitear —le dijo el coronel-. Me matarás, pero sobreviviré en mi pueblo que es antes el tuyo, en las Américas.

—Uno no se muere cuando quiere sino cuando puede —le respondió su esposa—¬. O cuando el sistema de salud termine de quebrarse: shu-shu-shu.

El matrimonio engendró a una bella niña llamada Remedios que no pudieron bautizar ni inscribir en el Invima, porque no había director en propiedad.

Todos los años, por el mes de marzo, una familia de gitanos desarrapados plantaba su carpa al lado de la aldea y con un grande alboroto daba a conocer los nuevos inventos: trenes elevados, universidades mágicas que se construirían por sí solas en zonas de guerra, llevar tejido humano a Marte, y muchos otros milagros fabulosos de los que el coronel Aureliano del Eme se apropiaba con entusiasmo.

—A través de un tren moderno, elevado, eléctrico, conectaré a Buenaventura con Barranquilla —anunciaba en el delirio ardiente de su desvarío.

Por aquel entonces, el sistema de salud colapsó envuelto en un cataclismo de fábula y los medicamentos escaseaban de tal forma que la propia Remedios desapareció para siempre de la aldea. Empezó a elevarse en el viento irreparable de las cuatro de la tarde, y al elevarse decía adiós con la mano, mientras se perdía en los aires donde sobrevolaban las dalias, los escarabajos, los altos pájaros y el helicóptero de Francia Márquez, que por poco la destroza con sus aspas.

Decidido a partir en dos la historia de Macondo, el coronel Aureliano del Eme quiso cambiar el curso de la genealogía de Macondo bautizando a su nueva estirpe ya no con los nombres viejos de Arcadio y José Arcadio, sino de Nicolás y el Otro Nicolás, a pesar de que lo asaltaba la angustia de engendrar un tercer Nicolás que naciera con cola de cerdo.

Sus miedos no carecían de razón. Uno de los Nicolases nació con rabo de paja.

—Al niño le ha salido el rabo así por toda la paja que tú hablas en los discursos —le dijo Verónica Cotes.

—Yo no lo crie, esa es la verdad —se quejó Aureliano.

Por aquel tiempo llegó a Macondo una niña a la que entregaron al cuidado de la familia. Todo su equipaje estaba compuesto por un baulito de ropa y un pequeño polígrafo para sentar a las empleadas domésticas y someterlas a unos interrogatorios de miedo en caso de que se refundieran los pescaditos de oro y otros objetos de valor que elaboraba Aureliano, el último, con los trozos de metal de las mineras quebradas por las nuevas políticas de Macondo.

Pasmada de terror, Verónica Cotes reconoció en la niña los síntomas de la peste del insomnio y abandonó a Aureliano:

—Si ha de volverse loco, que se vuelva loco él solo —le dijo a Nerú, su Blacamán el Bueno, vendedor de masajes, y se marchó a Italia a vivir sabroso en el barco de vapor de las tres de la tarde, acompañada de Xavier Vendrell, el sabio catalán, y sus otros amigos catalanes.

Liberado por primera vez del yugo matrimonial, el último Aureliano quiso aliviar las ardientes postrimerías de sus deseos febriles amancebándose con Pilar Ternera en las tierras de Panamá, pero tuvo el temor de que estuviera adscrita a Fedegán y fuera necesario pedir la mano a José Félix Lafaurie.

No se había dado cuenta entonces de que la niña lo había contagiado con la peste del insomnio y que en adelante le resultaría imposible dormir en las madrugadas, aunque viera capítulos viejos de Caso cerrado, uno de sus programas preferidos.

En una de aquellas madrugadas, en medio de un estrépito de tambores que latían dentro de su propio corazón, tomó el celular y abrió la aplicación de Twitter.

—Este es el mejor invento de nuestros tiempos —dijo.

Y escribió con frenesí unos trinos de disparate, sacudido por los estertores de la nostalgia.

Creyó no haber sido más lúcido en ningún otro acto de su vida que cuando decidió enfrentar al diablo redactando una extensa misiva por Twitter, más larga aun que los pergaminos de Melquiades, aquel gitano que fuera tataranieto de Álvaro Leyva.

Estaba tan absorto en la escritura que en el momento no intuía la arremetida ciclónica del diablo Trump contra la economía de Macondo y solo continuó redactando un alboroto de ideas inconexas en las que aceptaba tomarse un whisky con él a pesar de su gastritis, y comparaba las riquezas de Macondo con los faraones de Egipto y con el califato de Córdoba, sin comprender que su trino podía ser a la vez el anticipo de sus predicciones. Pues estaba previsto que en el país de las mariposas amarillas, y las economías naranjas, por culpa de Aureliano, el último, la izquierda sería arrasada en el 2026, y condenada a cien años de soledad sin que le dieran una segunda oportunidad sobre la tierra.

2 Febrero 2025

Publicado en Otras opiniones

Compartir

Opinión

Nuestras Redes